Opinión
Francisco J. Rosado May
23/09/2025 | Mérida, Yucatán
Uno de los resultados de la Cumbre Mundial de Sistemas Alimentarios, a finales de 2021, fue la creación de la Coalición para la Alimentación Escolar (https://schoolmealscoalition.org). La figura de Coaliciones fue el nuevo andamiaje para atender los grandes retos de la producción, consumo y disposición final de alimentos. Las Coaliciones buscaron el reconocimiento y apoyo de gobiernos y organizaciones de la sociedad civil.
Para revisar los avances que la Coalición de Alimentación Escolar ha logrado a cuatro años de su creación, y a dos años de su primera cumbre, se llevó a cabo en Fortaleza, Brasil, el 18 y 19 de septiembre, la reunión que fue atendida por más de 80 países de los más de 100 que han dado su reconocimiento y apoyan a esta Coalición. México es uno de ellos.
El trabajo de la Coalición hoy se refleja en la atención a 466 millones de niños que reciben alimentación en sus escuelas, desde primaria hasta bachillerato en algunos países. Actualmente se destina un presupuesto mundial de 84 mil millones de dólares para este propósito. Los datos representan casi el 50 por ciento de la población estudiantil a nivel de educación primaria en el mundo. Es decir, aún no se logra la meta de asegurar que todos los niños del mundo estudien con el estómago lleno.
El propósito, sin embargo, de la coalición no es solo proveer alimentos a los niños. Se trata de ofrecer nutrición balanceada y muchos países han asociado esta política con otra relacionada con la producción local. Brasil, líder en el mundo en alimentación escolar, tiene como política que el 30 por ciento de los alimentos que se dan en una escuela provengan de la producción local. En esta segunda cumbre, las autoridades brasileñas firmaron una iniciativa que será discutida en los órganos correspondientes para que ese porcentaje se eleve al 45 por ciento. Un reto nada fácil.
Pero la vara está aún más alta y requiere que los países establezcan mecanismos eficaces e innovadores para lograrlo. Se trata de que los alimentos provengan de sistemas de producción sostenibles, y que sean culturalmente pertinentes. Algunas personas lo calificarían como producción agroecológica.
En países como México, Guatemala, Bolivia, Perú, con alta población indígena, una política como la señalada arriba implicaría a comunidades indígenas, no solo por la escuela ubicada en esos territorios sino por sus sistemas alimentarios. Y aquí hay una discusión importante porque nuestro conocimiento sobre el funcionamiento de los sistemas alimentarios indígenas no es suficiente para enfrentar el reto de una política como la de Brasil.
No se trata de que en las comunidades indígenas o locales produzcan sin poner atención a la forma de producción. De nada sirve que la producción local sea igual a la producción convencional de gran escala y uso intensivo de agroquímicos. No solo la producción local no podría competir con los grandes productores, sino que el uso de técnicas no sostenibles rompe con el propósito de la política de alimentación saludable, apoyo a las comunidades y conservación de la naturaleza, tejido social y conocimiento local/indígena.
Los países que han alcanzado niveles aceptables de éxito en la articulación de objetivos que podrían no ser tan compatibles, lo han hecho porque han logrado establecer un mecanismo claro de interfase eficaz entre conocimiento y política. Es decir, hay una excelente articulación entre la necesidad política y la generación de conocimiento que atiende y resuelve problemas, integrando conocimiento científico con conocimiento y sabiduría local.
Con base en lo anterior queda claro que hay mucho trabajo por hacer en nuestro estado y en México en general.
Es cuanto.
Edición: Ana Ordaz