Tabacón B. Linus
La Jornada Maya
15 de febrero, 2016
El número Dunbar se refiere al máximo de relaciones sociales que un individuo puede mantener. El número es 150, ése es el número máximo de personas con las que un individuo puede convivir y, efectivamente, sentirse parte de un grupo, con los respectivos sentimientos de solidaridad, empatía y, especialmente, armonía.
Este número, que se desarrolló por parte del antropólogo (esa raza maldita) Robin Durban, pensando en primates, increíblemente aplica hasta a las unidades militares del pasado y del presente: la unidad de combate básica de los Estados Unidos o de la antigua Roma consideraba un máximo de 150 miembros. Lo mismo aplica para el Facebook, cualquier “ente” (cibernauta) puede tener miles de contactos en su cuenta, pero la estadística demuestra que los contactos con los que verdaderamente interactúa siempre se mantienen alrededor del número 150.
Cualquier interacción social que implique convivencia con más de 150 individuos, tenderá a ser problemática, complicada, falta de empatía y quizá hasta violenta. Eso es lo que nos está pasando en Mérida.
En la Mérida antigua, donde las colonias y los grupos sociales estaban claros –la casta divina, la casta beduina, la clase media baja “uaydezca”, los mestizos, y todos los demás subgrupos- cada quien conocía su lugar y cada quien estaba en su lugar. Los de la colonia Carranza, la Alemán o la Carillo Puerto, hacían sus grupos, sus pandillas, hasta en el salón de clases, y desde ahí tramaban todo: hasta su ascenso al poder. Esa Mérida ya no existe. Se fue. Ese arreglo anquilosado y primitivo ha muerto. El número Dunbar ya no existe más. Ya no sobreviven los círculos cerrados y estables de convivencia social.
En esta Mérida de más de un millón de habitantes, uno ya no conoce a su vecino. Los que somos profesionistas de clase media, vivimos en la Francisco de Montejo, Caucel, Las Américas o Gran Santa Fe, no conocemos a los de la cuadra. Vivimos vidas más anónimas, con menos redes sociales reales. Ya no llenamos el número Dunbar. Y se nota.
Hoy el meridano que tiene sus 150 conocencias (y esos ya son pocos), sólo conoce a uno de cada 6,666 habitantes de la ciudad. Es decir, no conoce a nadie. Por eso hay más violencia, inseguridad, asaltos, insensibilidad. La ciudad ya nos es ajena, y sus habitantes todavía más. Todo está lleno de extraños con los que ya no sentimos una identidad compartida, menos aún empatía.
Esa Mérida ordenada, por barrio, por colonia, por afiliación a escuela, grupo deportivo, ya se fue, y nunca va a regresar. Si la empatía de los grupos pequeños, que se conocen, identifican y conviven ya no existe, entonces ¿qué sigue?
Sigue mayor inversión en gobernabilidad. Mayor inversión en hacer valer la reglas del orden y la seguridad. La gobernabilidad no implica más policías y patrullas, es más bien una tema de tejido social (un concepto que le encanta al Gobernador y al Secretario de Gobierno, Roberto Rodríguez Asaf). En ese escenario, señoras, señores, jóvenes, urge que el gobierno estatal y el municipal presenten nuevas estrategias de integración y desarrollo de una nueva identidad en Mérida. Urgen nuevas iniciativas culturales (no las de siempre, encabezadas por los de siempre), deportivas y también sociales.
Si el número Dunbar se va y nada lo sustituye, lo que sigue es la inseguridad y la sociedad rota.
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