Ocupaciones impropias

Jhonny Brea
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Martes 22 de noviembre, 2016

Así no se vale, de verdad. El fin de semana debiera ser para el descanso y no para andar con sobresaltos. Siquiera [i]La Xtabay[/i] está en ánimo de diálogo, que si no, ya estaría pensando seriamente en el tema que tuvo este año el Día Internacional del Hombre (¿a poco no saben que se celebró el sábado 19?).

En fin, precisamente por celebrar, puse a [i]Frank Zappa & The Mothers of Invention[/i] para acompañar mientras lavaba las mochilas de los [i]dzirices [/i]en la batea –ya saben, las labores propias de mi sexo –y en una de esas, un bajón de la corriente hizo que mi refri pasara a valer precisamente el nombre de los acompañantes de Zappa.

Como con la CFE no hay modo de que proceda una reclamación, mi dulce consorte y su [i]Wolverine [/i]panzón decidimos desquitarnos con mi tarjeta de crédito y comprar un refrigerador nuevo, pues el nuestro aunque funcionaba, ya tenía sus años y, en términos contables, ya se había depreciado por completo. Siquiera encontramos una oferta real en este Buen Fin, y ahora estrenamos. Como yo terminaré pagando, gané puntos con mi adorada, así que accedió a que no vayamos a Xmatkuil y en cambio obtuve mi amparo para ir a comprarme ropa a La Gran Plaza, con un presupuesto de poco más de mil pesos.

“Con esa cantidad, ándate a Ram’s Cottons para que te rinda. Cuidadito te veo con una camisa de Zara. En Ram’s, a te devuelven 150 pesos”, me aconsejó mi adorada.

“Ah, pero aprovecha y a me compras la chaqueta de mezclilla que vimos hace 15 días. Seguro todavía está allá. Con lo que te devuelven y un poco más a te da”, continuó. Mientras, ya estaba comenzando a ver cómo iba a ajustar el presupuesto y ver cómo salir, antes de que el dinero con que contaba sirviera para otra cosa y no para reponer algunas de las camisas raídas que tengo.

En fin, hasta raro me sentí en la plaza, caminando solo, tomándome mi tiempo en seleccionar mi compra, hasta encontré la prenda que me encargó [i]La Xtabay[/i], hasta me di chance de medio pasear. En esas estaba cuando sonó mi teléfono. Obviamente, ya me andaban localizando.

“Corazón, sigo en La Gran Plaza. Nomás vine al Colón por un helado que se me antojó”, respondí a la llamada. “Entonces tráeme dos piononos y unos merengues, ya sabes que me gustan, amor”, recibí al botepronto. “Ta bueno, nomás que luego quiero revisar qué novedad hay en Dante”, adelanté, con intención de pasarme otro rato de curioso y aprovechar el amparo. “¿Más libros? Ya tienes un montón y no eres secretario de Educación como para necesitar andarte ilustrando. Ya sabes que libro que entre, libro que donas”.

Ahí no me fue tan bien. Andaba buscando [i]La red de los espejos[/i], de Arno Burkholder, y todavía no les llega. Esperaré hasta navidad.

Ya de vuelta a casa opté por prepararme para dormir temprano, pues al [i]Kizín [/i]le tocaba desfilar el domingo, por aquello de la Revolución.

Si hay gente a la cual uno debiera admirar por su comportamiento los fines de semana, estos son los Testigos de Jehová. Miren que eso de estar el domingo desde las siete de la madrugada recorriendo la ciudad no es de cristianos. Es de mártires. Y si uno quiere encontrar dónde estacionarse para ir al desfile, se necesita estar despierto desde temprano.

La verdad es que andaba de curioso. Este año fue el primero que le tocó desfilar a mi engendro, así que llevaba varios años sin acudir a estas paradas cívico-deportivas o lo que sean. Lo curioso es que siguen siendo lo mismo desde que recuerdo.

Un desfile del 20 de noviembre es una mezcla curiosa de contingentes formados por adolescentes que no han desayunado, enfundados en los uniformes deportivos de sus respectivas escuelas, que en teoría llevan un mes preparándose para el evento, cosa que al final no se nota. Les dirige y acompaña un individuo sobrado de carnes, lentes oscuros para ocultar las ojeras y que va crudo, que con una voz impostada da las indicaciones: “Atención. Firmeeees…. ¡YA!”, y demás. Se trata del maestro de educación física. Si la SEGEY quiere tener credibilidad en la materia, debería preocuparse por elaborar un plan para devolverles la condición física a estos profesores.

Por lo general hay un concurso de escoltas en el cual los jueces se las ven negras para escoger cuál es la mejorcita, pues las chicas, acostumbradas a las chanclas de pata de gallo que ahora llevan a la escuela, se marean desde los zapatos de tacón y su marcha termina pareciéndose a la del loro.

Algunas agrupaciones destacan por cambiar el uniforme escolar por trajes de adelitas y juanes, o de “revolucionarios”. Tarde o temprano, todos terminan haciendo lo que en época de mis abuelos era llamado “tabla gimnástica”, con aros y banderines. Este año me llamaron la atención unas que de principio me pareció era la representación del PRD, por llevar banderas amarillas, hasta que vi que eran muchos y muy jóvenes. Otro eran unas muchachas que adornaron sus aros con bolsas de botanas, por lo que primero pensé que eran nuevos mostradores para los Oxxos, pero de nuevo no entendí la creatividad de esta época.

El desfile terminan llevándoselo quienes de verdad se preparan: los cuerpos de policía y de bomberos, que tienen algún simulacro para exhibir bajo el balcón de Palacio, y ahí nada más.

Y lo que sí tiene el derrotero es la oportunidad de aplaudirle a los deportistas destacados; este año a Karem Achach y a Rommel Pacheco. Bendito Dios aparecieron en carros seguidos, porque así [i]La Xtabay[/i] no pudo reclamarme nada, así que todos contentos. El que padeció fue [i]El Kizín[/i], que terminó desplomándose a la sombra de la estatua de Benito Juárez en el parque de San Juan, implorando por agua. Tuvimos que darle un suero y, ya en casa, se durmió hasta las seis de la tarde.

Mérida, Yucatán

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