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Juan A Xacur M
Foto:Conagua
La Jornada Maya

Jueves 4 de agosto, 2016

Cada año, por esta época, el mar Caribe nos ofrece los mentados huracanes o ciclones, que dan pie a muchas predicciones y otras tantas prevenciones. Los meteorólogos anuncian, con anticipación desusada, que habrá tantos y algunos muy severos, luego dicen que serán menos y esbozan las corrientes del Niño o de la Niña, y los encargados de la protección civil (¿hay militar?) recorren escuelas, iglesias, edificios públicos habilitados para recibir evacuados y damnificados. Se publican los colores de las alertas, listas de cosas que cada persona debe hacer con sus bienes.

Los abarroteros se frotan las manos, porque saben que ante cualquier alerta real van a vender velas, galletas, baterías y todo tipo de alimentos enlatados, que normalmente no venden: es la oportunidad de rotar inventario: ¡mulas!

Los viejos recuerdan el huracán Janet, que quedó en la memoria chetumaleña como el Hada Janet, según canta Gómez Barrera, y los no tan viejos mencionan al Carmen e incluso al que nunca llegó, el Micht, pero que nos trajo la veneración a San Judas Tadeo, a quien cada año, desde 1988, se le hace misa en el muelle.

Los jóvenes esperan con ansia la oportunidad de vivirlo, los noticieros se relamen, porque el meteoro le de un buen árbol caído para mostrar los destrozos; y no faltan los que hablan de la oportunidad de pedir financiamiento del Fonden.

Pero un huracán sí es cosa seria. Sus vientos, que rebasan las velocidades de la Fórmula 1, pueden arrasar con viviendas débiles y las bajas presiones pueden arrancar puertas y ventanas, árboles y postes. Sus lluvias indudablemente socavan los pavimentos, matan las cosechas, cortan carreteras, derriban postes de electricidad y teléfonos. Espantan al turismo, alteran el ya malogrado calendario escolar, impiden desfiles de septiembre y la atención a los informes de gobierno.

Oficialmente la temporada de huracanes va de junio a octubre, pero los que saben dicen que estos fenómenos no tienen palabra.

En los años 60 del siglo pasado, la información salía de los boletines de la Marina, se esperaba que al mediodía llegara y se difundía de boca a oreja. En los 80 eran los noticieros de radio los que atendían lo que publicaba la prensa e, incluso, se escuchaba Radio Belice. En los 90, con el Internet y el cable, el Canal del Clima. Pero hoy en día, cualquiera con un celular, medianamente dotado, tiene acceso a las fotos de satélite de la NASA o los boletines de los centros de huracanes de la Comisión Nacional del Agua, o desde Miami o Puerto Rico. Entonces ya todo mundo es meteorólogo y pretende interpretar las nubles y los vientos. Corren así las versiones no oficiales que hacen cundir el pánico o la calma, según el caso.

En lo personal, quien esto escribe se apega al filósofo de Güemes:
Si el gallo canta en la mañana:

puede que llueva mucho,
puede que llueva poco,
puede que no llueva nada.
Y abunda el filósofo:
Si de aquí a fin de mes
no llueve,
entonces este mes
ya no llovió.

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[b]Quintana Roo[/b]


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