Opinión
Carlos Trejo García
18/12/2025 | Mérida, Yucatán
¿Alguna vez te has preguntado cómo eran los sueños y deseos de los niños hace más de medio siglo? Hoy te invito a descubrirlo a través de unas cartas entrañables escritas en Mérida, Yucatán, entre 1958 y 1959, por Mario Federico y José Carlos Trejo Espadas. Estas cartas, dirigidas a los Reyes Magos, el Niño Dios y Santa Claus, nos abren una puerta al pasado y nos permiten entender cómo vivían, pensaban y sentían los niños de aquella época.
Tradición, religión y modernidad en la Navidad yucateca
Las misivas de los niños yucatecos revelan una interesante mezcla de tradiciones y creencias. En sus peticiones, los pequeños no solo escriben a los Reyes Magos y al Niño Dios, figuras profundamente arraigadas en la cultura religiosa mexicana y yucateca, sino que también incluyen a Santa Claus, personaje proveniente de tradiciones extranjeras. Esta convivencia de costumbres muestra un Yucatán urbano en plena transición, donde lo propio y lo foráneo se entrelazan y enriquecen las celebraciones.
Si bien existen registros de Santa Claus en la región desde principios del siglo XX, la práctica de escribir cartas específicamente dirigidas a “el gordito del traje rojo” comenzó a ganar fuerza después de la Segunda Guerra Mundial. Así, la Navidad se transformó en un espacio donde convergen creencias, costumbres y novedades, permitiendo a los niños soñar con juguetes y dulces sin importar quién se los trajera. Este fenómeno refleja una sociedad abierta a la adaptación, en la que lo tradicional y lo moderno coexisten y se complementan en las experiencias de la infancia.
Este sincretismo entre tradiciones revela un Yucatán donde la infancia vivía entre el arraigo de lo propio y la fascinación por lo nuevo, creando una identidad única y en constante transformación. Así, mientras los niños esperaban con ilusión la llegada de juguetes y golosinas, también se reflejaban las dinámicas sociales y culturales de la época: la influencia creciente de la cultura estadounidense, la permanencia de las creencias religiosas y la capacidad de las familias para adaptar y enriquecer sus celebraciones. Esta dualidad marca una generación que celebra la Navidad fusionando lo local y lo global, y que encontró en las cartas a los personajes mágicos una forma de soñar y expresar sus anhelos, consolidando una tradición que sigue evolucionando y fortaleciendo los lazos familiares y comunitarios.
Juguetes, dulces y sueños: El consumo en la infancia
¿Qué pedían los niños yucatecos en los años 50? Pistolas de dardos, autos y camioncitos de cuerda, bicicletas, guitarras, bombas atómicas de juguete, dulces de chocolate y frutas (uvas, peras, manzanas, y nueces). Estos regalos reflejan la llegada de la modernidad y el consumo de frutas de temporada que solo se encontraban en estas tierras en épocas decembrinas. Estas peticiones no solo eran diversión, también eran símbolos de estatus y modernidad.
Aventuras y héroes: El mundo imaginario de los niños
Las cartas nos muestran el universo de juegos y aventuras de los niños: espadas, juegos de toros, cuentos de vaqueros, personajes como El llanero solitario, el pájaro loco y el perro Rintintín. Los medios de comunicación y la cultura popular influyen en sus sueños, pero también hay espacio para la creatividad y la convivencia.
Valores y afectos: La importancia de portarse bien
Un detalle que se repite en todas las cartas es la promesa de “portarse bien”. Los niños justifican sus peticiones asegurando que han sido obedientes y prometen seguir así. Esta lógica nos habla de la educación y los valores transmitidos en casa, y de cómo las festividades refuerzan la relación entre conducta y recompensa.
Además, las cartas están llenas de cariño: “te quiero mucho”, “te mando muchos besitos”, frases que nos recuerdan la importancia de la familia y los afectos en la vida cotidiana.
Las cartas a los Reyes Magos, el Niño Dios y Santa Claus son mucho más que listas de regalos. Son testimonios vivos de una época, una cultura y una forma de entender la infancia. Nos permiten conocer los sueños, valores y emociones de los niños yucatecos de los años 50, y reflexionar sobre los cambios y permanencias en nuestra sociedad.
Aunque el mundo cambia y los juguetes evolucionan, los sueños y anhelos de la infancia siguen siendo universales: el deseo de ser escuchados, de recibir cariño y de compartir momentos especiales con la familia. Estas cartas nos invitan a valorar las pequeñas cosas, a mantener vivas nuestras tradiciones y, sobre todo, a mirar el mundo con la esperanza y la ilusión que solo un niño puede tener.
Al encontrar y leer estas cartas de mi padre y de mi tío, me permitieron conocerlos desde otro ángulo, permitiéndome comprender la razón de los gustos y por qué intentaron inculcarme algunos de ellos, como la afición a los toros y la insistencia del disfraz vaquero para carnaval.
Descubrir estas cartas ha sido como abrir una ventana al pasado, permitiéndome entender no solo las preferencias y pasiones de mi padre y mi tío, sino también el origen de algunas tradiciones familiares que hoy forman parte de mi historia personal. A través de sus palabras y peticiones, he podido conectar con la manera en que vivieron su niñez, comprender la herencia cultural que me transmitieron y valorar aún más los momentos de convivencia y juego que compartimos. Esta experiencia me ha llevado a reflexionar sobre cómo las costumbres y los afectos se transmiten de generación en generación, y cómo, al mirar atrás, descubrimos el poder que tienen los recuerdos para unirnos y mantener viva la esencia de nuestra familia.
* Estas cartas forman parte de la exposición Ukíimbesajil k’iin, que se inaugura este sábado 20 de diciembre en el Gran Museo del Mundo Maya.
Edición: Estefanía Cardeña