de

del

Caballeros de la prensa

Memoria Hemerográfica
Foto: Facsímil de la portada del libro

Si el periodismo y el oficio literario –entendidos como actividades con múltiples ramificaciones y frutos– encarnaran en sujetos en pleno ejercicio de su voluntad y de sus sentimientos, ¿tendrían motivos para envidiarse mutuamente? ¿Serían rivales acérrimos, hermanos separados o aliados inconscientes? Son preguntas ociosas que disuelven su vacuidad en los límites de un párrafo confeccionado de imágenes que tienen precedente en la fluidez de la cultura, porque ningún territorio es coto definitivo de oficiantes recelosos. Su origen común desde el núcleo sugestivo de la palabra proyecta su fuego en una red que, a semejanza de vasos sanguíneos, cumple funciones vitales y traza movimientos precisos. Las letras de uno pueden abrazar los registros cotidianos del otro desbordando sus mixturas en unidades de lenguaje y de sentido.

La tarea de reflexionar a partir de una selección de órganos de prensa cuya ruta sustantiva incita preguntas y significados constituye un paso para reconocer en sus planas el valor de las recreaciones literarias que acogen cuando así lo deciden, porque sus formas expresivas encajan en cualquier soporte escrito. Pero también hay plumas que muestran en sus libros (con recursos semánticos y persuasivos adecuados) las relaciones que las sociedades entablan con las figuras activas del periodismo en épocas y lugares diversos, con mezclas de realidad y ficción. Es como vienen a la mente Ilusiones perdidas de Balzac y Bel Ami de Maupassant, o en el contexto mexicano A ocho columnas de Novo, y El vendedor de silencios, de Serna, como ejemplos. Aquí cabe también el capítulo séptimo de Ulises, de Joyce, que desata efectos sutiles en lectores atentos.

Por una parte, queda claro que los herederos más conscientes de la tradición letrada aprecian a fondo sus matices y resonancias –incluso en sus vertientes ocultas, que escudriñan con empeño– y se sumergen en sus caudales; por ello la Odisea es punto de referencia en la novela emblemática de la modernidad que aquel irlandés universal creó para desconcierto de quienes se declaran incapaces de digerirla por anteponer su impaciencia a la dinámica interna que toda obra mayor trae consigo. En el citado capítulo de Ulises Leopold Bloom visita las oficinas de un periódico local porque se desempeña como agente publicitario encargado de gestionar avisos en las columnas del rotativo. Para realzar su propósito, este segmento del volumen se subdivide a su vez en epígrafes que evocan titulares de prensa y encabezados noticiosos dando paso a la trama (“Escándalo en un conocido restaurante”; “Sofista golpea arrogante Helena justo en la trompa”, según traducción de J. Salas Subirat).

En estos términos acontecen las rutinas y los hechos extraordinarios que un medio de prensa puede cobijar en el ejercicio de sus funciones en medio del ajetreo citadino y las vicisitudes de hombres y mujeres de otras historias secundarias narradas en tono sarcástico, como las manías de dos damas entradas en edad que colman su anhelo de acceder a una vista panorámica de Dublín. De este modo discurren los diálogos, las combinaciones de vocabulario, las ideas concatenadas que enriquecen la perspectiva general y, en suma, los elementos formales y de contenido que dan singularidad al texto.

El paralelismo de la novela con la obra clásica recreada queda en evidencia en el análisis que Günter Blörcker hace de su estructura, de tal manera que el capítulo citado tiene correspondencia con el canto décimo en que Homero describe la visita a la isla de Eolo, episodio que encierra innumerables desafíos para Ulises y sus acompañantes. En el escrito de Joyce, el simbolismo del viento tiende a observarse no sólo en vociferaciones y soplidos, en bocanadas de humo y en el aire que azota pruebas de galera sino también en la mención del arpa eolia y hasta en el descrédito de los “periodistas veletas” y en la metáfora de “inflar globos” que alude a la tendencia de emitir palabras pomposas. Incluso pudiera decirse, con este mismo ánimo, que los vientos acarrean noticias.

El Telégrafo, El Hombre Libre y Deporte son algunos nombres de periódicos que salen a la luz en la capital irlandesa y así, entre párrafos felices y artículos de fondo, el joven Dédalus llega al cubil de los periodistas a proponer una inserción por encargo del señor Deasy; considerando sus antecedentes de poeta, el director lo invita a incorporarse a sus filas; pronto abandonan el espacio rutinario de la redacción rumbo a un sitio más propicio para departir y compenetrarse de sus respectivas ocurrencias. En las conversaciones se habla tanto de literatura y de prensa como de un tercer oficio de lenguaje: la oratoria. Al calor de remembranzas de tribunos ilustres y analogías del Antiguo Testamento, queda claro que un buen discurso, con todo lo seductor que pueda ser, no comunica necesariamente una verdad. De cualquier modo, el uso de la palabra puede convertirse en una experiencia integral cuando se descubren las vías que ofrece para alimentar impulsos creadores.


Lea, del mismo autor: A impulso del oleaje

Edición: Fernando Sierra


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