Pablo Cicero Alonzo
Foto: Fabrizio León Diez
La Jornada Maya
Mérida
14 de abril, 2016
Sexo. Sexo. Sexo. Ya tengo tu atención. A altas horas de la noche, en la esquina de la calle 67 y 66 del centro de Mérida, dos hombres tienen relaciones sexuales. Con urgencia, a la vista de muchos. Alguien los graba y sube el vídeo a la Internet, que explota como bomba molotov. Días después, la escena se repite, aunque el escenario y los protagonistas son diferentes. En esa segunda ocasión, se trata de los baños del centro comercial Gran Plaza, en el norte de la ciudad. El vídeo igual comienza a circular en la red de redes, haciéndose viral.
El exhibicionismo es un comportamiento que puede tener múltiples orígenes; muchos de los cuales se remiten a la niñez. “Infancia es destino”, ya lo decía Freud. A las expresiones como el exhibicionismo socialmente se le ha inyectado una connotación negativa, cuando no necesariamente tiene una razón sexual: hay muchas personas que sienten un deseo atroz de placearse, de mostrarse, de ser visto. Por ejemplo, se le puede diagnosticar a varios políticos esta expresión sin necesidad de que protagonicen vídeos tres equis o que debajo de la gabardina no lleven nada.
La otra cara de la moneda es el voyeurismo. Esta es una de las expresiones comportamentales de la sexualidad más comunes, explica Diego López Cimé, maestro en consejería y educación de la sexualidad. En este caso, quien lo tiene —sería inapropiado decir “adolece”, “padece” o “sufre”, ya que no es una enfermedad, ni perversión, como antes se le conocía— siente placer al ser testigo de un acto sexual. Aquí sí es necesaria la naturaleza de la acción que excita al voyeur. Un hueco en la pared, un escondite como un arbusto… Una cámara. Como las mil 800 que se planean implementar en el marco del programa Escudo Yucatán. Sin embargo, estos dispositivos serán únicamente herramienta de voyeur si quien las controla se excita mirando a otros teniendo sexo, algo que dudo aunque no lo deshecho.
La videovigilancia ha demostrado ser una de las armas más poderosas contra la delincuencia. No sólo ayuda en la investigación de los delitos, sino que los previene; una persona piensa dos veces antes de cometer un crimen cuando se siente observado. Se habla de que, en lo que parece un exceso paranoide, nos encaminamos hacia una distopía en la que el gobierno sabrá dónde estamos y qué hacemos. Y con razón. Sin embargo, esta sobrevigilancia es parte del contrato social del que hablaba Jean-Jacques Rousseau: todos los ciudadanos sacrificamos algunas libertadas para garantizar otras. Y, en este caso, a lo que se le está dando prioridad es a nuestra integridad, física y patrimonial.
Más que el aspecto sexual que implica el voyeurismo, se teme que la videovigilancia propuesta se utilice con fines políticos; es decir, que sirvan para extorsionar o chanteajear a un opositor. En el caso de Mérida, igual se esgrime, para criticar la propuesta, el caso de la golpiza que un grupo de ciudadanos recibió el 4 de julio de 2011. En ese entonces, y a pesar de que la calinesca escena fue grabada, las cámaras no sirvieron para nada. Algo similar a lo que sucedió en el caso de Ayotzinapa. Según la cuestionada investigación oficial, de 25 cámaras ubicadas en zonas relacionadas con la desaparición de normalistas en septiembre de 2014, 21 no servían y tenían más de un año fuera de servicio.
Con estos argumentos, el énfasis que deben poner los promotores de Escudo Yucatán no es en la tecnología que pretende implementar, sino en la integridad de quienes la operarán. Deja tú las pervers… perdón, las expresiones comportamentales de la sexualidad de quienes monitoreen las imágenes captadas por mil ochocientas cámaras; el gobierno debe garantizar que el sistema de videovigilancia no se pervierta —ahora sí— y se use con fines políticos. ¿Cómo fortalecer esa posible debilidad del escudo? Institucionalizando a la SSP. Sí, aún más. El arma más poderosa de una corporación policíaca es la confianza que le tienen los ciudadanos. Ni mil ochocientos ni cinco mil cámaras la suplen.
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Gay Talese es una leyenda en la crónica periodística. Acaba de presentar su último libro: El motel del voyeur, un amplísimo reportaje que el mítico reportero realizó en 1980. En éste, narra la historia de Gerarl Foos, propietario de un motel en Colorado. Ahí, hizo agujeros en los techos de las estancias y los camufló con rejillas de ventilación. A través de ellos, Gerarl podía ver todo —todo— lo que hacían sus huéspedes. Este voyeur, según explica Talese, nunca filmó a sus clientes; sólo se sentaba a mirar sus prácticas sexuales y tomaba nota de las conversaciones que motivaban el coito. El libro sale a la luz más de tres décadas después de haberse realizado, ya que así ya prescribieron los delitos que cometió Gerarl… Y Talese, que en su curiosidad de reportero —buen punto— acompañó en más de una sesión al anfitrión en las sesiones voyeuristas.
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