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Lolbé González Arceo
Foto: Rodrigo Diáz Guzmán
La Jornada Maya

Miércoles 31 de agosto, 2016

Cuando estudiaba en la universidad una de mis maestras decía que las prácticas homosexuales eran una perversión. Antes de que cualquiera, de las poquísimas personas que diferíamos, se lanzara a rebatirle ella explicaba “no estoy juzgándolo moralmente, perverso se le llama a aquello que es usado con un fin diferente de la idea original con la que se le diseñó”, añadía a la explicación un chiste que hacía soltar la carcajada de muchos: “si yo me introduzco éste lápiz en la oreja eso es perverso”.

Recordé esa escena a raíz de leer el pronunciamiento de Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla acerca de la iniciativa para modificar la Constitución y legalizar el [i]matrimonio igualitario[/i] en todo México. Habría que iniciar poniendo ojo en el curioso gesto de entrecomillar el término matrimonio igualitario, parecieran querer decir “ustedes lo llaman matrimonio igualitario, nosotros no, ni siquiera nos atreveremos a pronunciarlo”.

Señalan que vivimos en tiempos aciagos y que por eso se sienten comprometidos con la regeneración del tejido social. Pero no. No regenera el tejido social quien con tijeras en mano viene a hacer cortes que dejan a unos con todos los derechos y a otros con derechos de consolación.

Aseguran que la reforma podría provocar una discriminación regresiva, misma que Rivelis define como “la convicción de la propia superioridad y la tanática búsqueda de eliminación del diferente” pero en este escenario los únicos que buscan eliminar o segregar al diferente son los representantes de la iglesia y las organizaciones que de ella se desprenden.

Para dar fuerza a su afirmación se basan en la “naturaleza” y el “sentido común”; esos son todos sus argumentos. La naturaleza, en cuyo nombre se han cometido tantos actos de discriminación a toda clase de grupos y “el sentido común” que habría que preguntar ¿el de quién?

“Distinguir no es discriminar” expresan, emulando a mi maestra. Ahora bien, según la RAE, discriminar significa “seleccionar excluyendo”. El pronunciamiento lo que hace es precisamente eso, trazar una barrera descomunal y antagónica entre los que tienen una familia tradicional y todos los que no la tenemos.

Se basan en la conocidísima pero funcional estrategia del miedo para sembrar sospechas y volverse aliados de todo aquel que forme parte de una familia con padre y madre, ven en ellos una oportunidad, un mercado al cual venderle este terror por lo diferente.

La maniobra tiene que funcionar para muchos, es el estilo en que se nos venden medicamentos que no necesitamos tras y durante el noticiero de Lolita Ayala: teme y consume: ¡sálvate!

Dicen que no hay que “sucumbir ante la imposición de una unanimidad forzada y artificial”, pero en lugar de promover que cada persona elija con quién juntarse y bajo qué términos hacerlo, pretenden, disfrazados de piedad, imponernos a todos una manera de ver las cosas que claramente no permite a cada uno decantarse por lo que le parezca mejor.

No es de extrañar que una institución católica sostenga estos puntos de vista ni que una red educativa de este corte intente persuadirnos de que no es homofóbica sino que está defendiendo los derechos de la familia. Lo extraño son los argumentos, a todas luces endebles que parecen emular el “con todo respeto” de un personaje de la comedia televisiva.

El comunicado señala que la postura que ellos profesan supone “no inventar derechos humanos”, lo que parecen olvidar es que los derechos humanos son, efectivamente algo inventado, acuerdos que se tomaron en un momento histórico como una medida para tratar de asegurarse de que todos contemos con «condiciones instrumentales que permitan nuestra realización».

Hablan de que defienden a la familia pero, ¿de cuál ataque? Nadie está pidiendo que se pongan trabas a las parejas heterosexuales que quieran casarse y tampoco existen manifiestos para generar odio hacia ellos.

Es curioso, y quizá también perverso, que un centro de estudios haya dejado pasar toda la serie de reformas injustas que se han dado en los últimos años, sin decir una palabra, y que opte por pronunciarse enérgicamente, sólo ahora, ante una reforma que se dirige a cobijar, bajo una serie de derechos, a más personas.

[b]Mérida, Yucatán[/b]
[b][email protected][/b]


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