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Héroes, villanos y mártires: tragedia y melodrama de un tiempo de transición

¿Qué lectura le darán a los sucesos de hoy las generaciones futuras?
Foto: Facebook Grecia Quiroz

¿Cómo contamos esta historia quienes somos, en mayor o menor medida, testigos de la misma?

Algún día alguien hurgará en los sucesos que nos han tocado vivir; pulsará la manera en que miramos nuestro entorno e intentará sintonizar con lo que sentimos y pensamos; tratará de mirar a través de nuestros ojos y tendrá algunas ventajas que le permitirán saber si nos equivocamos o si hicimos los diagnósticos correctos. Observará, sin embargo, con claridad que los medios tradicionales de comunicación han ido contando esta historia usando siempre la herramienta narrativa más poderosa inventada por la burguesía: el melodrama.

El melodrama es un género que se desarrolló a lo largo del siglo XIX al amparo del auge de la cultura de masas, misma que tuvo su punta de lanza en el desmesurado crecimiento de la industria editorial. El género, de vocación absolutamente mercantil, tiene una estructura que juguetea de manera abyecta con las emociones de sus receptores y se constituye como una expresión maniquea de las inquietudes y angustias de una sociedad inestable, egoísta y con bajos niveles de cohesión social, todo ello a través de la confrontación caricaturizada del bien y el mal.

Como quiera, el melodrama tiene el problema de que traiciona los fundamentos más elementales del drama realista porque opera de espaldas al principio de causalidad y por eso su estructura narrativa deviene en el absurdo. El melodrama no busca hacer que la gente piense y descubra sus propias fallas trágicas, sino solamente pretende jugar con los sentimientos de su receptor contándole siempre la misma historia cuya resolución se dará, invariablemente, por esa feliz casualidad que opera en favor de “los buenos” (que son aquellos que no atentan jamás contra el orden, aunque éste les sea hostil). El melodrama, entonces, es ideológicamente conservador y clasista; su fórmula es simple y se sustenta en la exageración y en el efectismo como el que puede observarse en las telenovelas mexicanas donde ha alcanzado su más alto rango de expresión: “…llora por Carlos Manzo, Noroña, llora de verdad…”, gritó Lilly Téllez en la tribuna, como en medio de un exorcismo vengador, coronando una de sus actuaciones más ridículas por la que seguramente ganará alguno de los premios que se otorga a sí misma la televisión de consumo.

Mas la historia puede contarse de otra manera y así puede adquirir la estructura de una tragedia, de un drama novelesco o de una epopeya, donde aflorarían otros componentes narratológicos de este suceso, mismos que nos revelarían las coordenadas de lo que nos sucede. 

Como quiera, la narratología del melodrama necesitaba un mártir y ya lo tiene (para Fernández de Cevallos la muerte de Manzo es un asunto “maravilloso”, seguramente porque alimenta el melodrama que nos quiere contar una vez más el conservadurismo con Salinas Pliego a la cabeza). 

Y mientras algunos buscan un héroe mitológico para darle rumbo final a la tragedia en que vivimos, otros consideran que hay que dar un giro estructural a esta historia para convertirla en una epopeya donde el heroísmo se vincule con un sujeto colectivo que nos impulse a todos a darle una nueva significación a nuestra realidad. 

Necesitamos, pues, contar esta historia de otra manera porque ya no es tiempo de héroes ni de mártires, sino de hombres lúcidos que aprendan a mirar la realidad desde la sensatez. Es tiempo de prudencia y de buen juicio; es tiempo de aprender a mirar generosamente para no caer en las trampas que desde la sensiblería usan los de siempre. 
No hay buenos, no hay malos: simplemente hay intereses en conflicto y el secreto está en descubrir con nitidez suficiente cuáles pertenecen a las mayorías y cuáles no, pues solamente así no caeremos de nuevo en las trampas que usualmente nos pone la versión melodramática de la realidad que hasta hace poco tiempo era el cristal con el que mirábamos el mundo.

Es tiempo de fabular de otra manera y ello implica aceptar nuestro presente trágico, es decir, nuestras deficiencias humanas individuales y colectivas, los dilemas morales que se nos imponen y las responsabilidades que tenemos en este estado de cosas a partir de las mitologías que los opresores han diseñado para los oprimidos, donde esos opresores se erigen como guardianes del orden y de la libertad porque supuestamente son superiores a los demás. 

Es tiempo de fabular de otra manera porque el gran acto heroico de nuestros tiempos se suscribe en la odisea de aprender a pensar con orden en un mundo que se transforma compulsivamente y donde los que pierden privilegios no sólo pierden el estilo sino también la lucidez y por eso aspiran a engañarnos de nuevo contándonos las historias de siempre con la manida estrategia del melodrama, donde los mártires son “maravillosos” porque usurpan en nuestro imaginario el lugar de los héroes y porque obnubilan nuestra inteligencia para que no desarrollemos nuestra capacidad de pensar con orden. Es tiempo de mirar generosamente.


Lea, del mismo autor: Apunte sobre la distorsión

Edición: Fernando Sierra


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