Opinión
José Juan Cervera
10/09/2025 | Mérida, Yucatán
La cultura se sustenta en la capacidad de creación colectiva, sea de bienes materiales o de satisfactores intangibles, como aquellos que facilitan el acto comunicativo y la convivencia. Aunque la vida social despierta rivalidades y afán de medir fuerzas, hay espacios y ocupaciones que favorecen el encuentro fraterno y la suma de voluntades para cumplir propósitos de altura.
La Academia Cultural Peninsular es una asociación de amigos cuya variada experiencia enriquece sus sesiones semanales que comienzan con un desayuno servido en plena camaradería. A ellas concurrió el maestro Roldán Peniche Barrera antes de instalarse en el retiro donde pasó los últimos años de su vida. Su presencia en las reuniones prodigó saberes históricos y literarios compartidos en actitud espontánea, desprovista de pretensiones ampulosas y del aire docto que asumen los profesionales de la charlatanería concurrentes de otros sitios: en aquella atmósfera gozosa no hubo cabida para ellos.
El deceso del maestro Roldán, acaecido en agosto de 2024, consternó a su familia, a sus amigos y a quienes hallaron estímulo intelectual en su vasta obra. Sin pretenderlo, se hizo figura prominente entre los escritores de su generación, además de ganar el aprecio de los que llegaron después, porque abrió canales de entendimiento con ellos gracias al carácter jovial con que los recibía. Así se condujo con personas de diversos orígenes que siempre se sintieron cómodas en su compañía, tal como consignan los abundantes testimonios que dan cuenta de su cordialidad.
En memoria suya, sus compañeros de la Academia Cultural Peninsular promovieron la edición del libro Gran Roldán, testimonio de amistad, que se presentó en Mérida durante la Feria Internacional de la Lectura Yucatán 2025. El nombre de este volumen tiene motivos precisos: refrenda la grandeza agazapada en su trato sencillo, pero también remite a una añosa ceiba que se yergue en un terreno del municipio de Hunucmá, propiedad de su amigo Daniel Quintal. El árbol fue llamado así porque, durante una visita campestre, el homenajeado se detuvo bajo su sombra para reposar un rato y conectar con el orden sutil que reverencia la cultura maya, de la que fue intérprete fiel y divulgador entusiasta. El autor de Versos de luna negra encarna las cualidades atribuidas a esa especie vegetal tan apreciada por los moradores originarios de una tierra que estimula vuelos imaginativos y conocimientos profundos.
La edición contiene escritos en prosa y en verso, impresiones personales y fotografías, materiales reunidos por Jaime Méndez Mendoza; cuenta con un prólogo de Raúl Vela Sosa y colaboraciones de Elly Marby Yerves Ceballos, José Perulles López, Hansel Ortiz Betancourt, Alberto Loría Trejo, Antonio Novelo Medina, Elman Rosado Arce, Víctor Lara Durán, Amado González Pat, Adolfo Góngora López y Jorge Parra Zapata quienes, junto con los ya mencionados Méndez y Vela, registraron anécdotas y recuerdos. El impreso rememora el día en que los amigos, tras coincidir en un céntrico café, se trasladaron al Foreign Club para mitigar el calor persistente; sin embargo, como el bar aún no abría sus puertas, se situaron en el umbral del establecimiento saludando a los muchos conocidos que transitaban a esa hora en la calle 72, hasta que llegó la hora de recibir a los clientes y pasaron al siguiente episodio de la jornada en regocijo.
Los textos destacan las circunstancias en que sus autores conocieron al amigo ausente, los ratos de solaz que vivieron con él y la zozobra de sus últimos días. Sobresale la mención recurrente de su vieja máquina Olivetti, en uso continuo para dar cuerpo a libros y columnas periodísticas en las que los nombres de sus cofrades aparecieron con frecuencia para atribuirles el crédito de algún dato, pero también para ejemplificar diálogos que incluyeran el uso popular de vocablos llamativos, o bien cuando precisaban algún matiz insospechado del tema del día. Los artículos del maestro cedieron espacio para que sus compañeros dieran a conocer breves reflexiones o comentarios a propósito de hechos memorables.
En otro de los pasajes del libro, el compilador refiere un sueño que le sobrevino la misma noche en que el escritor multifacético se despidió del mundo, vislumbrando la imagen de una imponente estructura arquitectónica del pasado maya franqueada por una ceiba que extendía su copa hacia la inmensidad celeste en medio de la selva. Al llegar a sus oídos la infausta noticia comprendió el sentido simbólico de sus intuiciones y la fuerza del vínculo que los ciclos de la naturaleza recrean en su inexorabilidad. Pese a todo, en las tertulias semanales de la Academia Cultural Peninsular la silla del apreciado mentor permanece vacía como señal de duelo y de gratitud, como reflejo de permanencia cierta en la memoria colectiva que aloja valores inmarcesibles.
Edición: Fernando Sierra