José Cueli
Foto: Reuters
La Jornada Maya
Viernes 18 de noviembre, 2016
La superluna más grande y brillante en la prolongación de nuestras piernas perdidas en la inmensidad del escondite que exaltaba la armonía de nuestro proyecto. Estética hormonal que resplandecía 68 años después: Revelación centro y eje del secreto amoroso que revivimos un ciclo ya pasado siempre vivo. Vértigo de expresión pasional de los cuerpos, espiral hacia arriba de sensaciones pasó a la palabra llena de sentido. Gestos que incendiaban el crisol del silencio. Erotismo compartido en que aparecía el sentido del intercambio en las fuentes perdidas; uno en el otro y brotara ternura vestida de gratitud.
Entrega desbordada en la modulación matizada de la caricia, sorda modulación del tocar sin tocar. Fragor de loco frenesí entre imágenes húmedas, en profunda división sol y sombra, en medio de sacudidas continuación del pasado. Giro del caleidoscopio de colores lunares al ritmo de la magia antepasada que percibe la huella malinalca en la memoria. Lento discernimiento en el paso de días y años al ritmo de la relación interrumpida que se vivificaba atormentada en noches solitarias.
Calca del [i]Cantar de los cantares[/i], canto mágico, abracadabra, enlace de auroras evocadoras de ciervos, gacelas, pechos, racimos de uvas, vapores de mirra e incienso, eco de cantares, Tú que estás en los jardines déjame escuchar su voz. Recepción, diálogo, encuentro inesperado del duende.
Paciencia impaciente en que veíamos lo profundo de nosotros. Danza común, sensualidad participadora, red de significaciones mutuas que se volvían una en la visión del otro. Responsabilidad del otro, inscritos en doble búsqueda de espiritualidad y encuentros de instintos –Oriente y Occidente– inscritos contra viento y marea. Sentido nuevo a lo largo de la vida, a pesar de que el otro, la otra, sea (y no hay de otra) ídolo proyección de sí mismo.
Reino de sombras, soles y lunas en democrático proceso temeroso de confesar miedos que impedían volverlos palabras. Juego de rivalidades en el imperio interior subterráneo de íntimo descenso clandestino. Irradiaciones de acariciar al azar sin acariciar, como no queriendo, suave y caer desintegrado en desgarrador estrépito de ondulaciones furiosas como olas del mar al romper en los recovecos, que sigo como a tus ojos, al estallar las olas en las rocas, creadoras de belleza inexpresable. Ritmo de sensaciones que al mecernos suavemente en la cueva quijotesca, liga con un pasado en que se repite la vida en el éxtasis de la muerte.
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