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del

Carlos Bonfil
Foto: Cuartoscuro
La Jornada Maya

Jueves 1 de diciembre, 2016


Emblemas de una resistencia cultural. A treinta y cinco años de la irrupción de la epidemia del sida, se pueden hoy valorar los formidables avances científicos que, en un tiempo relativamente corto, consiguieron transformarla de un flagelo incontenible y devastador a un padecimiento crónico perfectamente prevenible y controlable con el que ahora conviven millones de personas infectadas. También es posible contemplar las heridas terribles que la epidemia ha dejado en el terreno de la moral pública y que apenas comienzan a cicatrizar, aun cuando el azote de la intolerancia insista en abrirlas de nuevo.

Antes de que en 1996, durante la Conferencia del Sida en Vancouver, se anunciara el descubrimiento de fármacos de alta eficacia capaces de prolongar la vida de las personas con VIH, la lista de agravios, estigmas y discriminaciones contra los portadores del virus era ya enorme.

A la indiferencia de los gobiernos que por largo tiempo obstaculizaron la lucha temprana y eficaz para detener la pandemia, se sumó la beligerancia de las fuerzas políticas ultraconservadoras y de la jerarquía eclesiástica que con sus condenas implacables agravaron mediante el oprobio moral el sufrimiento físico de los enfermos. Ante un panorama tan desolador, la comunidad homosexual, sin duda la más afectada, supo aportar las respuestas pertinentes. A las movilizaciones de militantes y organizaciones gays que reclamaron medicamentos eficaces y un trato justo y no discriminatorio hacia las personas seropositivas, así como el cese del estigma moralizador en la sociedad y en los medios, muy pronto se sumaron las reacciones de una comunidad artística que organizó una vigorosa resistencia cultural no sólo en Estados Unidos sino en muchas otras regiones del mundo. Primero vino la solidaridad con los enfermos y la conquista de una visibilidad mediática a partir de la revelación de que ídolos del espectáculo o del deporte, como Rock Hudson, Magic Johnson, Gregg Louganis o Freddy Mercury, estaban afectados por el virus, y que la atención a su suerte se extendería a decenas de miles de enfermos hasta ese momento anónimos y olvidados.

En su libro [i]The Art of AIDS, from Stigma to Conscience[/i] (El arte del SIDA, del estigma a la conciencia, Nueva York, 1994), el escritor y periodista estadunidense Rob Baker analizó el surgimiento de una nueva estética del combate relacionada con los temas de la enfermedad, la sexualidad y la muerte, también con las formas novedosas de contrarrestar, a través de la creación artística, el poder letal del prejuicio y la ignorancia. Del recuento que hace el autor de las expresiones culturales disidentes y combativas frente a la epidemia, se pueden destacar tres emblemas relevantes:

[b]El escenario teatral[/b]

Posiblemente la obra dramática más importante relacionada con el sida sea [i]Ángeles en América[/i], del estadunidense Tony Kushner, escrita entre 1990 y 1992, ambientada en el Nueva York de mediados de los ochenta y dividida en dos partes, con una duración total de siete horas. Su trama refiere, de modo paralelo, las historias del judío Louis Ironson, quien descubre que su amante Prior Walter tiene sida, y de Joe Pitt, un homosexual reprimido, políticamente conservador y mormón, que para obtener un ascenso social colabora con el ultraderechista republicano Roy Cohn, también afectado por el VIH. A las caprichosas interacciones dramáticas de estos personajes, el autor añade interludios fantásticos en los que la visita de ángeles o de personas fallecidas reavivan en ellas sentimientos de culpa y anhelos de redención, así como la urgencia de una solidaridad con los demás como un legado espiritual antes de la muerte, y la conciencia de que la indignación moral es la mejor herramienta para combatir la intolerancia. Otras obras abordan temas semejantes: Un corazón normal, de Larry Kramer, o en un tono de comedia, Jeffrey, de Paul Rudnick, pero ninguna ha tenido una trascendencia cultural como la de Tony Kushner, premio Pulitzer en 1993.

