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Pablo A. Cicero Alonzo
La Jornada Maya

7 de abril, 2016

No son extraterrestres. Son personas, como tú y como yo. Al igual que nosotros, tienen banqueros voraces, que participaron en esa orgía bursátil que concluyó con la quiebra de muchísimas instituciones en todo el mundo; ahí, igual se escuchó ese doloroso crack. Para evitar el apocalipsis financiero, la gran mayoría de los países optó por rescatar a esa banca ludópata que en 2008 puso al capitalismo a un paso del abismo, por su adicción a jugar ruleta rusa con balas de oro. Es decir, los excesos de los directivos de los bancos los pagaron los ciudadanos.

Islandia, ese pequeño país de ciento tres mil kilómetros cuadrados, no fue la excepción. El gobierno nacionalizó sus tres mayores bancos; el acto de contrición por los pecados de sus banqueros le costaba a cada familia islandesa más de cinco mil dólares al año. Hasta que dijeron basta, ya, hasta aquí. En 2009, después de feroces manifestaciones, de cacerolazos gélidos y de erupciones volcánicas sociales, se optó por dejar morir de inanición a esos bancos; no les dieron ni un centavo. Les pusieron calzado de cemento y los enviaron a hacer turismo a las profundidades de la laguna. Hace un año, en 2015, ese país superó los niveles de actividad económica previos a la crisis y le devolvió el último tramo de ayuda del Fondo Monetario Internacional (FMI). Lo hizo antes de tiempo, ya que el plazo vencía hasta el 31 de agosto de este año.

Según las cifras del propio Fondo Monetario, la economía de Islandia crecerá este año un 4.1por ciento, se crearán suficientes puestos de trabajo para reducir la tasa de paro al 3.7 por ciento, casi pleno empleo; los sueldos crecerán un 8.3 por ciento nominal y un 5.9 por ciento en términos reales, pues la inflación será de un 2.3 por ciento de media anual, y las cuentas públicas cerrarán el ejercicio con un superávit del 0.8 por ciento del PIB. «La recuperación islandesa ha sido impresionante». Lo anterior lo dijo alguien de un país acosado por las crisis, el nuestro. Se trata de José Ángel Gurría Treviño, secretario general de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).

Los islandeses no son extraterrestres. Son personas, como tú y como yo. Al igual que nosotros, son gobernados por políticos corruptos. La filtración masiva conocida como Panama Papers reveló que su primer ministro, Sigmundur David Gunnlaugsson, también sucumbió a la tentación y utilizó las mismas estrategias que sirven para no pagar impuestos o lavar dinero, que al fin de cuentas para eso sirven muchas de las empresas fantasmas de los paraísos fiscales como Panamá. El gobernante islandés fue una de las figuras más destacadas que quedaron al descubierto con el scoop mundial, que salpicó a México manchando al constructor preferido de Enrique Peña Nieto y a altos directivos de televisoras.

Sin embargo, a diferencia de aquí, donde la noticia sólo se convirtió en un golpe más a ese mullido punching bag en el que se ha convertido nuestra indignación, la reacción de los islandeses —que efectivamente, en la calle, codo a codo son mucho más que dos— obligó a Gunnlaugsson a separarse de su cargo. Un día después de que la bomba molotov estallara, más de diez mil personas asistieron a las manifestaciones realizadas en la capital para demandar la salida del Ejecutivo. Los que por trabajo no pudieron asistir, más de 24 mil ciudadanos, firmaron una petición en línea para solicitar la dimisión del político de 41 años.

No renuncia, aseguró el político islandés, sólo "propuso que su segundo, Ingi Jóhannsson, asuma temporalmente el cargo". Sin embargo, su suerte ya está echada. La primera víctima de los Panama Papers se registró en tiempo récord. Gunnlaugsson cayó en menos de lo que nos lleva pronunciar hæcstaréttarmalaflutningsmaõur, la palabra más larga en islandés y que significa abogado del tribunal supremo.

No son extraterrestres, pero ¿qué los hace más diferentes? Pueden ser muchos los factores: En verano, hay 24 horas de luz; no tienen ejército desde el siglo XIII, Bobby Fischer encontró ahí paz y asilo político, Björk, Gudjohnsen, Sigur Rós… Sin embargo, el aspecto que me gustaría destacar es su gusto por la cultura. Los islandeses leen unos 40 libros al año, y uno de cada diez publica un libro a lo largo de su vida. En su caso, leer, literalmente, los hace más libres. Además, el 80 por ciento de los jóvenes estudia algún instrumento y solfeo, que se refleja en un gran número de músicos profesionales. En ese fértil contexto, la industria del software y los videojuegos crece exponencialmente, y este misterioso país-isla se está convirtiendo en el escenario preferido de grandes producciones cinematográficas y televisivas. No son extraterrestres. Como nosotros, tocaron fondo. Pero ellos eligieron no quedarse en el fango, martirizarse en el chiquero. Se levantaron y salieron adelante. Eso sí, antes se deshicieron del lastre.

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