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Las catástrofes naturales no son meros paréntesis en la historia de México; son, lamentablemente, una constante que ha marcado los sexenios, tanto en el siglo XX como en el XXI. La reciente oleada de inundaciones y tormentas inesperadas no es solo un evento meteorológico, es un brutal espejo que nos devuelve la imagen más dolorosa del México profundo: el dolor de la pobreza extrema.

Las fotografías y los vídeos que inundan las redes y los medios no mienten. desnudan una realidad de desigualdad estructural, la pauperización de vastos sectores de la sociedad, el crónico olvido y un desorden urbano rampante, evidenciado en los asentamientos irregulares y la falta de un control territorial efectivo. El agua baja, pero deja al descubierto la deuda histórica.

Entre la Corrupción y la Emergencia

En este contexto de emergencia, el debate sobre los fondos para desastres resurge con fuerza. La antigua figura del Fondo Nacional de Desastres (FONDEN), eliminada bajo el argumento de ser un foco de corrupción y burocracia, se convierte en el centro de la polémica.

Este es el momento crucial para demostrar a las voces críticas que la desaparición del FONDEN era necesaria y que el nuevo modelo de atención es superior. La promesa del actual gobierno (la Cuarta Transformación o 4T) fue que el recurso
sería más ágil y transparente, llegando directamente a los damnificados sin la opacidad y los "moches" que, según se denunció, opacaban su operación.


La ayuda inmediata es fundamental, pero más allá del rescate, el auxilio y el salvamento, este es el momento de la verdad. La eficiencia del nuevo esquema de respuesta, que ahora depende de la Secretaría de Hacienda y Protección Civil para la activación de planes como el DN-III y los censos directos de damnificados, está a prueba ante la urgencia.

Desigualdad y olvido

La visibilidad que esta catástrofe natural le ha dado al dolor de los más vulnerables, incluso a ojos del mundo, debe ser atendida desde la raíz. La desigualdad social no es solo económica; es territorial. La histórica deuda social y la explotación de siglos atrás persisten, manifestándose en la extrema vulnerabilidad de las comunidades más pobres.

El drama se agrava por una compleja orografía que, es cierto, dificulta llevar servicios a comunidades ancestralmente asentadas en montañas. No obstante, una parte significativa del problema radica en el crecimiento desordenado: comunidades que, por necesidad y falta de opciones, se han asentado de forma reciente y descontrolada en laderas de ríos o en zonas inhabitables. La falta de planeación urbana y la laxitud en el control del uso del suelo se convierten en cómplices del desastre.

La semana pasada escribí que la 4T representa un nuevo régimen en búsqueda de un equilibrio social, este no es solo un momento de emergencia, es momento idóneo para una verdadera transformación.

Cuando el agua baje y el lodo se seque y se barra, no debe quedar una sociedad damnificada a la espera del próximo evento, sino una sociedad en mejores condiciones.

La sociedad debe exigir al proyecto transformador una visión de largo plazo que trascienda la ayuda paliativa:

Viabilidad para la Urbanización: Implementar una política de ordenamiento territorial que relocalice a las poblaciones en zonas seguras, facilitando el acceso a servicios básicos.

Movilidad Social: La reconstrucción debe ser una palanca para generar oportunidades de desarrollo y movilidad social en las zonas históricamente marginadas, cerrando la brecha de la deuda social.

La máxima de "primero los pobres" solo se cumple si la catástrofe se convierte en un punto de inflexión, demostrando que la ayuda es inmediata, transparente y, sobre todo, que el auxilio de hoy sienta las bases para la transformación estructural de mañana. 

México se encuentra en una encrucijada. La emergencia climática es una advertencia que ya no podemos ignorar. Lo que hoy vemos en las comunidades más vulnerables no es mala suerte, sino el resultado directo de la desigualdad acumulada y la falta de planeación. El desafío no es solo reconstruir las casas que se cayeron, sino edificar un nuevo pacto social y territorial donde la vida de los más pobres deje de ser una variable  ante el fenómeno natural.

 La verdadera transformación exige que el gobierno y la sociedad civil actúan de manera coordinada para que la próxima tormenta encuentre a un México más ordenado, más justo y, sobre todo, con menos pobreza que aplastar.

Paso de gato 

Entre enero y agosto, el país recibió 63.7 millones de visitantes internacionales, lo que representa un notable crecimiento del 13.7 por ciento respecto al año anterior. Canadá es nuestro segundo mercado más importante, con 1.8 millones de turistas en ese periodo.

La Secretaría de Turismo aún no define la sede del Tianguis Turístico No. 51. Es el momento de reimpulsar zonas que han pasado por crisis de seguridad o que hoy enfrentan la emergencia, como Sinaloa, Tamaulipas, Veracruz o Sonora. Llevar el principal escaparate turístico nacional e internacional a estos estados  es una inyección de moral, infraestructura y promoción directa, demostrando que el crecimiento económico del turismo puede y debe ser una herramienta para sanar y transformar al México que más lo necesita.



Edición: Fernando Sierra


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