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Pablo A. Cicero Alonzo
Foto: Gerardo Menoscal. Guayaquil, Ecuador
La Jornada Maya

Lunes 17 de octubre, 2016

Durante años, la economía de Ecuador tuvo como cimiento la agricultura. Adinerados clanes exprimieron las entrañas de ese país, sin importarles las consecuencias; rociaron las tierras de químicos para que éstas se olvidaran de sus milenarios ciclos y produjeran más. Esto trajo consecuencias. Yo trabajaba entonces en el periódico Expreso, en Guayaquil. Era el encargado de la dirección editorial. Cocinamos con un reportero y un fotógrafo un reportaje que mostrara las consecuencias de los excesos maquinados por los señores del dinero.

El resultado fue demoledor. Antes de publicar el reportaje, nos reunimos a puerta cerrada. Ya había leído la pieza principal de la entrega, pero fue hasta que vi las fotografías cuando realmente comprendí la magnitud del problema. La investigación iba de lo particular a lo general. Arrancaba con una somera radiografía de una población en la zona bananera de ese país. Ahí, durante dos décadas, grandes producciones de plátanos se obtenían fumigando sin misericordia la tierra. La respuesta de la naturaleza se hizo patente después. Fue una respuesta brutal.

La población era de tres centenares de personas, de las cuales más de la mitad tenían malformaciones congénitas. Hombres y mujeres sin extremidades, con cabezas deformes, sin narices, ciegos, con serias dificultades cognoscitivas; nadie vivía más de los 50 años y seis de cada 10 niños moría antes de cumplir los ocho años. Una aldea insana, de la que florecían desgracias y se cosechaba muerte. El reportaje se publicó y marcó la agenda de ese país durante varios días. La portada de la demoledora primera entrega estaba sostenida con la misma imagen que ves hoy: una pequeña, la cual no se puede identificar, con una mano convertida en tenaza por la avaricia ingenua de los barones de la agricultura. Una niña-cangrejo, visión de ese futuro al que temíamos y que ya nos había alcanzado.

Hace unos días, el titular de la Secretaría de Desarrollo Urbano y Medio Ambiente (Seduma), Eduardo Batllori Sampedro, advirtió que al año se generan poco más de 70 toneladas de residuos agroquímicos en Yucatán. Uno de los problemas que ya se han detectado en algunas áreas es la contaminación del agua. “Se crea la necesidad de buscar acciones y respuesta para controlar este proceso, y potenciar la correcta disposición de estos residuos”.

Situaciones similares se registran en toda la península. El Grupo Indignación igual dio a conocer que Angélica Ek y Feliciano Ucán, apicultores mayas de Hopelchén, se encontraban en La Haya para dar testimonio, ayer domingo y el sábado, ante los jueces del Tribunal Internacional contra Monsanto por graves violaciones a los derechos humanos de sus comunidades, derivado de los productos que dicha empresa desarrolla y comercializa en México.

En 2012 Angélica y Feliciano, de la mano con el Colectivo Apícola de Los Chenes, organizaciones ambientalistas, defensoras de derechos humanos y comunidades mayas, tanto de Campeche como de Yucatán, presentaron diversos amparos contra el permiso que el gobierno mexicano le otorgó a la empresa Monsanto para la siembra comercial de soya transgénica resistente al herbicida glifosfato.

“Lamentablemente”, se señala en el comunicado de Grupo Indignación, “las autoridades encargadas de los temas agrícolas y del medio ambiente omitieron considerar los dictámenes de los órganos técnicos a cargo de la biodiversidad y las áreas naturales protegidas en el sentido de denegar el permiso dado sus impactos potenciales, como podía ser el destino final del herbicida en los mantos freáticos de la península de Yucatán, dado que presenta un suelo altamente permeable”.

La avaricia está envenenando nuestro suelo. Y nosotros, tan desentendidos. Ya hay yucatecos muriéndose de cáncer por estos excesos; así lo han confirmado las autoridades. Hace exactamente un año, en octubre de 2015, [i]La Jornada Maya[/i] publicó que plaguicidas organoclorados, metales pesados y esteroles fecales están presentes en las aguas del anillo de cenotes de Yucatán. Estas sustancias pasaban del agua a la leche materna. La fuente fue Ángel Polanco Rodríguez, científico de la Unidad de Ciencias Biomédicas del Centro de Investigaciones Regionales “Dr. Hideyo Noguchi”, de la UADY. Señaló también que la contaminación acuífera causa, además de cáncer, daños neurotóxicos, muerte fetal y defunciones prematuras en los niños; estas últimas están relacionadas con los plaguicidas.

Sin embargo, y a pesar de las constantes advertencias, la conciencia no ha permeado; nuestra indignación es dura laja que no logra comprender la peligrosa situación a la que nos enfrentamos. Será, quizás, hasta que veamos a niños de miradas tristes y recriminatorias correr por nuestros campos con los dedos adheridos que comprenderemos que nos hemos cargado a nuestro entorno.

Mérida, Yucatán


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