Opinión
La Jornada Maya
03/12/2025 | Mérida, Yucatán
Este 3 de diciembre tuvo lugar la conmemoración del Día Internacional de la Discapacidad, una jornada que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) dedica a promover la inclusión y derechos de quienes viven con una discapacidad, de manera que se desempeñen plenamente en los aspectos social, económico, político, cultural y, en fin, todas las aristas de su vida.
La estadística mundial indica que una de cada seis personas vive con alguna de las múltiples discapacidades que existen, pues solamente por tipo se les divide en física o motora; sensorial, intelectual y sicosocial; dentro de cada uno hay todavía un espectro mayor y también es posible la combinación de dos o más formas de discapacidad.
Sin embargo, como ocurre con muchas otras fechas conmemorativas, la forma suele importar más que el fondo, de manera que para las autoridades basta iluminar edificios o promover que los servidores públicos vistan de cierto color para decir que promovieron acciones de concientización. En tanto, hacen falta datos para que verdaderamente puedan impulsarse políticas de atención e inclusión que den resultados y se traduzcan en un cambio positivo en la vida de las personas con discapacidad y sus familias.
La transformación que se requiere implica combatir la discriminación y exclusión que viven diariamente algunas de las personas con discapacidad. Estas van desde burlas hasta la negación de espacios en las escuelas -o que su avance esté condicionado a la buena voluntad del personal de la Unidad de Servicios de Apoyo a la Educación Regular (USAER) o que se le contrate un monitor o “sombra -, seguido de falta de oportunidades de capacitación y empleo; por lo que suelen desempeñarse en los trabajos que requieren menor calificación, recibir salarios más bajos y engrosar las filas de la economía informal.
Entonces hace falta contestar la interrogante económica: ¿cuánto cuesta atender la discapacidad? La respuesta solamente la tienen las familias de la persona atendida. E igualmente, así como es posible que la atención sea relativamente breve -digamos la recuperación de una amputación -lo común es que se requiera destinar de forma permanente una cantidad de dinero a medicamentos, terapias y gastos adicionales a la escolarización.
Pero también hace falta otro dato: el de cuántas personas con discapacidad se tienen, por entidad federativa y por tipo de discapacidad. La Secretaría del Bienestar cuenta con información, dado que entrega la Pensión del Bienestar destinada a este sector de la población; aquí se tendría la diferencia entre población que recibe un apoyo económico y la que cuenta con acceso a servicios de rehabilitación.
Otorgar una cantidad de dinero al bimestre es una cosa; contar con instancias que brinden atención médica, sicológica, y las diferentes terapias que se requieren, es otra muy distinta. Las instituciones del sector público suelen sufrir penurias presupuestales, por lo que suelen parecer lugares que se detuvieron en el tiempo y en los que es posible encontrar, digamos, tinas de hidromasaje que datan de la década de 1970, y son las únicas que hay. Ya no digamos las dificultades para contratar personal médico y fisioterapeutas. No es difícil inferir, por el hecho de que muchos de estos últimos sean prestadores de servicio social, que éste ha sido el modo de ahorrarse plazas. El ámbito privado tampoco es la respuesta: en uno y otro existen listas de espera, por lo que la respuesta que se tiene al momento es que la demanda de servicios de rehabilitación supera por mucho a la oferta, pero también, los ingresos de las familias no bastan para una atención integral.
Pero hay una realidad que terminará por imponerse: tarde o temprano, nadie escapa de una discapacidad. Aquella rodilla lesionada en un partido de futbol termina por convertirse en dolor permanente; los lentes de lectura que fueron necesarios en la adolescencia de repente necesitan graduaciones cada vez más altas; los oídos terminan perdiendo sensibilidad por el uso constante de audífonos, o bien, con los años llega el temido Alzheimer. Se necesita ser sumamente desalmado para negar atención o usar con fines políticos a quienes hoy vemos con una discapacidad; mañana podemos vivir con una.
Edición: Fernando Sierra