Opinión
La Jornada Maya
09/06/2025 | Mérida, Yucatán
Los Ángeles, California, es la segunda ciudad con mayor población de mexicanos en el mundo. Ahí también hay una enorme presencia latinoamericana y, culturalmente, esa urbe es un gigantesco crisol, el gran “melting pot” de los Estados Unidos en el cual confluyen personas provenientes de todo el continente americano, pero también de varios países asiáticos y africanos. Llegar a este punto, sin embargo, no ha sido un proceso sencillo ni pacífico.
El recelo contra los migrantes en California ha sido una constante. Lo mismo hacia la población nativa que contra los mexicanos que se encontraban establecidos ahí en 1847, luego contra los chinos que dieron su vida tendiendo rieles del ferrocarril en el siglo XIX; durante los años de la Gran Depresión, el odio se dirigió hacia los propios estadunidenses que llegaban de Oklahoma, Kansas y Nebraska, engañados por promesas de empleos bien pagados, como narra John Steinbeck en Las uvas de la ira. Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, de nuevo la necesidad de brazos hizo que se llamara a trabajadores mexicanos, quienes dejaron buena parte de sus fuerzas en los campos californianos, dando pie al activismo de César Chávez y Dolores Huerta.
Hoy, California se encuentra en el extremo de una ecuación que pone en jaque la idea de conformación de la república que hasta la fecha ha definido Estados Unidos. El motivo formal es la migración “ilegal”, aunque en el fondo se vislumbra una gran campaña de limpieza étnica encabezada por el magnate Donald Trump, quien ordenó desplegar a la Guardia Nacional y a un destacamento de Marines a ese estado, con el fin de contener las protestas contra las redadas migratorias.
El escenario no es desconocido. Ya en 1997, el filme para televisión The Second Civil War (dirigida por Joe Dante, para la cadena HBO), expuso una visión sobre los efectos del “exceso de migración” hacia los Estados Unidos, pero también mostraba el desaseado jugueteo de que eran capaces los políticos tanto de aquel entonces como de los contemporáneos.
El choque entre Donald Trump y el gobernador de California, Gavin Newsom, es particularmente ilustrativo. Ambos representan visiones diametralmente opuestas acerca de la constitución de su país: Newsom, quien estuvo entre los posibles candidatos a la presidencia estadunidense por el Partido Demócrata, mantiene la defensa de la soberanía estatal y que debe existir un freno al poder nacional dirigido desde la Casa Blanca; esto lo ha expresado manteniendo a Los Ángeles como “ciudad santuario” y al protestar por la federalización de la Guardia Nacional de California -que es, por cierto, una escena que sucede en la película referida líneas arriba.
Newsom ha recurrido a los tribunales, lo que permite ver que todavía existe algo de confianza en el Poder Judicial en el país de las barras y estrellas. Aquí, a Trump no le ha ido bien en los últimos días. Ya le fue revocada su imposición de aranceles y muy probablemente exista fundamento para negarle el control de las tropas de los estados -que eso es la Guardia Nacional.
Mientras, se han difundido ya por todo el mundo las acciones de la agencia de Inmigración y Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés), arrestando a niños y disparando, con balas de goma, a Lauren Tomassi, una reportera que transmitía en vivo para una cadena australiana.
Lo realmente cuestionable, y debe enfatizarse que los estadunidenses votaron por ello, es que se justifique la persecución contra los migrantes argumentando que se trata de delincuentes, pero las redadas del ICE se realizan en escuelas y centros de trabajo, como si los alumnos de primaria y trabajadores desarmados realmente pudieran poner en riesgo la estabilidad de ese país. De nuevo, lo que ofrece la historia es una larga secuencia de abusos contra quienes no se ajustan a la imagen del “americano” ideal, aunque en realidad, quienes no caben, son los más pobres.
Edición: Estefanía Cardeña