Opinión
José Juan Cervera
17/12/2025 | Mérida, Yucatán
Las novelas realistas y los relatos emparentados con ellas son, en cierto modo, documentos históricos porque a más de recrear, con aliento literario, hechos vividos por hombres y mujeres de tiempos y lugares precisos, dan cuenta de prácticas y creencias de hondo significado para quienes las adoptan como herencia cultural de la sociedad que da forma a sus experiencias y moldea sus aspiraciones. Esta perspectiva complementaria es válida siempre que no se imponga negando la intención estética de los autores.
Las premisas expuestas pueden cotejarse con ejemplos específicos de valor referencial e ilustrativo, como los que se advierten con profusión en piezas logradas en las tradiciones literarias de todo el mundo. México tiene mucho que ofrecer a este respecto. Un caso de notable fuerza narrativa se observa en la obra Los amores de la gleba. Novela vulgar, del potosino Francisco de Asís Castro (1860-1933), médico y escritor del que se sabe poco fuera de su estado natal, y cuya calidad, observable en esos términos, entraña motivos suficientes para apreciar su valor intrínseco.
El texto apareció inicialmente, por entregas, en el periódico El Estandarte y fue editado poco tiempo después en volumen unitario (San Luis Potosí, Imprenta de la Zapatería Inglesa, 1914). Fue reimpreso en 1997 en la colección Literatura Potosina 1850-1950, coordinada por Ignacio Betancourt con el sello de El Colegio de San Luis. Sus méritos para ponerlo a circular de nuevo son evidentes, porque contiene pasajes intensos que prenden de inmediato en sus lectores, confiriéndole un interés que trasciende la época en que vio la luz.
El argumento se desarrolla en un medio rural donde grandes propietarios de tierras, prósperos bajo el manto protector de la dictadura porfiriana, obtienen de sus jornaleros una fuente segura de su consumo ostentoso, en tanto los administradores de sus haciendas cometen arbitrariedades que inspiran temor y resentimiento entre sus subordinados, lo mismo por imponerles cargas de trabajo excesivas como por ejercer privilegios que las leyes no escritas les otorgan, como el llamado derecho de pernada o la cruda satisfacción de su concupiscencia en el uso de la fuerza para imponerse a las mujeres de la localidad.
La sobria pluma de Castro se ciñe a elementos esenciales para mostrar su vigor en líneas atrayentes. Baste la descripción del protagonista y de su prometida para transmitir una idea clara de este aserto: “Si éste era un tipo indígena varonilmente hermoso, con expresivos ojos del color de la noche y cuerpo alto, recias espaldas y musculatura de atleta, aquélla era la figura de la virgen india nacida y criada en nuestros campos, acostumbrada a la atmósfera de los establos, al olor del tomillo y al aire fresco de las montañas; bajo el percal de una enagua roja se dejaba ver su pie desnudo, pequeño y bien formado; cubría sus senos de reciente púber blanquísima camisa de bordados adornos negros y a lo largo del cuerpo caía en dos bandas el azul rebozo, sobre el cual a su vez y por la espalda, se deslizaban hasta muy más allá de la cintura, dos trenzas negras, largas y lustrosas”.
El trazo del ambiente campirano se refuerza con la incorporación de objetos y manifestaciones de la cultura popular a la manera de sones, cantos, instrumentos musicales típicos, especies vegetales de la comarca transformadas en materiales de uso doméstico y un vocabulario que se dosifica en giros característicos de las clases subalternas. Este conjunto de rasgos afirma el sentido de las identidades colectivas, y se traduce en patrones asimilables a sus costumbres. Sin embargo, obra una capa más profunda en la constitución del ser, un sustrato moral que rige vínculos interpersonales desde un núcleo de atavismos cuyo peso muerto se interpone incluso a los más leves atisbos de una felicidad condicionada.
Así puede apreciarse el desenlace de la historia en que el personaje femenino, en su empeño de liberar a su pareja del confinamiento a que lo constriñen las circunstancias, sufre un abuso en lo que pareciera una transacción desesperada, tras del cual padece un acto de brutalidad extrema de parte de quien la repudia bajo el influjo de un concepto estático y privativo del honor, rúbrica de un carácter enajenado que percibe mancillas irreparables donde ya no puede anidar el amor, por sucumbir desprovisto de valores compasivos.
La mirada literaria penetra en rincones donde las apariencias disimulan móviles profundos, y con ellos las normas internalizadas que, al hacerse rígidas en ambientes sociales tan sórdidos como el de esta narración, se apartan de los valores de perfeccionamiento que pudiese alojar la conciencia en honra de todo aquello que germina en anhelos legítimos.
Edición: Fernando Sierra