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Tabacón B. Linus*
La Jornada Maya

18 de enero, 2016

En el tercer informe vimos a un gobernante, eso es cosa rara. Es en serio, no vimos a un futuro candidato, no vimos a un político suspirando por una posición o imagen, menos a un protagonista de esos de nuestra democracia decadente.

Rolando Zapata tuvo un informe mesurado, de esos que sólo son posibles cuando la experiencia, el realismo y la frialdad calculadora se combinan. No hubo llamadas a la lucha, ni gritos guerreros, menos defensas o justificaciones de lo indefendible.

No defendió las aves ni los pollitos; las mencionó y punto. No defendió los huertos de traspatio, los enumeró y luego citó datos de la Coneval sobre el éxito de la política social en Yucatán, y nada más.

La política ni pintó. Fue un informe administrativo y técnico. Los temas fueron la economía y el empleo: los dos troncos que sostienen esa definición ideológica en ciernes y –a veces jabonosa- que es el bienestar.

Es curioso: el político formado en el horno y la fundición infernal del cerverismo, el que desde la universidad ha hecho grilla y ocupado puestos relevantes en el priísmo de la operación política pura y vulgar (fue oficial mayor a la “tierna edad” de los 27 años), tiene –ahora- como preocupación principal el crecimiento de la base productiva. Y ya.

A los únicos a quienes el gobernador les habló directamente, para hacerles un llamado preciso, fue a los empresarios. Le preocupa más la generación de empleo que imponer una ideología o moda. Ese es su estilo personal de gobernar. Un político mesurado y pragmático, sobre todo lo segundo –pragmático- fue el que rindió su tercer informe.

Los grandes anuncios de nuevo son la llegada de inversión, el arribo de nuevas empresas. Cuántas plazas laborales, cuántos millones de inversión, cuántas aulas y cuántos estudiantes entrenando para ser mano de obra calificada, eso es lo que más le importa. Y hace bien.
Los anuncios de lujo son de ladrillo y cemento: centros de convenciones, hospitales, juzgados, museos. Le importa la economía y la infraestructura. Referencia a las elecciones del 2015, sus muertos, heridos y desaparecidos, nada. Cero. Y uno hasta se alegra de un informe “a lugar” antes que uno “fuera de lugar”, porque hace falta un gobernador, no un candidato eterno.

No le habló a los jodidos, ni a los indígenas, ni a los ricos, ni a los intelectuales; le habló a los yucatecos que quieren trabajar. Para él eso es lo importante, ser productivo o creativo (las dos cosas combinadas, de preferencia), fuera de eso no hay razas, color o código postal.
Él no quiere inspirar pasiones, no quiere ser amado y –por tanto- tampoco odiado. Quiere ser confiable, quiere que confiemos en él. Quiere ser de fiar. Dice que no va a cambiar, como si lo suyo fuera lo inmutable. Siente que Yucatán necesita esa neutralidad firme para salir adelante e ir más allá de ocurrencias y accidentes, de locuras y delirios del PRI y también del PAN.

Lo suyo no es el carisma, es más bien la paternidad. Quiere ser un padre proveedor. Proveedor de empleos e ingresos, y ya luego que nosotros hagamos lo que nuestro talento y emoción nos dicten, siempre y cuando sea productivo. No recuerda como ángel furioso y paternal.
Él es un virrey bueno, aspira a serlo. Ahí va. Le preocupa más la herencia que el heredero. Los herederos se ven pálidos, desnutridos, precoces. Sí, esa es su clave: quiere dejarnos una gran herencia, más que una presencia, a pesar de los nubarrones económicos y financieros que ya amenazan el cielo del 2016.

Confía que el ciudadano –corregimos– confía en que el electorado, será inteligente y mesurado: premiarán los resultados por encima del candidato o los lemas, cuando el juicio final llegue en 2018. Ahí la mesura puede rayar en optimismo o buena voluntad. Esperemos que no sea ingenuidad.

Rehúye el culto a la personalidad porque es más ambicioso que eso, quiere ser memorable más allá de su sexenio. Quiere que hablen bien de él cuando ya no sea gobernador.

Es animal de mil batallas. Toda su vida quiso ser gobernador y ya lo es. Quizá por eso, antes que atender a su ego, sus pasiones, o groseramente cobrar sus cuentas, quiere gobernar.

Es una apuesta fuerte, le puede ir muy bien a Yucatán, pero a él le puede costar. Él quiere que le haga justicia el tiempo, no el próximo resultado electoral. El hijo de Naxón no tiene miedo, apuesta a que la historia le dará la razón; a que los ciudadanos, y no necesariamente su partido, lo aplaudirán y absolverán.

*Escritor y analista político

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