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El Premio Packard

El papel que ha tenido Julia Carabias a favor del medio ambiente la hacen merecedora del reconocimiento
Foto: Wikimedia Commons

No puedo ocultar que admiro a Julia Carabias desde hace más décadas de las que quisiera recordar, y que le tengo desde la escuela primaria un afecto fraterno que no ha cesado ni siquiera cuando hemos dejado de estar en contacto por larguísimos períodos. Dejo esto dicho de entrada porque, en parte, tiñe lo que quiero compartir acerca del premio que se le otorgó hace unos días. El pasado 9 de octubre, en Abu Dhabi, en los Emiratos Árabes unidos, se le otorgó a la Doctora Julia Carabias Lillo el premio Frank Packard, ofrecido anualmente por y la Comisión Mundial de Áreas Protegidas (CMAP) de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza a personas que han demostrado valor y dedicación extraordinaria en la conservación y protección de la naturaleza.

La trayectoria de Julia como académica, funcionaria del ejecutivo federal durante el último lustro del siglo pasado, mentora de jóvenes conservacionistas que hoy continúan y fortalecen sus esfuerzos en la lucha por la riqueza natural nacional, y corazón y motor de organismos no gubernamentales de corte ambientalista, seguramente hizo que resultara una tarea facilísima para el jurado responsable de asignar el premio, la selección de su candidatura. No sorprende en absoluto que Julia, en su discurso de aceptación y agradecimiento, haya dicho que el premio lo merecen los cientos de personas que al han acompañado a lo largo de sus años de lucha en favor de los ecosistemas, sus servicios y los recursos biológicos que los habitan.

El papel que ha tenido la doctora Carabias en la consolidación del sistema nacional de áreas protegidas, su rol en el establecimiento de parques y reservas en diferentes partes de la república, desde el derrame del Chichinautzin hasta las selvas del sureste y, muy especialmente, el compromiso que la ha llevado a dejarse la piel en los esfuerzos por proteger lo que queda de la selva lacandona, son argumentos más que suficientes para hacerla merecedora del reconocimiento de la UICN

Pero Julia Carabias es mucho más que la ganadora del Packard de este año, y seguramente lo que diré en los próximos párrafos la harán ruborizarse y quizá incluso molestarse un poco conmigo, pero no puedo dejar pasar la oportunidad. Ella no ha hecho nunca nada por un premio, ni siquiera cuando sacaba puro diez en la escuela, o cuando fue el mejor promedio de la carrera. Su modestia, rayana en la timidez, y su absoluta autenticidad, son dos rasgos que la han definido a lo largo de toda su vida. Habla inter pares con todo interlocutor: es la misma persona cuando dialoga con un campesino, un político o un académico. Se dirige lo mismo a un joven estudiante, que a un párvulo o a una persona mayor. No sólo es consistente su narrativa, sino también su talante.

Empática y solidaria, a Julia no le ha costado nunca un esfuerzo extraordinario ponerse en los pies del otro. El suyo es un humanismo honesto, que no enarbola nunca como bandera, sino lo ejerce cotidianamente con naturalidad. Pero, además, su afecto no se limita a lo estrictamente humano, he visto a Julia charlar amigablemente con un coatí, acompañar cortésmente a una tarántula para que abandone sin daño una habitación, o flotar apacible en un río mientras los cocodrilos se asolean en la ribera.

Su labor en el aula, sus charlas y publicaciones son evidencia de un rigor académico escrupuloso y deliberado, mas nunca han sido obstáculo para que Julia se maraville ante el espectáculo de la naturaleza. Me ha tocado ver su expresión de regocijo al ver brotar un río de murciélagos de entre las oquedades de las estructuras de Uxmal. Esta capacidad de asombro, de gozo ante el escenario del entorno, quizá ayuden a entender cómo es que Julia ha logrado mantener durante décadas el entusiasmo por una lucha que suele resultar frustrante hasta la desesperanza. Ella sabe que las fuerzas que se oponen a la resiliencia de la naturaleza son brazos de gigantes, y no aspas de molino, y se precipita una y otra vez contra ellas soportando reveses y caídas.

Aunque es sin duda capaz, como todos, de enfurecerse y rabiar, no recurre al insulto fácil o a la falta de respeto. La escucha atenta, la respuesta serena y la crítica lúcida son los instrumentos acostumbrados en el diálogo. Siempre antepone el difícil camino del convencimiento a la tentadora ilusión de vencer. Y siempre se convence cuando juzga que los argumentos del otro tienen el peso de la razón y la evidencia.

Si se me permite una pedantería, lo que priva en Julia Carabias es el ethos (ήθος), el carácter de los griegos clásicos, de manera que en ella la ética no es una cuestión de ejercicio intelectual, o de la adopción deliberada de colección de valores ideológicamente determinada, sino que es consubstancial a su persona.

Lea, del mismo autor: Aguacates y clima

Edición: Fernando Sierra


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