de

del

Manuel Alejandro Escoffié
Foto: LJM
La Jornada Maya

8 de enero, 2016

En el documental [i]Easy Riders, Raging Bulls[/i], basado en el controvertido libro homónimo de Peter Biskind, la realizadora, escritora y actriz Joan Tewkesbury es la última de muchas “cabezas parlantes” desfilando frente a la cámara. En los minutos finales del documental, lamenta el momento en que, de acuerdo a su opinión, comenzó la muerte del cine como arte: la primera transmisión televisiva de resultados de recaudación en taquilla, como si se tratasen de puntuaciones en una final de futbol. En ese instante, afirma haber dicho para sus adentros: “Estamos acabados”. No pienso discutir que, efectivamente, fue el final de una era. Los años dorados del director auteur en Hollywood abrían paso al blockbuster veraniego. Tampoco ahondaré en qué tan valido o no sería afirmar que significó la muerte creativa del medio. No obstante, la razón por la cual hoy decidí comenzar con esta “señal del apocalipsis” se debe a que vino a mi mente hace unos días, al percatarme de la notoria cantidad de personas en redes sociales presumiendo los millones de dólares que [i]Star Wars: El Despertar de la Fuerza[/i] recaudó desde su estreno, aferrándose a estos datos como evidencia inequívoca de sus meritos artísticos.

Aún no he visto la película. Tal vez sea tan extraordinaria como dicen. O tal vez no. Por otro lado, no considero nada realista desestimar todo análisis o discusión seria respecto al dinero entrando y saliendo de las arcas hollywoodenses. Más aún, reconozco que, bajo circunstancias adecuadas, el número de boletos vendidos y la excelencia tanto narrativa como estética pueden llegar a coexistir. Sin embargo, en términos reales, el desempeño económico difícilmente me demuestra otra cosa más que tres puntos específicos. Primero, que muchas personas pagaron por ver la película. Segundo, que otras con características similares seguirán produciéndose en un futuro cercano. Y tercero, que quienes son ricos gracias a ella lo serán todavía más. En ese sentido, me atrevería a opinar que hablamos de menesteres que, idealmente, tendrían que concernir a los involucrados en la producción; puesto que una recaudación satisfactoria significa vivir para luchar otro día en el sistema. Quizás hasta para realizar acciones “anómalas” dentro de él. Suponiendo que lo planteado fuese cierto… ¿Qué hacemos nosotros, los espectadores, ondeando a diestra y siniestra una bandera que no nos pertenece? ¿Por qué insistimos en jactarnos de un aspecto del fenómeno cinematográfico que, en teoría, no nos afecta de manera directa y puede (por no decir que debe) mantenerse divorciado de nuestra capacidad para apreciar la película misma? Anticipo que alguien leyendo esto exclamará: “!Claro que nos afecta! Del éxito comercial depende que siga habiendo más de lo que queremos. El público gana”. Pero, ¿qué “público” sería ese? ¿El llamado “público general”, tan vago como amorfo? ¿O el compuesto por la abrumadora mayoría cuyo único marco de referencia existente es la superproducción que vive y muere bajo la sombra de su primer fin de semana?

A medida que me adentro en estas interrogantes, más ilógico encuentro el hecho de que las cifras publicadas en revistas como[i] Variety [/i]equivalgan para tantos presuntos cinéfilos a una insignia que merece ser exhibida con orgullo. ¿Será acaso posible que, en medio de su enajenación, asuman que este status del que tanto alarde hacen en las películas que disfrutan pueda transferirse a ellos mismos? ¿O simplemente vivimos en un mundo donde nadie recuerda que sólo porque a un millón de moscas les guste comer excremento no significa que tengan la razón? Con el debido respeto a los fans de [i]Star Wars[/i] y a quienes mantienen su fe ciega en las estadísticas, que la falacia de la taquilla como indicador de calidad aún forme parte del imaginario colectivo me sorprende a la vez que me alarma. Me hace pensar en unirme al lamento de Joan Tewkesbury. “Estamos acabados”.

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