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José Luis Dominguez Castro
La Jornada Maya

19 de noviembre, 2015

En estos días todos hablan de guerras…si es en el ámbito internacional, el espíritu bélico gira en tono al ISIS. En lo local, hay guerra de cervezas, hay divisiones entre familias, y el colmo: un sector de la Iglesia, quizá por aquello de “No he venido a traer paz, sino la guerra…”ventila sus diferencias con algunos de sus más caros fieles en la prensa, espacio público que lamentablemente no siempre es un ágora de buena acústica.

Pareciera que los conflictos del lejano oriente se nos acercaran a la península en la persona de esos hombres trashumantes que vinieron un día de Líbano huyendo del imperio otomano, para poder vivir sus creencias en un clima de paz. Y aquí fueron acogidos como hombres de bien, respetados por ser trabajadores incansables, y aunque corría el rumor de que algunos golpeaban a sus mujeres, eran por lo general buenos educadores con sus hijos al enseñarlos al trabajo tenaz en el comercio aún en vacaciones, mientras los hijos y nietos de hacendados disfrutaban del mar y de las playas a sus anchas.

Así, se fueron posicionando, y crecieron y se multiplicaron como las estrellas del cielo y las arenas del mar, haciéndole honor a la sentencia bíblica. Al principio, allá por los cincuenta del siglo pasado, los aristócratas locales no acaban de asimilarlos e incluso llegaron a desheredar a aquella hija que se atrevió a casarse con alguno de esos neoyucatecos de nariz pronunciada y bolsa retacada.

Después vinieron las nuevas generaciones, más modernas, abiertas y liberales, sobre todo cuando los negocios se multiplicaron y diversificaron. Lo mismo participaban en el tradicional comercio minorista aunado a la acaparación de predios urbanos, que en la hotelería, la industria restaurantera, las desfibradoras, los bancos y las empacadoras. Desde los años veinte, excepción hecha de algún cercano colaborador de Carrillo Puerto, fue raro ver algún apellido libanés relacionado al mundo de la política, y menos en el clero, la milicia o el ámbito de la cultura.

Hace más de veinte años, la sociedad de Mérida, se partió en dos cuando un conflicto entre dos familias (una de ellas libanesa) adquirió dimensiones planetarias. Las negociaciones e intervenciones de personeros de la Iglesia y la política lograron, aliados al dios Cronos, restañar heridas, reintegrar bandos, olvidar hipotecas y restablecer la armonía, al tiempo que la ciudad se iba haciendo más cosmopolita y diversa.

Nuevos descendientes –tercera o cuarta generación- de las originales familias de aquellos pastores que salieron de Ova, Batrumín o Hermel, han escalado puestos en la política, la empresa, el comercio y la banca, pero también se encuentran ya en la ciencia, y la cultura.

Y en los últimos días, los nombres de algunas familias han centrado nuestra atención en los medios, siendo protagonistas de algunos enfrentamientos con otros sectores de la sociedad. Conflictos relacionados lo mismo con una escuela y la educación, que con alguna marca de cerveza y la participación en las ferias comerciales. No queremos pensar que éstos sean saldos de aquel gran pleito interfamiliar.

Sin embargo, no es justo que a quienes nos trajeron el kibi, el kegel y el labné, los juzguemos precipitadamente culpándolos de cuanto conflicto societal y mercantil aparece en el horizonte peninsular.

Pareciera que ese tucho que vemos en el oriente y que se ha metido hasta las ciudades europeas, se nos apareciera ahora aquí en la persona de aquellos que viniendo de oriente, han logrado ya ser reconocidos como un pueblo trabajador y respetuoso y que al mezclarse con los lugareños, han sabido adaptarse a las tierras en donde se adscriben.

El monumento al paisano comerciante ambulante o abonero, es ya algo más que una escultura que se exhibe en los patios del Club Libanés: es un icono reconocido en el imaginario colectivo como símbolo de una de las culturas que se fusionaron exitosamente con aquellas que conformaron la mezcla cultural de Yucatán: “este país que no se parece o a otro”.

No nos dejemos llevar entonces llevar por los juicios rápidos, antes de analizar con calma y sobre todo con más información, quienes son y que representan las “otras partes” de los conflictos aludidos, es decir: la jerarquía eclesiástica y los curas-directores-socios de escuela; quienes son y que quieren realmente los neo-fabriqueños de cervezas artesanales que lanzaron su declaración de guerra, etc.

Cuidemos así no contribuir a que se vuelva abrir el Mar Rojo del conflicto que separe a la sociedad yucateca en parcialidades antagónicas que cuando dicen má! es ¡Má! y en detrimento de nuestra paz yuca-constantiniana y de nuestro clima de seguridad propicio para invertir y para el buen vivir. Ante un clima de guerra, sembremos paz y conciliación previo análisis y acopio de información.


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