Opinión
La Jornada
11/12/2025 | Cuidad de México
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, afirmó que la Guardia Costera de su país incautó frente a las costas de Venezuela “el petrolero más grande jamás confiscado”, aunque, como es habitual en su gobierno, no lo identificó ni especificó el lugar de la intercepción. La medida se produjo en medio de una masiva acumulación militar estadunidense en la región, que incluye un portaviones, aeronaves de combate, buques de desembarco y decenas de miles de tropas. Asimismo, el magnate amenazó al presidente de Colombia, Gustavo Petro, con que “podría ser el siguiente”, en referencia a que Washington iría por él tras deponer, por medio de la fuerza militar, al gobierno de Venezuela.
El ataque contra la principal fuente de ingresos del Estado venezolano hace pensar que el despliegue bélico estadunidense en torno a la nación caribeña no tiene y nunca tuvo la intención de combatir el narcotráfico, sino el de consumar el anhelo compartido por los pasados cinco inquilinos de la Casa Blanca: expulsar al chavismo del poder e instalar en Caracas un régimen títere que entregue a las corporaciones occidentales el control sobre las mayores reservas petroleras del planeta.
Esa ansia de hidrocarburos, que debería haberse mitigado conforme el mundo transita hacia fuentes de energía renovables y bajas en emisiones de gases de efecto invernadero, ha vuelto al primer plano con el trumpismo y su determinación de extraer y quemar tanto petróleo como le sea posible. Por ejemplo, en julio la administración republicana eliminó una norma que limitaba emisiones contaminantes de autos y plantas energéticas y hace una semana relajó los topes de consumo de combustible de los vehículos. Se estima que esta última medida provocará un aumento en el uso de gasolinas y diésel de alrededor de 380 mil millones de litros hasta 2050, así como un alza de 5 por ciento en la producción de dióxido de carbono.
De manera complementaria, cabe preguntarse si los embates contra Caracas y Bogotá forman parte de un plan de Washington para apoderarse de las rutas de trasiego de cocaína existentes y abrir nuevas, por ejemplo, a través de Venezuela, por donde en la actualidad no pasa ni la vigésima parte de la que se produce en su vecino occidental. En este sentido, debe recordarse que la Casa Blanca y sus agencias de inteligencia han trabajado una y otra vez con gobiernos que usan un discurso de mano dura contra el crimen a fin de ocultar su carácter delictivo, como ocurrió con el calderonato en México y el narcoparamilitarismo de Álvaro Uribe en Colombia. En el primer caso, los mismos estadunidenses han reconocido que su hombre fuerte en nuestro país, Genaro García Luna, fue el gran dirigente del narcotráfico mientras encabezaba las instancias encargadas de combatirlo. Las perspectivas de que Uribe vuelva a gobernar Colombia por medio de testaferros tras las elecciones del año entrante sin duda incentivan a Washington a cerrar la pinza en torno a Venezuela, la última ficha que les faltaría para tener un dominio total sobre el lucrativo negocio de los estupefacientes en Centro y Sudamérica.
Al mismo tiempo, los niveles de agresión contra la soberanía de América Latina y el Caribe reflejan la confianza del trumpismo en su posibilidad de perpetrar cualquier atrocidad con total impunidad, impresión confirmada por la ausencia de consecuencias en el genocidio que lleva dos años ejecutando de la mano de Israel sobre el pueblo palestino. La presencia de gobiernos de derecha y de ultraderecha alineados con Washington en Argentina, Bolivia, Costa Rica, Ecuador, Panamá, Perú, República Dominicana, El Salvador, Trinidad y Tobago, aunada a la probable llegada al poder de un grupo político abiertamente pinochetista en Chile y la amenaza del uribismo en Colombia, es otro factor que envalentona al trumpismo al mostrarle que la región se encuentra dividida y sin posibilidad alguna de resistir el injerencismo, venga en forma de sanciones ilegales, de actos de piratería como el cometido ayer contra el petrolero o de bombardeos y masacres.
Ni de Trump ni de sus aliados cabe esperar actos de respeto a la legalidad internacional, por lo que México y las escasas democracias que se mantienen en pie en el ámbito latinoamericano deben prepararse para tiempos oscuros, de lo cual son una anticipación las constantes agresiones diplomáticas que nuestro país ha sufrido a manos de regímenes de facto y autoritarios en la región andina.
Edición: Ana Ordaz