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Otra novelita lumpen

En 'Cómo dejar de escribir', García Llovet rescata el ambiente de las historias de Bolaño
Foto: Manolo S. Urbano

Esta historia comienza donde comienzan todas las historias buenas, desde hace décadas, con Roberto Bolaño. Específicamente, con el fantasma de Bolaño deambulando, inquietando a incipientes escritores que sueñan con su herencia. Ya sin él, este mundo es mucho más aburrido, árido, sin poetas perdidas en desiertos, sin manuscritos póstumos qué descubrir. Aún así, en esa orfandad, podemos encontrar en las guanteras de viejos automóviles libretas que, juraríamos, fueron garabateadas por el escritor salvaje.

Murió tan joven, tan brillante, que aún algunos —entre ellos yo— fantaseamos que está vivo, como Elvis. Incluso, hay noches en las que tejo y destejo, como Penélope en duermevela, una historia en la que un Bolaño desmemoriado investiga la desaparición de un Bolaño recluido, en fúrica fuga, que se le escapa, esquizofrénicamente, como un pececito de entre las manos. Hasta que lo encuentra en el espejo. Una de sus discípulas más avanzadas, Esther García Llovet, logró lo que varios —entre ellos yo— han añorado: resucitarlo. Y lo hace con lenguaje propio, sin imitaciones grotescas, pero manteniendo el espíritu —de la ciencia ficción.

La novelita —lumpen, irremediablemente lumpen— Cómo dejar de escribir, de la malagueña García, rescata el ambiente recurrente de las historias de Bolaño, con la peña latinoamericana intoxicada de literatura rondando ciudades tan vivas que parecen cementerios. Cómo dejar de escribir es homenaje, colofón; es despedida y pésame. 

Retoma la búsqueda reiterativa en la obra —y vida— del escritor chileno, que al final siempre se reduce a la literatura como candado, grillete pero también como liberalizadora llave; pasaporte a otras vidas. Cuando supo Bolaño que estaba condenado a muerte —sentencia dictada por el nefrólogo— se puso a teclear, con ansias, el legado para sus hijos, literalmente. 

De ese último aliento surgió la monumental 2666, quizás una de las obras más ambiciosas escritas en español. La última voluntad del escritor era que el libro se publicara en tres partes, para garantizar así el futuro de sus hijos, a los que el destino les arrancó el padre. Los editores consideraron que una novela como esa no debía desgajarse, y la publicaron de un tirón, haciendo chirriar la imprenta. Aún así, la leyenda de Bolaño ha ido creciendo con los años, como las regalías de sus obras. Dudo que sus hijos se vean obligados a cazar premios búfalo como su padre para subsistir. Sin embargo, y a pesar de esa abundancia, es la ausencia del padre la que han resentido. Por ahí va la trama de Cómo dejar de escribir: un huérfano que intenta exorcizar el fantasma paterno —un gigante— escribiendo su biografía y buscando frenéticamente su último manuscrito; vivir a la deriva la muerte del padre. Al final —spoiler— lo encuentra, pero en lugar de ser una novela póstuma es un mensaje —personalísimo— a su hijo: no te agobies por escribir: antes vive. Uno de los mayores logros de Esther García es la respiración de su prosa, que permite devorar la historia en un par de horas. Dos horas exquisitas, en las que, por momentos, te acompañan Arturo Belano y Ulises Lima, esos detectives infrarrealistas que hallaron un nuevo continente al buscar a Cesárea Tijanero.

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Edición: Ana Ordaz


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