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Hasta el fin de mundo

Cada cabeza es un mundo
Foto: Margarita Robleda Moguel

En unos días finaliza este recorrido por el Pacífico Sur, desde Los Ángeles a Buenos Aires, y cosa curiosa, ya llegamos “Al fin de Mundo”, como llamaban a Ushuaia, Argentina, los antiguos navegantes. La IA de Meta me dice que mi hamaca y mi península de Yucatán están a más o menos 11 mil 500 kilómetros. Tan lejos que aquí apenas van en primavera, cosa que niegan los copetes blancos de las montañas que nos observan navegar desde la orilla del Canal de Beagle, que nos trajo hasta aquí, y que fue bautizado en honor al viaje de cinco años que realizo el naturalista Charles Darwin en el barco ingles con ese nombre y que en 1859 plasmó en su famoso libro: El origen de las especies que provocó sabrosas discusiones entre los eruditos. 

Mañana daremos vuelta al Cabo de Hornos, frente a la Antártica. ¡Brrrrr! Ese segmento no lo tomé. Ni modos, mis bronquios me dijeron que no y yo tengo que obedecer antes de que comiencen a chiflar.

Pero aún iremos a las Malvinas, aquella tierra que, en 1982, Inglaterra no quiso soltar a una Argentina que peleó por recuperarla. No recuerdo quien ganó, pero ahí les cuento. Lo que quiero ver son a los pingüinos. 

Los viajes en cruceros están llenos de sorpresas y se aprende a fluir y a tomarlas con calma. Cuando escucho las quejas les digo: “Tranquilos, si todo saliera como lo planeado, ¿qué aventuras contaremos en casa?” Claro que a veces, las cancelaciones duelen de más, como el hombre encargado del aseo de mi cabina, el debía de volar desde Punta Arena, Chile, con sus respectivas conexiones, hasta su hogar en la India. Desde hace un par de semanas, en el saludo de la mañana, la plática, era contar los días que faltaban después de nueve meses de trabajo, rumbo a tres de vacaciones. El hombre casi lloraba al comentar que, por cuestiones de mal tiempo se había cancelado la entrada a ese puerto. Comentándolo con un compañero suyo, me dijo: “Qué bueno, así se llevará 700 dólares más”.  Cada cabeza es un mundo, para uno es una ganancia, para otro, una pérdida de mayor tiempo con la gente que se ama.

El crucero está cumpliendo mi objetivo de cerrar mi novela Mi abuela tenía razón. Lo curioso es que descubro la poca comprensión de que elija quedarme encerrada en mi cabina, profundizando en los detalles del texto a bajarme del barco para ir al mercado a comprar regalitos. Al escribirlo veo que es la misma historia que la de arriba. El costó del viaje les parece desperdiciado, yo veo el valor de algo que estoy logrando cerrar con mayor conciencia, gracias al silencio, paz, concentración y determinación, que no logro en otro lugar. Cada cabeza es un mundo, y me recuerda del respeto que le debo a las cabezas ajenas.

Sí, el precio de las cosas no tiene nada que ver con el dinero. En Manzanillo mis amigos Trini y Maru me regalaron una bolsa llena de paquetes de dulces mexicanos. Decidí que tenia que compartir las calorías para no aumentar los cachetes y descubrí el enorme regalo que puede ser un pequeño dulce a alguien trabaja muchísimo, que tiene que estar sonriente y amable, que sabe que este trabajo no lo encuentra en su tierra y  aguanta para ofrecerle a su familia mejor calidad de vida; que un dulce de guayaba, por pequeño que sea, los hace sentir especiales, porque no hay para todos; que fueron elegidos, porque nos hemos hecho amigos con tanto saludo mañanero y atenciones de su parte. Al recibirlo, sonríen y llevan su mano al corazón para darme las gracias del regalo, que es mucho, muchísimo más que incluso una propina, porque tienen ver el contacto humano, el mirarnos a los ojos, con el sabor que les recuerda su tierra, sea África, Filipinas, Colombia. Mientras la gente corre como loca para comprar la lista de “cariñitos”, que no importa si les gustaran o no a los regalados, el objetivo es cumplir; regalos que serán entregados y quizás te lleguen de vuelta, porque están vacíos de sentido, el personal del barco anolan sus dulces despacito para que les dure más.

Sí, el fin del mundo me regaló un hermoso cierre de año: recuperar lo verdadero, lo esencial de las fiestas navideñas:  preparar el pesebre de mi corazón, para que nazca el Niño y con Él, los hombres y mujeres nuevos, a los que les urge recuperar la inteligencia humana (IH) para propiciar esa Paz que tanto anhelamos.

@mrobleda


Edición: Fernando Sierra


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