Tanto en el contexto académico como en los corrillos, la relación entre los partidos políticos y la credibilidad llega a un consenso: se encuentran entre las instituciones que más desconfianza generan. Aunque esto obedece a varios factores, hay uno que puede llamar la atención y es el concebir a los partidos como entes comerciales y a quienes compiten por un puesto de elección popular como un producto.
La actividad política, en lo que refiere a la discusión argumentada de los asuntos públicos, tiene ya bastante tiempo en el abandono, pues tanto para la tribuna como para la campaña se ha vuelto de rigor el sometimiento al marketing electoral, entendido también como el convertir a los candidatos en equivalentes a refrescos y considerar que el electorado es un conjunto de compradores, que paga con su voto la esperanza de obtener beneficios para su comunidad inmediata y en consecuencia para el país.
Así, no resulta ocioso comparar lo ocurrido este fin de semana con la “campaña de relanzamiento” del Partido Acción Nacional (PAN), con las estrategias de mercadeo basadas en la afirmación “nueva imagen, mismo sabor”; lo que para el consumidor significa que paga más por diseño de envases, etiquetas y logotipos que por lo que realmente le interesaría adquirir.
Entonces, si de antemano se entiende que un “relanzamiento” es una operación cosmética, queda pendiente aclarar qué es lo que los actuales líderes del PAN consideran que significa “regresar a la esencia del partido”. Han sido ya décadas de pragmatismo, que podrían asociarse a la ausencia de dirigentes comprometidos con la formación de cuadros, como dentro del PAN fue Carlos Castillo Peraza, y los resultados están a la vista.
Las coincidencias entre el PAN y el Partido Revolucionario Institucional no son nuevas. El nombrar “PRIAN” a la alianza de facto -y formal, en ciertas coyunturas -entre estos dos partidos surgió a finales de la década de 1980, ya con Carlos Salinas de Gortari en la Presidencia, desde donde dirigió una política de desmantelamiento del Estado en nombre de la eficiencia, consolidando la época de gobiernos neoliberales.
Cabe preguntar si el simbolismo de realizar el “relanzamiento” en el mismo edificio donde hace 86 años fue fundado el PAN -el Frontón México -implica también la añoranza por volver a identificarse con “la gente bien”. Si el partido está definido como “los que defendemos nuestra patria, nuestro suelo, nuestro cielo, nuestro idioma, nuestras creencias, el espacio y el tiempo en el que Diosito nos permite vivir esta vida”, está mucho más cerca de las organizaciones laicas que apoyaron a los rebeldes cristeros -que siguen gritando “¡Por Dios y por la patria!” en sus conjuntas -, y a los grupos que desde México apoyaron a la dictadura de Francisco Franco. Por eso no es casual que hayan contado con un mensaje de José María Aznar, ex presidente del Gobierno de España emanado del Partido Popular; ni la presencia de Claudio X. González, acérrimo enemigo del movimiento de la Cuarta Transformación, quien mañana inicia en Yucatán una gira para promover la “salvación de la democracia”.
También es cierto que en el ámbito internacional es posible encontrar ejemplos de avance de los grupos de derecha y de ultraderecha, pugnando por territorios sin migrantes -y menos si estos son pobres-, una población “occidental y cristiana”, la represión de la sexualidad -ya Rius llamaba a los panistas “los de la bragueta persignada”, y, quieran reconocerlo o no, partidarios de un régimen autoritario como el de Nayib Bukele en El Salvador. Y esto no lo esconde ningún “relanzamiento” que se limite a un nuevo logotipo y campañas publicitarias, y uno pueda afiliarse desde la comodidad de su celular, sin discutir ideas ni hacer comunidad.