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Tabacón B. Linus
La Jornada Maya

Lunes 24 de octubre, 2016

La estruendosa aparición de Donald J. Trump en la escena política y sus posibilidades todavía reales -aunque ya muy erosionadas- de ganar la presidencia de los Estados Unidos, son la expresión más extrema de la política del [i]marketing[/i] y el posicionamiento de un nombre.

En un mundo que empezó con las encuestas, los grupos de enfoque, y luego llegó a las redes sociales y los [i]reality shows[/i], era natural que el liderazgo político pasara, primero, del contenido a las encuestas y, luego, de las encuestas a las tendencias virales del mundo de las celebridades. Todo es parte de una evolución lógica.

Los responsables de ese tránsito desde una democracia imperfecta, pero con contenidos, hacia una demagogia espectacular, somos -de nuevo- nosotros, todos.

Hace mucho que los ciudadanos dejamos de preguntarnos quiénes son los más capaces para gobernar y cuál es su plataforma detallada de política pública, para preguntarnos quién nos cae mejor, quién se ve mejor en los anuncios, quién tiene mejor producción, quién nos parece más guapo o guapa.

Exigimos que los políticos nos caigan bien y se identifiquen con nosotros, y de ese tipo de gobernantes nos hemos llenado. Inútiles abrazadores de gentes, incompetentes llenos de carisma y tomadores de decisiones que bailan en sus anuncios y comerciales. Todos hemos participado en ese torbellino, por la pereza de analizar lo que nos dicen o proponen.

En los años 90 aparecieron las encuestas en el escenario de la política y la toma de decisiones. Desde entonces los gobernantes se entregaron a cierta pereza crónica y empezaron a decidir sólo sobre los temas que a las masas le importaban y siempre en el sentido que las mayorías querían. El grupo de enfoque se convirtió en el mejor asesor y la encuesta de opinión en la mejor reflexión.

Permitimos que los gobernantes cayeran en la situación más cómoda, la de no decidir nada. Con la llegada de la encuesta y el grupo de enfoque, los gobernantes renunciaron a su responsabilidad esencial: marcar un rumbo; y empezaron a gobernar según indicaran los estudios de opinión, que es casi lo mismo que no gobernar.

Incluso los grupos en el poder empezaron a seleccionar a sus candidatos no por capacidad, trayectoria o aptitudes para la circunstancia histórica; era elegido candidato o candidata quien iba adelante en las encuestas, él o la que podía “encandilar” a más gente y punto. Y esa fue otra espiral a favor de la simplona simpatía y el carisma de banqueta, de la que todos tomamos parte. Decíamos “ella me cae muy bien”, “él está más guapo”, “qué buenos están sus anuncios”.

Los que querían y quieren gobernar ya sólo tienen que ocupar el puesto “correcto” y lanzar los programas sociales que les den [i]“exposure”[/i], y el resto se da solo. Construir una candidatura y una aspiración legítima al poder es ahora un proyecto de [i]marketing[/i] a lo largo de varios años; un proyecto para llegar en el mejor momento a la encuesta que decidirá quiénes serán los candidatos o candidatas. Todo es forma y envoltura; la sustancia a nadie le importa.

Lo peor es que los ciudadanos caemos redondos en esa trampa en la que los políticos que nos ofrecen son productos, y escogemos al que nos gusta más, al que nos parece mejor producido o más conocido, sin exigirles que realmente nos propongan algo y lo respalden con una trayectoria real y probada, y con políticas complejas y viables. Nos da pereza leer una plataforma de gobierno; así éstas se vuelven una caricatura, y la campaña y la apariencia (que deberían ser la caricatura) se vuelven lo más importante de todo.

El nacimiento de Trump era el siguiente paso lógico: ya ni siquiera hace falta salir en primer lugar en la encuesta política. Ahora basta con ser una celebridad para trasladar el conocimiento de un programa de TV o una marca comercial a la arena política. En un mundo de Facebook, Twitter e Instagram, ser famoso o ser conocido se vuelve sinónimo de éxito, de autoridad para imponer modas, opiniones y ahora hasta para tener “probada” viabilidad para gobernar.

Trump no es sólo la expresión de esa nueva política desencantada con el [i]establishment[/i]; yo creo que es -sobre todo- la expresión de ciudadanos que hemos optado inercialmente por políticos con buen [i]marketing[/i] y que nos caigan bien. Todo es personalidad y nada es propuesta.

Los ciudadanos, todos, seguimos comprando esos “productos” políticos, como si fueran productos de consumo diario, y vaciando la política de todo contenido real. Cuando la moneda más importante para ser candidato es el conocimiento de un nombre o la simpatía de una imagen, los ciudadanos estamos suscribiendo el “Modelo Trump” de una democracia. La política se vuelve entonces -como decía un viejo refrán- la televisión y el cine de los feos.

Mérida, Yucatán


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