Martha Soto
Al norte de la ciudad de Mérida se encuentra la zona arqueológica de Dzibilchaltún, un sitio habitado desde el año 700 a.C. y ocupado de forma continua hasta la actualidad. Alcanzó su mayor desarrollo como centro urbano antes de la llegada de los españoles, quienes construyeron una capilla en el centro de la plaza principal, lo que evidencia la importancia del lugar y la existencia de una población considerable en ese momento, digna de ser evangelizada.
Aunque el sitio tiene una gran relevancia arqueológica, es conocido principalmente por el fenómeno solar que ocurre durante el equinoccio de primavera en el Templo de las Siete Muñecas, cuando el Sol se alinea con los accesos este y oeste, apareciendo enmarcado en la entrada principal del edificio.
El recorrido por el sitio suele ser breve, ya que los edificios abiertos al público se concentran en torno a algunos puntos clave: el cenote Xlacah, que ha abastecido de agua a la ciudad desde su fundación; la plaza principal, donde se alza una capilla construida por los españoles, rodeada de basamentos prehispánicos, entre ellos uno que supera los 130 metros de largo.
Al avanzar y dejar atrás la capilla abierta, se distingue un gran sacbé que conduce directamente al Templo de las Siete Muñecas, entre estelas y otros basamentos. Es el edificio más emblemático del sitio; sin embargo, la forma en que lo observamos hoy dista mucho de cómo debió lucir en su época de esplendor.
Si se observa con detenimiento, es posible apreciar algunos detalles en la parte superior de los muros. Destacan especialmente las piedras salientes en las esquinas y en el centro de cada fachada, que probablemente sirvieron de soporte para relieves de estuco en forma de mascarones. En las fachadas norte y sur aún pueden distinguirse algunas de estas formas sobre el muro de piedra, las cuales fueron restauradas recientemente para limpiarlas, estabilizarlas y definirlas, con el fin de favorecer su conservación y facilitar su apreciación.
Estos restos corresponden a fragmentos conservados de los relieves de estuco que decoraban los muros, y ofrecen una visión muy distinta del sitio de Dzibilchaltún. Hoy vemos estructuras de piedra, y quizás imaginamos muros simplemente aplanados; sin embargo, la evidencia arqueológica revela que la mayoría de los edificios estuvieron originalmente decorados con elaborados relieves de estuco.
Todo esto lo sabemos gracias a los registros de las excavaciones realizadas en la década de 1960 y a los fragmentos que aún se conservan en colecciones de museos. Estos restos, provenientes del Templo de las Siete Muñecas y de otros edificios, nos permiten imaginar que, en esa misma época, la ciudad estaba decorada con relieves en estuco.
Los motivos de estos relieves remiten a un discurso simbólico relacionado con el agua, lo que sugiere que la deidad representada en el Templo de las Siete Muñecas podría ser Chaac, dios de la lluvia. Podemos entonces imaginar mascarones de Chaac ubicados en las esquinas y en el centro de los frisos, conectados entre sí por dos franjas entrelazadas cubiertas de elementos acuáticos.
Entre los fragmentos que se conservan se pueden reconocer peces, aves acuáticas, cangrejos e incluso lo que se ha interpretado como una mantarraya, rodeados de elementos que representan lirios acuáticos y ondas de agua, por lo que pareciera que dichas franjas fuesen dos chorros de agua que rodean el edificio y unen los mascarones en una especie de oración al agua.
Imaginar estas formas completando la decoración del templo nos ofrece una interpretación muy distinta a la que transmiten las piedras lisas que lo recubren hoy en día. Y si damos un paso más allá, visualizando estos frisos decorativos en otros edificios del sitio, podemos concebir una ciudad revestida de representaciones simbólicas que reflejan la importancia vital del agua para una cultura asentada en un entorno cálido, donde la geografía limita el acceso al agua a través de los cenotes, convertidos así en fuentes esenciales para la vida y el desarrollo de toda actividad humana.
Reconstruir estos fragmentos de historia nos permite generar nuevas interpretaciones sobre los sitios arqueológicos, que hoy se presentan como esqueletos de lo que alguna vez fueron: ciudades decoradas con relieves y colores que narraban historias por sí mismos, pero que el paso del tiempo ha desvanecido casi por completo.
Aun así, gracias a los registros realizados en distintas épocas, al trabajo interdisciplinario de arqueólogos, restauradores y arquitectos, y, sobre todo, a la fuerza de la curiosidad, podemos recuperar esos pedacitos de memoria que nos invitan a imaginar —y a sentir— lo que un día fue.
Martha Angélica Soto Velázquez es restauradora del Centro INAH Yucatán. [email protected]
Coordinadora editorial de la columna:
María del Carmen Castillo Cisneros; profesora investigadora en Antropología Social
Arriba: Fotografía publicada en el Libro The Stucco Decoration and Architectural Assemblage of Structure 1-sub, Dzibilchaltun, Yucatan, Mexico por Clemency Coggins, 1983.
En medio: Registro fotográfico previo a la intervención de 2023, CINAH-Yucatán
Abajo: Reconstrucción hipotética basada en registro arqueológico por Martha Soto, CINAH-Yucatán.
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