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El cuento, una forma de facilitar el aprendizaje

El acto de narrar como una potente arma didáctica
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán

En la mayoría de las escuelas, no sólo del país sino de todo el mundo, existe un debate permanente acerca de cuáles son las mejores estrategias pedagógicas que permitan alcanzar los objetivos de aprendizaje establecidos en los programas educativos. También persisten las discusiones sobre los recursos didácticos que faciliten el aprendizaje entre los escolares. Sin embargo, casi nadie voltea a mirar el cuento literario como una táctica que favorezca el aprendizaje de los niños y los adolescentes. Si bien el cuento es tratado regularmente como un contenido más de los programas educativos, este género narrativo también puede ser aprovechado como estrategia para aprender.

Nadie podría oponerse a la idea de que la palabra es el elemento fundamental de la escuela; a través de ella, surgen las explicaciones, los ejemplos, las comparaciones, las conclusiones y demás procedimientos para beneficiar el aprendizaje. Además, la narración ha perdurado a lo largo de los siglos como una forma didáctica que incide directamente en el desarrollo del proceso educativo: las pinturas rupestres de la prehistoria bien podrían representar el pizarrón del aula y la narración, “la impartición de la clase”.  

El cuento, en tanto narración, es una manera de construir conocimiento y también una forma cultural de estrechar y extender la memoria de las comunidades. Narrar es, en el fondo, un acto de revelación, es decir, el narrador es, además de un testigo, el protagonista del conocimiento mismo. Cabe aclarar que, en el contexto educativo, no se narra sólo para que los que escuchan sepan más, sino para que también ellos aprendan a hacer preguntas. De esta forma, será posible asegurar el proceso enseñanza-aprendizaje. El cuento no sólo es útil para entretener; más que ello, puede ser causa de trasformaciones humanas. 

De aquí la importancia de considerar el cuento y el acto de narrar como un solo proceso. No basta con acercar cuentos a los escolares, sino narrarlos frente a ellos, o que alguno de ellos mismos los relate. La narración implica una triada constituida por lo educativo, lo emotivo y lo voluntarioso: un cuento siempre incluye un contenido particular, una emoción que provoca y la voluntad de participar en el acto de la narración. Es la mejor forma de comprometer a todos en el aprendizaje. 

Sin embargo, no habrá que confundir el cuento literario, libre y autónomo de la escuela, con el llamado cuento didáctico, que incluye generalmente “conclusiones” a manera de moralejas (como en las fábulas). Este último tipo de narración siempre ha resultado forzada y farragosa. En cambio, el relato independiente tiene más y mejores posibilidades de sembrar conocimiento y derivar preguntas en torno de éste. El cuento literario ofrece una diversidad de conocimientos, los cuales podrían ser cuestionados con preguntas certeras. 

Para algunos, principalmente docentes y padres de familia preocupados por la escolaridad de sus hijos, podrían pensar que lo mejor será que la escuela se encargue de establecer los contenidos curriculares, continúe sugiriendo los métodos pedagógicos para que los alumnos logren alcanzar los objetivos determinados en los programas educativos. Y seguramente esa situación continúe. Aunque una forma (la escuela tradicional) no impedirá llevar a cabo la que ha sido propuesta aquí (el cuento literario en la escuela y la casa). 

 La escuela seguirá encargada de conducir a los niños por donde marcan los planes de estudio y los programas educativos diseñados por las instituciones públicas de educación. Pero esta circunstancia nunca impediría que, en las aulas, los hogares, las salas de lectura o los antiguos rincones de lectura (por rescatar), unos relaten cuentos y otros escuchen y hagan preguntas inteligentes. Además de que los escuchas adquieren conocimientos que ofrece cada narración, aprenderán a escuchar y hacer preguntas acertadas, y, lo más importante, tendrán a la mano una gran estrategia que les permita aprender por su cuenta.     

Lea, de la misma columna: La inutilidad del arte

Edición: Fernando Sierra


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