Opinión
José Juan Cervera
10/12/2025 | Mérida, Yucatán
Siempre que una obra literaria se remonta a los orígenes de un proceso histórico, a las fuentes germinales de una intuición o a los móviles de una potencia renovadora de un orden perceptivo, su compromiso con los lazos que recompone le hacen participar de esencias ocultas, con poder sobre la memoria y el entendimiento. El arte de la vida ilumina valores que anidan en los flancos de la experiencia para bien de quienes advierten su potencial de reconstituirla en plenitud.
Cuando un autor encuentra una veta de significados que nutren el uso de facultades expresivas, la frecuenta indagando los puntos que conectan sus raíces y ramificaciones, haciéndola parte de sí y transformándola en materia de creación, le destina tiempo y empeño hasta extraer frutos que deposita en otras manos para incitar curiosidad y producir efectos sensibles que desprendan ecos donde parecían perderse rastros de las presencias de antaño.
Carlos Martínez Bolio halló en las inmigraciones asiáticas un punto de referencia para mirar de cerca la historia de Yucatán, decidió abordarlas haciendo valer un tratamiento estético alternativo de los estudios académicos y de los textos de divulgación que se ocupan de estos temas. De tal impulso resultó la novela De puerto a puerto (2023), en que incorpora nociones emanadas de su ejercicio profesional como oftalmólogo, acaso como un guiño solidario con pacientes, colegas y amigos suyos. En su momento, el tema nutrió también la pluma de Tatiana Buch en su cuento 'Tarciso Cantón' (2003) y la de Kim Young-ha en su novela Flor negra (2021, en su traducción al castellano), que con enfoques dispares estrecharon vínculos emotivos con el suelo yucateco sin haber nacido en esta tierra. Los hechos del pasado prolongan sus trazos en letras de hoy, abriendo perspectivas nuevas en torno de vivencias lejanas.
El libro del doctor Martínez Bolio incluye un prólogo en que el maestro Roldán Peniche Barrera (1935-2024) reflexiona y plasma impresiones sugerentes, al tiempo que rememora la tradición novelística de Yucatán, sus periodos de auge y la importancia que los investigadores de otras partes del país y del extranjero conceden a las muestras de este género como forma genuina de enfocar asuntos locales. Por su parte, el autor de la obra comentada enlista algunos factores que intervinieron en su desarrollo registrando las inquietudes que se propuso atender en el curso de su elaboración. Estas claves compositivas podrá corroborarlas cada lector adentrándose en sus capítulos.
Entre sus cualidades más notables, De puerto a puerto se vale de una llaneza narrativa que favorece su lectura en la relativa brevedad que la arropa. Los diálogos, remembranzas y pensamientos que dan sentido a los sujetos de la acción se combinan para evidenciar los componentes que sustentan el espíritu unitario del argumento hasta aclararlo por completo, tras los indicios aportados, en los textos epistolares incluidos en los pasajes finales de la novela. Las circunstancias en que acaecen los episodios decisivos del relato se sitúan en las postrimerías de la dictadura de Porfirio Díaz y en los primeros decenios del régimen que le puso término convocando nuevos actores y contradicciones inéditas.
El destino de personajes que, tras emigrar de Corea a Yucatán dan cuerpo a los acontecimientos, en cierto modo evoca complejas pautas de integración cultural bajo el influjo de un sistema económico sustentado en abusos que apuntalaron los privilegios de minorías enriquecidas a expensas de una masa de peones, autóctonos y foráneos, cuya carencia de derechos se reflejó en el estancamiento de sus expectativas de movilidad social. Un aspecto de mucho peso en la trama es, por consiguiente, el de las distinciones de clase y, en alguna medida, las diferencias étnicas como signo de rechazo en un contexto familiar lastrado por la fuerza de prejuicios, atavismos y otras rémoras que fijan límites en las relaciones interpersonales y en las formas de representarlas en el lenguaje ordinario, lo mismo que en las actitudes nacidas de convenciones tácitas.
Las contribuciones que los inmigrantes de distintas procedencias trajeron a tierras peninsulares sobrepasan la importancia estratégica de su fuerza de trabajo que resintió prácticas opresivas en beneficio de una oligarquía criolla, lo mismo que la riqueza de sus tradiciones nativas mezcladas con la cultura local, sino que inciden también en la ampliación de la memoria histórica, núcleo simbólico en que la diversidad humana reluce como elemento dinámico en medios sociales que aspiran a reconocerse en las profundidades de su ser colectivo, a semejanza de los médicos que indagan en el fondo de las pupilas provistas de secretos preciados.
Edición: Fernando Sierra