Pablo A. Cicero Alonzo
Foto: Ilustración tomada de la web dailymail.co.uk
La Jornada Maya
Martes 14 de junio, 2016
Renovarse o morir. Así de simple. Incluso los comunistas de hueso colorado lo han entendido. La imagen que ilustra esta página es parte de una campaña emprendida por el Partido Comunista ruso, que ha decidido apostar esta vez por los jóvenes y adaptar la clásica imagen de su líder histórico, Vladimir Lenin, para que resulte más atractivo a las nuevas generaciones, aquellos veinteañeros para los que el comunismo no es sino cúmulo de historias escuchadas en la sala de estar de casa de los padres.
El gobierno del estado, emanado del PRI, se encuentra en una coyuntura similar. La irrupción de plataformas tecnológicas que ofrecen servicio de transporte lo puso contra las cuerdas. La historia ha sido una profesora intransigente, despiadada en este tipo de hechos: no hay dique que resista a la modernidad. Y este es el caso de Uber & Co. La administración estatal, ante el funcionamiento inminente de estas plataformas, quiso ganar tiempo presentando una iniciativa que dice sí, pero no cuándo, como sugieren los mariachis en un son.
El fenómeno que conlleva la consolidación de este tipo de innovaciones se ha convertido en un fenómeno de nuestro tiempo. Hace algunos años, un joven irreverente puso a temblar a la industria discográfica con una plataforma conocida como Napster. Por medio de ésta, los usuarios eran capaces de compartir sus archivos musicales, completamente gratis. Napster implementó en el ciberespacio esa ancestral costumbre que tenemos los humanos de intercambiar bienes; esa tendencia tan presente en nuestra infancia, en la que los recreos se convertían en mercados de canicas y estampitas. Napster podía funcionar gracias a profundas lagunas en las leyes internacionales de derechos de autor, que en lugar de adelantarse a los hechos reaccionaban con paquidérmica lentitud. Sin embargo, el status quo de entonces logró frenar a este cada vez más poderoso intruso, que conectaba a los usuarios directamente. Napster fue erradicado, pero su legado fue cambiar por completo a la industria musical, que infectó desde adentro; una quinta columna de modernidad, corrosiva de cimientos. Después de Napster llegaron, entre otros, iTunes y Spotify, plataformas cuyo éxito ahora se traduce en miles de millones al año. El pirata le mostró el camino al tiburón.
Algo similar sucedió con Netflix. Esta empresa aprovechó la tecnología del streaming y comenzó a ofrecer televisión a la carta. En menos de cinco años, esta tecnología ha destruido las murallas de imperios que antes nos parecían eternos; a sus pies han quedado las televisiones abierta y de cable. ¿La razón? Tiene una mejor y más atractiva oferta para los usuarios; además, elimina la publicidad que en los sistemas hasta hace poco hegemónicos se obligaba a ver a los televidentes; comerciales que parecían grilletes.
La oposición que encuentran las plataformas que ofrecen servicio de transporte en distintas ciudades es, a largo plazo, estéril: son patadas de ahogado, coletazos de reptil. Es como si Televisa o TV Azteca cabildearon para prohibir Netflix. Es por esa razón que hay que poner en perspectiva el debate generado en el Congreso local por la iniciativa presentada por el gobierno estatal. Tal vez ésta represente un dique para la modernidad. Tal vez beneficie a los tradicionales prestadores del servicio de transporte. Tal vez… Sin embargo, y por más trabas legales o jurídicas que el poder imponga, los servicios basados en las nuevas tecnologías permanecerán. Así nos lo ha mostrado la historia. Una y otra vez.
El gobierno del estado y el mismo FUTV se pueden disfrazar, incluso presentarse con vestimentas y lenguajes más modernos. Pero al final, como el Lenin que ilustra esta página, se mostrarán artificiales, artificiosos. Como todos, tarde o temprano serán engullidos por la vorágine del progreso. En su libro El fin del poder, Moisés Naim contempla este nuevo escenario: los poderosos languidecen cada vez con mayor frecuencia, dando paso a escenarios cambiantes, cada vez más complejos.
Aferrarse a los esquemas tradicionales no sólo resulta ocioso, sino contraproducente.
Las autoridades podrán hacerse los sordos ante Sordo Mogollón, el director general de Uber en México, quien ayer tuvo una intensa jornada de cabildeo, cuyos frutos aún ignoramos; podrán ningunearlo y hacer caso omiso a sus observaciones. Lo que no pueden menospreciar son las tendencias del mercado. Aunque el Lenin hipster que elegí se ponga rojo de rabia, serán los consumidores los que al final tendrán la última palabra; el mercado será el árbitro de este debate que nos apasiona y polariza. Tal vez Uber es como Napster, y aún le hace falta un largo camino para presentarse como una opción en el servicio que ofrece. De nuevo, otro tal vez. Pero, ya sea él u otro similar, la tendencia será algo que rompa con las prácticas actuales y entierre al actual monopolio. De gobierno depende si entra al mausoleo con su antiguo aliado o se renueva.
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