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Pablo A. Cicero Alonzo
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La Jornada Maya

Lunes 12 de septiembre, 2016

La semilla de la discordia se sembró el 27 de mayo pasado. Ese día, el presidente Enrique Peña Nieto informó que había enviado una iniciativa para modificar la Constitución y el Código Civil nacional para que se reconozcan los matrimonios igualitarios. Lo hizo en el marco del Día Nacional de la Lucha contra la Homofobia, y dijo entonces que esa medida serviría para consolidar el criterio emitido el pasado año por la Suprema Corte de Justicia, que consideró inconstitucionales las leyes estatales que prohíben el matrimonio homosexual, en una tesis de aplicación obligatoria.

El mandatario se encontraba en una situación difícil; comenzaba a deslizarse el nivel de su aprobación, que semanas después caería en picada. Este anuncio, estoy seguro, fue para desviar la atención, para granjearse un poco esa aceptación que comenzaba a escurrírsele de las manos como agua. El debate sobre el matrimonio igualitario lo había llevado, hasta ese día, la Suprema Corte. Y lo hacía de una manera pausada, sustentada y sigilosa. La igualdad se abría camino paso a paso. La irrupción de la iniciativa presidencial lo cambió todo.

Motivada más por fines políticos que humanos, el salivazo de Peña Nieto fue como napalm. Apresuró un enfrentamiento, azuzó a ultras cuya sinfonía de odio fue en crescendo hasta alcanzar el clímax este fin de semana pasado. Nada de esto hubiera sucedido si el tema hubiera seguido por los cauces marcados por la Suprema Corte. El enfrentamiento de posturas de la que somos testigos es culpa del presidente, quien al dividirnos desvió nuestra atención.

“¿Cuántos muertos más, Calderón?”, continúa exclamando la gente, medio en broma, medio en serio. Crucificar al presidente se ha convertido en deporte nacional desde hace años; en la mente de los mexicanos, él —cualquiera que ocupe el puesto— es el causante de muchos de nuestros males. Sin embargo, en este tema, creo que sí es válido apuntar a Peña Nieto y acusarlo de sembrador de cizaña. La iniciativa que él presentó aquel fin de mayo fue rechazada por los legisladores de su partido. Incluso un ex candidato presidencial —Francisco Labastida Ochoa— le achacó a esta propuesta la debacle del PRI en las urnas. Peña Nieto fue capaz incluso de fracturar a su familia política.

Lo mismo hizo con la legalización de la marihuana. El 20 de abril pasado, durante su participación en la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas sobre Drogas (UNGASS), en Nueva York, el presidente descalificó el modelo “prohibicionista” que sólo ha criminalizado a los consumidores y mostró una clara apertura a la legalización de la mariguana con fines médicos o científicos, como parte de un decálogo de propuestas para hacer frente al problema. El 20 de abril pasado. Y, hasta ahora, nada. Ese decálogo hueco se quedó en un bonito discurso, en un cambio de ritmo en la agenda informativa. La situación continúa igual que entonces, y no parece que vaya a cambiar.

Aquí, en México, las cajas chinas están tomando la forma de iniciativas presidenciales. Y esas estrategias no sólo desvían nuestra atención hacia los temas trascendentales —como las malas perspectivas económicas— sino que nos enfrentan como sociedad. Divide et vinces, aconsejaba Julio César.

Las marchas y los “besatones” de los que fuimos testigos —y muchos protagonistas— no nos definen como sociedad. México no es un país fracturado ni enfrentado. Estas manifestaciones, desde las que se dispararon balas de intolerancia, son sólo el fruto de esa cizaña que el presidente sembró.

Remontémonos a junio de 2015. Ese mes, la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) abrió la puerta para que en todo México puedan celebrarse matrimonios entre personas del mismo sexo, a pesar de que las leyes locales no lo consideren legal. No recuerdo que esa resolución haya tirado gasolina y prendido nuestras hogueras de intolerancia. Fue la iniciativa la que se convirtió en esa estopa que nos motivó a descalificarnos unos a otros. Creo que el debate es necesario, y que la sociedad tiene una deuda pendiente. Sin embargo, así no se avanza.
“Tu verdad aumentará en la medida que sepas escuchar la verdad de los demás”. Eso lo dijo Martin Luther King, quien vaya que sabía de injusticias y de deudas sociales. Cuando lanzas una iniciativa como la anunciada el 27 de mayo no lo haces y te vas en silencio en tres, dos, uno… Pones a andar el mecanismo de la democracia, que no se limita a la elección de autoridades.

Se debieron instaurar foros para que todo el mundo dé su opinión, plantee su verdad. No se hizo, y a falta de estos, se gritaron consignas en las calles y en las redes, que en lugar de convencer, descalifican.

Como mexicanos, hemos padecido de políticos corruptos e incapaces. A esas condiciones, habría que añadirle la de venenosos, capaces de poner a un hermano contra el otro. Antes de insultar o descalificar a quien no piense como yo en este tema, prefiero remontarme al origen. Este gran pendiente debe regresar al cauce trazado a mediados del año pasado; nunca debió haberlo desviado el presidente, un rey Midas invertido que me ha dado sobradas razones para dudar de sus verdaderas intenciones. Lo que anunció el 27 de mayo no fue para saldar una deuda, fue para enfrentar al país.

[b]Mérida, Yucatán[/b]
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