Opinión
Margarita Robleda Moguel
03/08/2025 | Mérida, Yucatán
Hace 54 años, en 1971, me lance quizá a la aventura más grande de la vida: asomarme al fondo de mi corazón. En el proceso de buscar mi camino, como ya les conté en entregas anteriores, llegué a Guachochi, en la sierra Tarahumara, como maestra voluntaria a la Repabé Rarámuri. Aprovechando que el día de la Virgen de Guadalupe, los rarámuris, subían de las barrancas y llegaban a Guachochi a la iglesia vieja, me colé con gran curiosidad a su festejo. La fiesta consistía en cocer en un perol enorme una vaca, tomar tesgüino, danzar alrededor del fuego al compás de los matachines, violines, guitarras y sonajas, con cantos que por supuesto no comprendía, pero la energía de una comunidad reunida en el festejo a la madre que aman, unión de la Lupita con otros protectores, a los que los chabochis (blancos) no tenemos acceso, me mantenían en silencio en una esquina, tratando de descifrar lo que veía y con un gran de deseo de integrarme al momento del agradecimiento y solicitudes que brotan en nuestros pechos frente a la fuerza del poder y del misterio.
¿Cómo acercarme a ellos? ¿Cómo comunicarme si desconocía su lenguaje y en ese momento, yo era la otra, la extraña, la que no descifraban aún si merecía confianza? Los abusos de los chabochis se multiplicaban en su memoria. Los chiquitos, niños al fin, me miraban curiosos. De pronto vi a un burro que pastaba tranquilo y la respuesta brincó, me dejé llevar y comencé a rebuznarle. Mi sorpresa fue que el jumento respondió al saludo. El milagro surgió: las caras se volvieron a mí y por primera vez me miraron. A los niños les dio mucha risa y comenzaron a acercarse, las cobijas que tapaban a los mayores, les permitieron asomar la mirada. ¡Por aquí, me dije! La vista de un perro, me invitó a copiar sus sonidos y cuya respuesta, ¡albricias! Me contactó con ellos. Ese fue el momento en el que descubrí el poder del deseo de comunicarse, el intercambio de sonrisas fluyó con alegría y fue cuando descubrí un secreto que me ha acompañado el resto de mi vida, “No es ni tu idioma, ni el mío, es el nuestro, el de la Tierra”. Siempre inicio mis conferencias con un beso de rana que invita a abrirse a lo distinto y, por otro lado, recordar que somos de la misma especie humana.
Esos son los pasos recuperados, pero, la realidad es que hoy a más de 50 años me pregunto si retrocedimos o somos mejores seres humanos.
Las pláticas con mujeres rarámuris me han estrujado el alma. Una me contaba que fueron nueve hermanos y ahora quedaban tres. ¿Muertes que se pudieron evitar? Otra me decía que a uno de sus maridos lo mataron antes de que naciera su niña, otro con una cirrosis hepática fulminante, etcétera. Y ella, luchando por traer a casa comida y hablándole a los hijos, que hay que ser agradecidos, porque no todos tienen la fortuna de tener un cuarto donde vivir y un plato de comida para disfrutar juntos. Y cuando uno se entera de cómo la riqueza de los que la tienen se acrecienta, pagando un peso por saco de manzana recogida, que el salario del día es de 100 pesos... ¿Y la luz? ¿la comida? ¿medicinas? Útiles escolares… uno entiende el dolor de la esclavitud disfrazada que ha multiplicado el alcoholismo, en este medio siglo de distancia de que los conocí, ¿están peor que entonces? Y algunos que lograron salir, se volvieron ladinos para continuar aprovechando la mano de obra esclava de sus hermanos rarámuris.
La noticia de que Candelaria Rivas Ramos ganó la carrera de 64 ks del Ultra Maratón de los Cañones en Guachochi 2025, después de haber caminado 14 horas para llegar, arrancar a correr siete horas y media y ganar, llenó de sorpresa y comentarios reconociendo su esfuerzo y capacidades en las redes y periódicos distantes, no en el de los que organizaron del evento. Me costó trabajo encontrar información en sus redes. El video que hallé, carecía de la música típica rarámuri, ¿Ignorancia? ¿Discriminación? ¿Falta de visión?
Mis pasos, que llegaron tan lleno de nostalgias, se encontraron con una realidad de dolor, indiferencia y mayor abuso del que padecían los rarámuris, así como la multiplicación de muertos ahogado de impotencia y alcohol.
La cultura de la muerte se expande por el mundo, pero la terca esperanza de la utopía, no me suelta.
Edición: Fernando Sierra