de

del

Epistolario

Señora Hipertensión...
Foto: Raúl Angulo Hernández

SEÑORA HIPERTENSIÓN:

Me gustaría saber por qué habla usted en voz baja, como lo hace buena parte de aquellos que practican lo siniestro. 
Dígame usted qué bicho le picó para que le diera la gana de venir a visitarme.

Nunca he abusado de la sal, en los últimos veinte años he fumado cuando mucho tres cigarros, no consumo grasas en exceso, bebo de manera moderada y en más de un lustro no he ido —sino eventualmente— más allá de tres cervezas y dos tragos de ron; además, los postres y el azúcar nunca han sido parte del inventario de mis debilidades y penosamente la ebriedad me reclama por haberla abandonado cuando fui uno de sus defensores más apasionados y conspicuos.

¿Por qué, entonces, ese afán de usted de sentarse a conversar con la migraña varios días de la semana? ¿Por qué esmerarse en el obsequio siniestro del mareo intempestivo ahora que practico la frugalidad etílica? 

Ya hasta dejé el vino tinto por aquello de los taninos y los estreñimientos, y cuando me invitan a una reunión llego de manera vergonzante con un vino espumoso que huele a perfume de señora reaccionaria.

Y si como glotón fui suficientemente disciplinado; si bajé y subí, si fui y volví por cuantos tamales, tortas, tacos, sopas, garnachas y guisados se cruzaban en mi senda, ahora soy un anciano ceniciento y no me apoltrono en la puerta de mi casa a tomar un poco del matutino sol porque me lo impiden mis pudores y complejos: ¡qué dirían de mí Rubén Darío, Verlaine o Luis Cardoza y Aragón!

Como quiera, no caeré en el balance reaccionario de los que afirman que estábamos mejor cuando estábamos peor (el conservadurismo siempre ha sido perverso): los números extraños de la sístole y la diástole son como fantasmas chocarreros, nada que no se conjure con una tercia de tacos de chicharrón y un buen mezcal de Tobalá con un enjuague de cerveza oscura.

¡Mi reino por un caldo de camarón de cualquier cantina de la colonia de los Doctores en la Ciudad de México! 

Atte.
JOSÉ DÍAZ CERVERA


Edición: Fernando Sierra


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