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Entrevista exclusiva con Diemecke

Tras dirigir en todo el mundo, es uno de los aspirantes a encabezar la Sinfónica de Yucatán
Foto: OSY

A sus 70 años, luego de casi medio siglo de trayectoria profesional como músico y director de orquesta, con el rostro absorto y receptivo en torno de su bien más preciado, la música, el maestro Enrique Arturo Diemecke confiesa sin pudor que ha llorado en el podio al frente de agrupaciones sinfónicas en todo el mundo.

Como artista nato, reconoce que percibe, siente y se conmueve hasta las lágrimas con grandes obras maestras de la música, y evoca lo sublime como un Adagietto de la Quinta Sinfonía de Mahler hasta grandiosos finales o pasajes, lo mismo de obras de Bruckner, Beethoven y Brahms, que de Tchaikovsky, que es, afirma, todo pasión. 

Lejos de forjar un carácter recio, férreo, impenetrable como Toscanini, Karajan y otras leyendas de la batuta, Diemecke, primero violinista, luego cornista y percusionista y ahora director de orquesta hasta en la médula de los huesos, se muestra sensible, aunque reconoce que las obras de Mozart no le dan muchas oportunidades de llorar.

Acepta en entrevista que ha desbordado el llanto, en momentos elevados como en los pasajes de Aleluya del oratorio El Mesías del compositor alemán George Frederick Handel. Lo mismo le ha acontecido, con algunas obras de Johann Sebastian Bach, a quien se le debe, dice, haber convertido la música en ciencia.

En la conversación luego de un ensayo con la Orquesta Sinfónica de Yucatán, con la cual interpretó Calaveras de Eugenio Toussaint, Impresiones Brasileñas de Ottorino Respighi y la Cuarta Sinfonía de Brahms, el maestro no descarta tampoco dentro de sus intensas emociones las creaciones de Mendelssohn, Schumann y Schubert.

Como mexicano que es, ya que nació en la capital del país el 5 de julio de 1955, reconoce que, aunque tantas veces interpretado, el Huapango de José Pablo Moncayo le emociona hasta el tuétano, obra que lo hace llorar de alegría, expresiones que también ha sentido con la música de Carlos Chávez cuyas composiciones, comenta, tienen cierta magia y nostalgia.


Foto: OSY

Conocida es su pasión por la música del sinfonista austriaco Gustav Mahler, de quien publicó en 2020 un libro titulado Enrique Arturo Diemecke. Biografía con Música de Mahler, del escritor y poeta José Ángel Leyva para Siglo XXI Editores, edición que incluye la grabación de la Primera Sinfonía, Titán, del citado compositor. 


Sin mediar pregunta, expresa su entusiasmo por el repertorio sinfónico mahleriano, al citar la Primera Sinfonía cuando se ponen de pie los cornos; el final de la Segunda Sinfonía La Resurrección, el tercer y sexto movimientos de la Tercera Sinfonía, el canto de la soprano al final de la Cuarta Sinfonía, la tragedia y el tema del alma de la Sexta.

También rememora con la emoción de un niño, la Séptima Sinfonía “por la forma eufórica de demostrar que hay esperanza y alegría” en el compositor, la Octava Sinfonía De los Mil, el final de la Novena y la Décima, una de las grandes obras, con su adagio que es algo así, afirma, “como música de más allá”.

No deja de mencionar Das Lied von der Erde o La Canción de la Tierra, un ciclo de seis temas en forma de sinfonía de Mahler, trabajo en gran escala para dos solistas vocales y orquesta que dirigió en el Teatro Colón con la Sinfónica de Buenos Aires después de la pandemia, en momentos en que no se permitía todavía tener mucha gente en el escenario.

No hay duda del gusto de Diemecke también por el impresionismo musical, al aludir con emoción El mar del francés Debussy y evocar las fiestas en el Bois de Boulogne y las pinturas impresionistas de James McNeill Whistler en la obra Festivales, así como a Ravel con Los Cuentos de Mama la Oca y Dafne y Cloe.  

Ante este alud de emociones, Enrique Diemecke, quien ha dirigido en todos los continentes y ahora se ha fijado como meta encabezar la Sinfónica de Yucatán, mediante un proceso de selección que lleva al cabo el Fideicomiso Garante y los músicos de la orquesta, expresa estar absolutamente convencido del poder transformador de la música.

“Se ha comprobado en estudios psicológicos y científicos que la música tiene vibraciones, tienen un mensaje y un efecto en todo”, recalca el director, al mencionar las repercusiones del sonido en la física, mediante una cantante capaz de romper un foco con las vibraciones u ondas sonoras, o los efectos de los contrabajos en el piso.  


Foto: OSY

“Hay quienes se han dedicado a eso y han encontrado cosas increíbles sobre la influencia y el poder de penetración que tiene la música en los seres humanos, en la personalidad, incluso puede inducir conductas, también puede incluso dar una forma de vida”, agrega el maestro, de amplio currículum al frente de orquestas, giras, grabaciones y reconocimientos en México y en el mundo.

Y precisamente por el poder transformador de la música, expuso la importancia de difundir la música clásica como alimento del espíritu, “fortaleciendo los lugares en los que estamos débiles, donde necesitamos una reforzadita”.


Edición: Fernando Sierra


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