Opinión
José Juan Cervera
03/12/2025 | Mérida, Yucatán
La fuerza con que fluye el recuerdo irriga el sentido de los procesos sociales, contribuyendo a esclarecer el orden cultural en que inciden sus valores. El acopio de testimonios fehacientes y la recreación de su significado varía con la experiencia individual y con el alcance colectivo de las ideas que compiten para asegurar espacios de influencia y predominio. El poder y el conflicto están presentes en las fibras que enlazan la vida cotidiana, en las prácticas que la conforman y en las expresiones que derivan de ella.
El nacimiento de un periódico es resultado de propósitos definidos, aun cuando en algunos casos se enturbien al grado de opacar sus motivaciones de fondo. El Diario del Sureste apareció, inequívocamente, como un proyecto emanado del espíritu de la Revolución Mexicana, y por ello inició sus ediciones en una fecha conmemorativa: el 20 de noviembre de 1931. El suyo fue un contexto de agudo enfrentamiento entre fuerzas políticas, de adversidades en el plano económico y de una urgente necesidad de fijar posiciones ante los problemas del país y de Yucatán. La prensa tradicional en el estado se había fijado la meta de imponer su criterio y sus intereses en el ánimo de la población, y la inmovilidad no era el recurso indicado para acometer este desafío.
Es notable que el ingeniero Joaquín Ancona Albertos haya sido su primer director, porque su trayectoria profesional y su proyección cívica tuvieron como base una integridad ética que, cuando años después ocupó la rectoría de la Universidad de Yucatán, fue objeto de ataques injuriosos tramados por adversarios ideológicos que lograron removerlo del cargo, orillándolo a abandonar su tierra natal, donde hasta 1963 fue distinguido con la medalla Eligio Ancona. Sin embargo, su nombre sigue sin ser reivindicado del todo de la maledicencia que se volcó contra él por representar el ala progresista de la sociedad yucateca.
Un conocimiento sólido de los acontecimientos históricos requiere ponderar las versiones contradictorias que se ofrecen sobre ellos; es necesario tener a la mano fuentes confiables para hilvanar una apreciación dinámica del ser social. El enfoque crítico y la mirada suspicaz son indispensables para discernir el entramado de sus caracteres. La historiografía identificada con los sectores del conservadurismo tiende a rebajar el advenimiento y el desarrollo del Diario del Sureste, pero en cambio los patrocinadores de aquella se congratularon de su desaparición, propiciada por ellos.
El libro Diario del Sureste, setenta años de historia (Mérida, Ateneo del Mayab, 2014) compila textos orientados a reconocer la importancia de un medio que, pese a haber nacido al cobijo de instancias oficiales, dio cabida a hombres y mujeres excluidos o menospreciados por la prensa en servicio de la oligarquía local a lo largo de sus cambios de nombre a partir del último tercio del siglo XIX, la misma que hace gala de longevidad enarbolando su inveterada vocación oscurantista y su carencia de escrúpulos.
El afán de sintetizar siete décadas del Diario del Sureste se refleja en una selección de escritos de años diversos, que aportan datos básicos y recrean los ambientes sucesivos por los que transitó el rotativo, el cual vio el final de sus días en 2003 como resultado de una ominosa maniobra de sus enemigos políticos. Un decenio después pudo resurgir de una forma modesta en calidad de semanario alojado en un portal electrónico que los defensores de su memoria crearon para honrarla con elementos nuevos y recursos limitados, pero efectivos.
El volumen contiene una oportuna introducción del contador público Luis Alvarado Alonzo, en la que traza una línea de continuidad simbólica entre el grupo de liberales sanjuanistas que a principios de la centuria decimonónica se organizaron en torno a la figura de Vicente María Velázquez, clérigo de avanzada que habitó el predio 532 de la calle 60 de Mérida, donde después se establecieron las oficinas y los talleres del diario fundado un 20 de noviembre. Hace recuento de logros y contrariedades que experimentó este órgano informativo. Así, por ejemplo: “En su fase de vida 1995-2000 nuestro apreciado periódico ya iba rumbo a su equilibrio económico. Un 51 % de su ingreso era propio, no de fuentes oficiales, que entonces cubrían suscripciones, trabajos de imprenta que requerían, impresión de libros, etcétera… Los talleres se abrieron a la competencia en calidad y precios, oportunidad y servicios de impresión, que incluyeron textiles y hasta lápices”.
El libro reúne ensayos evocativos y analíticos de autores como Roldán Peniche Barrera, quien refiere las contribuciones de algunos intelectuales yucatecos en las páginas del suplemento cultural del diario; Conrado Menéndez Díaz rememora los primeros años de la empresa editorial y Arturo Menéndez Paz propone un acercamiento diacrónico a ella. Un texto de Oswaldo Baqueiro López expone con mayor detalle su acontecer histórico y brinda una lista completa de sus directores (de los que él formó parte), con breves comentarios acerca del desempeño de cada uno. La edición se complementa con un anexo fotográfico y otros materiales que ayudan a aquilatar los valores profundos que encarnó el Diario del Sureste.
Edición: Fernando Sierra