[i]El escritor y periodista Rob Baker analizó el surgimiento de una nueva estética del combate, relacionada con las formas novedosas de contrarrestar, a través de la creación artística, el prejuicio y la ignorancia[/i].


[b]El espejo cinematográfico[/b]

Son muchas las películas que refieren el drama de la epidemia del sida, desde [i]Juntos para siempre[/i], de Norman René, hasta [i]Las noches salvajes[/i], del francés Cyril Collard, sin olvidar la vigorosa filmografía del británico Derek Jarman, pero la cinta decisiva que genera polémica y enciende los debates en Estados Unidos es Filadelfia, de Jonathan Demme, realizada en 1993. Por vez primera una cinta comercial, estelarizada por actores tan populares como Tom Hanks y Denzel Washington, trasciende la narrativa testimonial y estrictamente afectiva (la crónica del sufrimiento personal y su impacto sobre los amigos y los familiares sobrevivientes), para enderezar una dura crítica al clima de homofobia que vuelve más insoportable el destino fatal del protagonista que vive con VIH. La cinta evoca la vulnerabilidad del enfermo (Tom Hanks) y la de su pareja (Antonio Banderas) frente a un orden jurídico que legitima y perpetúa el estigma social y la discriminación moral. Al volverse un éxito de taquilla y ser premiada en Hollywood, su reconocimiento mediático incrementa la visibilidad de las personas seropositivas y fomenta la solidaridad hacia ellas con un impacto social mucho más fuerte que al que podían aspirar las cintas independientes.

[b]Las elegías musicales[/b]

En 1990, el compositor estadunidense John Corigliano le solicita a su amigo el dramaturgo William M. Hoffman un texto para acompañar su Sinfonía No. 1 dedicada a las víctimas de la epidemia del sida. El texto será un poema titulado "Of Rage & Remembrance" ("De rabia y añoranza"), que el músico acompañará de frases instrumentales para elaborar con ellos una elegía vibrante y conmovedora. La idea central será ilustrar a través del poema sinfónico los contrastes anímicos que viven no sólo las personas infectadas, sino también quienes los rodean y atienden. Los contrastes que van desde la indignación y rabia por lo irreparable hasta la añoranza de aquellos momentos de alegría perdidos, tienen en la pieza musical una traducción perfecta. A la vigorosa sonoridad inicial de instrumentos de viento, cuerdas y metales, le sucede la melancolía de una pieza de tango y luego, en un segundo movimiento, el vértigo de una tarantela italiana, definida, según informa Corigliano, como una danza de agitación creciente que alguna vez sirvió para conjurar o aliviar los estados de demencia provocados por el piquete de una tarántula. El tercer movimiento y el epílogo están dedicados a un chelista y a su maestro, ambos víctimas del sida, con una sucesión de solos instrumentales que culminan con las melancólicas notas finales de un chelo. Este entramado y yuxtaposición de bruscas disonancias y momentos de calma y lirismo debía evocar también el mosaico policromático de las mantas fabricadas como tributo a la memoria de las personas desaparecidas en el formidable Quilt Project (Proyecto de las Mantas) que reunió millares de retazos de tela pegados entre sí para extenderlos en plazas y jardines a lo largo de Estados Unidos y en otras partes del mundo.

Melancolía y rabia, indignación y añoranza. Esas sensaciones complementarias y antagónicas figuran así de modo recurrente en el teatro, el cine, la fotografía, la pintura, la literatura y la danza. En algunas ocasiones, como en los performances musicales de Diamanda Galas o en la fotografía de Robert Mapplethorpe, el dolor y el coraje se transforman en provocación e irreverencia; en otras, como en la pintura de Keith Haring o la literatura de Paul Monette, son una larga elegía para futuros tiempos mejores. En todos los casos, se trata de emblemas de una resistencia cultural apremiante.


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