Aún en las sombras

Pablo A. Cicero Alonzo
Foto: "Cueva La Almeja", BCS - Fabrizio León Diez
La Jornada Maya

Miércoles 30 de noviembre, 2016

Nos presentan a los políticos como líderes ocupados y preocupados por los ciudadanos. Hombres y mujeres empáticos que ponen todo su empeño por mejorar el entorno que los rodea. Líderes sonrientes, que abrazan, que escuchan, que besan, que cargan bebés, que se toman [i]selfies[/i], que te regalan [i]pokemones[/i]… Prohombres que donan su sueldo y que le dan voz a los que menos tienen, mujeres excepcionales capaces incluso de pagar el vestido de quinceañera a una jovencita de escasos recursos. Sin embargo, y eso tú y yo lo sabemos, poco de eso corresponde a la realidad. Únicamente nos presentan una porción de lo que sucede.

Vivimos aún en la caverna, esa que definió en la cuna de la civilización Platón. La cueva, la nuestra, del plató de televisión. Nuestra percepción de la realidad se reduce a sombras de sombras de sombras… Hay lugares en donde esas cataratas se desprenden de nuestra conciencia y vemos las cosas realmente como son. Hay sitios en los que es posible arrancarnos la venda de los ojos, de liberarnos del tapaboca del miedo y la ignorancia. El fin de semana pasado, Margarita Zavala, esposa del ex presidente Felipe Calderón y aspirante a la candidatura presidencial del PAN en 2018, fue a presentar su biografía en Feria Internacional del Libro en Guadalajara. Ahí, un joven de la Universidad de Guadalajara se le acercó y desplegó un cartel con la leyenda: “Su esposo le quitó la vida a mi padre ¿Usted quiere quitármela a mí?”. La imagen se hizo viral, en una muestra clara de que hay heridas que aún no cicatrizan, de que aún no supura el resentimiento. Críticos consuetudinarios del calderonismo se regodearon con el hecho e incluso complementaron la imagen con un video, que cortaron justo antes de que Margarita Zavala dialogara con el universitario.
Este episodio se registró cinco años después de otro similar, cuando un periodista le preguntó al entonces el candidato del Partido Revolucionario Institucional a la Presidencia de la República cuáles eran tres libros que habían sido importantes en su vida. “Pues he leído varios, desde novelas, que me gustaron en lo particular. Aunque difícilmente me acuerdo del título de los libros. La Biblia es uno. (…) Me gustó [i]La silla del Águila[/i] de Enrique Krauze (cuando en realidad es de Carlos Fuentes), he leído la Biblia, pero no toda. (…) Las lecturas históricas son de mi particular agrado”. La sombra de la sombra de la sombra cobró sustancia, y aunque después ganó las elecciones, su ignorancia quedó expuesta; la deidad televisiva se hizo carne, y habitó por unos instantes entre nosotros. Lo crucificamos con memes y, a pesar de su resurrección en las urnas, nunca recobró la imagen que sus publicistas habían forjado a golpe de pauta.

Dulces cementerios de elefantes, las ferias de los libros se han convertido en un santuario, en lugares de asilo para el pensamiento crítico. Es ahí, en el parapeto que representan las obras literarias, en donde nos hemos atrevido a decir lo que en realidad pensamos. Novelas, tratados, diccionarios, poemarios, ensayos y cuentos nos arropan y nos convierten en ciudadanos. Algo mágico. Nosotros también dejamos de ser etéreas sombras y nos levantamos del suelo para exhibir a los poderosos; nos tornamos en tornado, en furia, en moscardón, en terremoto, aunque sea sólo por un instante; un precioso instante. Pero un instante, un pestañeo en peligro.

Los recortes presupuestales amenazan ahora a la feria del libro de Yucatán. Y es lógico. ¿Por qué los políticos fomentarían esos santuarios cuya sola mención les provoca arcadas? Cónclave de irreverentes, reuniones de contestatarios que no se tragan telenovelas ni boletines. ¿Hace falta dinero? Pues que le corten a la cultura, resuelven, agitando, esgrimiendo el dedo, como dictadores de una sinfónica de agachados. Esa situación ya la advirtió el nuevo director del evento, quien derrotado encara la batalla. Nos recortarán recursos, se lamenta, y dice que ahí verá qué hacer con las migajas que le dejen. Y ese conformismo no nos debería dejar indiferentes, ya que lo que está en juego no es una expo o un evento comercial; el recurso público que se regatea es el que sirve para la construcción de ese sitio en el que una vez al año se nos presentan oportunidades para exhibir a los ídolos con pies de barro que caminan entre nosotros. Se comete un flagrante culturicidio ante nuestros ojos, patente aún en ese teatro negro, de sombras en el que se reduce la mayoría de nuestros días.
Los otros santuarios son las universidades, en las que se han registrado ríspidos foros o incluso correteadas a candidatos. A éstas también se les doma con el presupuesto. Aunque en estas además deambulan quintacolumnistas, agentes dobles que administran las burbujas a su antojo, chirriantes grillos disfrazados de estudiantes que convierten los salones en laboratorios de esa alquimia política que transforma el oro en escoria. Se requiere un santuario para los santuarios.

Mérida, Yucatán

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