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LA COP-30, o la esperanza

Vencer la incertidumbre con políticas contundentes a favor del medio ambiente
Foto: Ap

Suele decirse que lo que quedó en el fondo de la caja de Pandora una vez que salieron de ella todos los males del mundo fue la esperanza. Otros dicen que no era una caja, sino una urna, y que lo que quedó no fue la esperanza, sino la incertidumbre. Como quiera que sea, el mito sugiere una analogía particularmente apta a la circunstancia que atraviesa el mundo – y la humanidad que lo habita – hoy día: los seres humanos, Pandoras todos, hemos ido abriendo las puertas a todos los males (y también a un titipuchal de maravillas) azuzados por la curiosidad y la ambición. Hemos construido todo lo necesario para destruir al planeta una y otra vez, y para generar condiciones que lo hagan inhabitable por los seres vivos que hoy conocemos. La misma curiosidad y ambición nos han llevado a concluir que esto podrá suceder si no logramos hacer las cosas de manera que la temperatura del globo no se incremente más de 1.5°C antes de que transcurran cinco años, y se mantenga en esos niveles, o algo menores, en adelante. ¿Esperanza, o incertidumbre?

En la Ciudad de Belén, en plena Amazonia “legal”, como llaman los brasileños a la región. Se está llevando a cabo la trigésima conferencia de las partes, en materia de cambio climático. Un gesto que ya parece quijotesco, emprendido al calor de un multilateralismo debilitado, pero que conserva la legitimidad ética de ser la respuesta más francamente humanista frente a poderes nacionalistas, autoritarios y autocráticos, una vez salvada la primera semana de discusiones técnicas, en las que se insiste en la necesidad de migrar a formas más sustentables de generar energía, la urgencia de proteger los ecosistemas que pueden contribuir a evitar que se siga perdiendo carbono hacia la atmósfera, lo indispensable que resulta lograr que las naciones ofrezcan contribuciones más ambiciosas para combatir las causas y efectos del cambio climático y la inevitable necesidad de lograr la asignación de mayores presupuestos para respaldarlas, sigue una segunda semana, ahora de discusiones de carácter político.

Me temo que ahí, en las discusiones entre los ministros de medio ambiente y sus representantes y colaboradores, será donde la proverbial puerca torcerá el rabo. El gobierno de la mayor potencia del planeta, que es además uno de los países que más gases de efecto invernadero emite a la atmósfera, ha desdeñado a la COP, congruente con la postura negacionista de su presidente. Es cierto que acuden a la convocatoria personajes como Al Gore y el gobernador de California, pero la ausencia del gobierno nacional enfatiza el hecho de que ese país no contribuirá por lo pronto a los esfuerzos globales. Lo dejó claro al abandonar el acuerdo de París. El mismo gobierno de Brasil, presidente pro tempore de la COP, continúa autorizando exploraciones en busca de combustibles fósiles en territorio amazónico, cosa que resulta prácticamente esquizofrénica. Mientras tanto, Alemania promete asignar recursos para contribuir a que los países tropicales protejan sus bosques, pero habrá que ver quién más colabora, porque una nación sola no podría cargar con esa colosal responsabilidad. Fuera del recinto donde se discuten los temas globales, representantes d ellos pueblos indígenas del Amazonas nos recuerdan que los tomadores de decisiones no suelen escuchar a los pueblos originarios, cuyos saberes se consideran marginales, “folclóricos” y ajenos al “robusto” conocimiento científico formal de las academias de occidente.

A la vez que se discute cómo tendrá que encarar la humanidad los estragos generados por la emergencia climática, el señor Trump envía al USS Gerald Ford, el portaviones más grande del mundo, a intimidar al pueblo de Venezuela, acusando a la ligera a su gobierno de encabezar una red de crimen organizado. El señor Maduro responde solamente anunciando la puesta en alerta de una fuerza militar numerosísima, en la añoranza bolivariana de quienes derrotaron al ejército español con lanzas y valor, El señor Netanyahu, ensoberbecido tras destrozar Palestina sin que nadie pudiera detenerlo eficazmente, envía ahora fuerzas al Líbano, supuestamente para acabar con Hezbollah; Sudán sigue bañándose en sangre, como otras nacionales africanas, sin que entendamos siquiera por encima qué diantres sucede; y México sigue preocupado por quién se roba los combustibles fósiles, mientras criminales más o menos conocidos matan agricultores, autoridades locales y defensores de los recursos naturales. La lista de catástrofes resulta interminable, y acaba por dejarnos de alguna manera insensibilizados.

Habría que hablar también de los daños causados por DANAs y huracanes, que dejan poblaciones devastadas llorando duelos y buscando sin acierto responsables de no haber previsto, no apoyar a tiempo, o no sentir siquiera el dolor de las poblaciones golpeadas por fenómenos que muchos insisten en llamar “naturales”. Los demonios de la urna de Pandora siguen saliendo a chorros, y somos nosotros quienes los hemos liberado. Reuniones como la COP-30 buscan en el fondo de esta olla de males algún brillo de esperanza, para entregárnosla y tratar de que arrimemos el hombro durante cinco años más ejecutando soluciones eficaces. Nos quedamos con la incertidumbre, que es la esperanza de hoy: la desesperanza, la derrota global, sería una certeza aplastante y cruel. Mejor conservemos la duda, que con ella podremos seguir urdiendo soluciones.


Edición: Fernando Sierra


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