Hace unos días, lanzando velada crítica a los trabajos que se realizan en Paseo de Montejo, un candidato recordó, con marcada nostalgia, el pasado de esa emblemática arteria de nuestra capital. En su cápsula didáctica, dijo que esa avenida fue construida en una época de bonanza, comparando a la Mérida de entonces con un emirato árabe —oro verde, oro negro—, y que la intención era embellecer la zona con una vía parecida a los campos elíseos de París. Por ese motivo, argumentó, se debería respetar su estructura, baluarte de nuestro ayer. Precisamente en esa encrucijada nos encontramos como sociedad: entre el pasado y el futuro; entre el lastre y el impulso. Muchos de nuestros políticos —entre ellos el presidente Andrés Manuel López Obrador— han adoptado el papel de profesores, aferrándose a una lánguida, manoseada historia, con la que justifican sus acciones, su borrosa visión. Sin embargo, al tener la mirada en el espejo retrovisor son incapaces de ver las oportunidades que tienen enfrente.
Hace unos días, la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, aprobó un proyecto de 250 millones de euros —más de 6 mil millones de pesos— para transformar los campos elíseos en un jardín extraordinario. El proyecto planea reducir la presencia de vehículos en la avenida a la mitad, mejorando la calidad del aire, ya que también se crearán áreas verdes para el paso exclusivo de peatones. A esto también ayudarán los túneles de árboles que se incluirán a lo largo del paseo de casi dos kilómetros.
Otro cambio importante que se realizará es la adaptación de la plaza Charles de Gaulle para mejorar la visibilidad a turistas y parisinos del Arco del Triunfo. El proyecto también incluye la remodelación de la plaza más grande de París, la de la Concordia, cuya obra sí se espera que esté finalizada antes de los Juegos Olímpicos; la transformación del resto de la avenida no está planeada hasta 2030. Los parisinos sueñan ya con ese futuro de árboles, mientras que muchos meridanos —muchos por intereses políticos— añoran ese pasado de chapopote. La encrucijada, entonces, está entre los campos elíseos de antaño con los campos elíseos del porvenir. ¿En lo particular, cuál prefiero? La respuesta es obvia, si pienso en mis hijas. El ejemplo parisino no sólo aplica a las obras de las ciclovías, sino también a otras, aún más polémicas, como el paso deprimido. Es momento de tomar decisiones difíciles que faciliten —y enriquezcan— la vida a los meridanos; hay que pensar en la siguiente generación, no en la siguiente elección.
Edición: Laura Espejo
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