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Tabacón B. Linus
Foto: Archivo La Jornada Maya
La Jornada Maya

Lunes 7 de noviembre, 2016

Somos el [i]homo sapiens[/i]. El homínido que piensa, que imagina. El homínido “sabio”, en una traducción literal del latín. Somos la especie que nació de piel oscura. Los que se aventuraron a cruzar el desierto para salir de África y, desde el Medio Oriente, expandirse a todo el planeta.

Somos los eternos extranjeros y fuereños. Nacimos como especie en alguna región de lo que hoy es Etiopía y, desde ahí, llegamos a tierras que no eran nuestras, donde nunca nos habían visto. Todos somos inmigrantes sin papeles. Nadie nos pidió visa como especie para llegar a Asia hace 75 mil años, a Europa hace 50 mil años, y lo mismo en América, hace 20 mil.

Donde encontramos y nos mezclamos con otros grupos de homo sapiens, siempre surgieron nuevas riquezas genéticas y tecnologías para fabricar las primeras herramientas, así como para generar las primeras manifestaciones del arte y el lenguaje. Incluso, cuando nos cruzamos con otros grupos de homínidos como los Neanderthal o los Denisovan, hubo mestizajes que hacen que hoy los humanos llevemos en nuestro código genético el ADN de esas especies.

Esos intercambios nos hicieron fuertes y mejores. El ADN de los Denisovan nos permite vivir en zonas de significativa altitud. El ADN de los Neanderthal probablemente originó la mutación de los primeros seres humanos de piel blanca. Morenos, blancos, amarillos y rojos somos todos mutaciones de la piel original que es de belleza negra.

Aquí en América los grupos indígenas tienen un ADN especial; especial porque no existe en otra parte del mundo, pero que también surgió del mestizaje de grupos del Sudeste Asiático con grupos de Mongolia y Siberia, antes de cruzar el estrecho de Bering y poblar nuestro continente. Una mezcla enriquecedora.

Sobrevivimos la última y más cruda edad de hielo, la que llevó a la extinción a miles de especies animales y vegetales, incluidas cuatro especies homínidas, porque fuimos capaces de intercambiar. Supimos compartir refugios, alimentos, lenguaje y hasta los primeros instrumentos musicales (flautillas de hueso elaboradas hace 42 mil años) con otros grupos que nos encontrábamos en el camino, en la tormenta de nieve, en un valle desolado.

La solidaridad intrínseca de nuestra especie nos salvó en las condiciones más extremas. Y, desde luego, nos salvó el intercambio, la diversidad y esa innata afición humana por mezclar culturas, tradiciones, visiones del mundo y, claro, códigos genéticos. Somos una especie audaz, curiosa, que disfruta explorar, expandirse, cambiar y aprender cosas nuevas.

La humanidad ha vivido sus peores momentos cuando se aísla, cuando construye murallas, cuando se auto-clasifica entre locales y fuereños, entre nativos e inmigrantes, cuando quiere extinguir otros idiomas, otros acentos, otros sabores y religiones; cuando no quiere cambiar. Las épocas de aislamiento e insularidad han sido las épocas oscuras, de retroceso del conocimiento, la tecnología y de la calidad de vida de las mayorías. La insistencia en barreras, razas y fronteras ha sido siempre la base de la decadencia, hasta en la cocina y el arte.

Yo creo que en cada uno de nosotros, sin importar país, cultura, raza o religión sigue vivo -muy vivo- ese espíritu que nos llevó a salir de nuestro valle original en Etiopía. Creo que sigue viva esa alma humana que hace miles de años nos hizo cruzar ríos, subir montañas, navegar océanos, maravillarnos con la diversidad y festejar cuando coincidimos con otro grupo de homo sapiens. Porque creo en eso fervientemente, espero con infinita esperanza la elección presidencial de los Estados Unidos este 8 de noviembre.

Es una elección importante para toda la humanidad. Es un parteaguas en un país de inmigrantes. Una decisión crucial en una nación que se ha construido sobre el mito del mestizaje, del [i]melting pot[/i] que fusiona lo mejor de los espíritus del ser humano. Estoy seguro que ganará la posibilidad -imperfecta, contradictoria, con tonos de grises- de seguir viendo a la humanidad como una colectividad de alma positiva, abierta, curiosa y solidaria.

Esa esperanza y esa actitud está en nuestro ADN, es lo que nos hace humanos, es lo que nos ha permitido existir.

Mérida, Yucatán
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