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La Jornada Maya
Foto: @luispablob

Martes 18 diciembre, 2018

En el tema del tren maya se han escrito vías y vías de tinta. Por un lado, que será la maravilla del siglo como iniciativa para promover el desarrollo de la región; por el otro, que le hacen falta todos los estudios de factibilidad técnica, financiera, ambiental y que es, ante todo, una ocurrencia. La realidad es muy distinta a ambas posiciones.

El tren maya es infraestructura básica que le hace falta al país. Es absurdo que una nación como la nuestra, que es la décimo cuarta economía del mundo, no tenga infraestructura ferroviaria que enlace a todo el territorio. Es de ciencia ficción que no se pueda ir por ferrocarril desde la CDMX a un núcleo poblacional, económico y turístico como la Riviera Maya, o pasar por Mérida. Es irreal que no se puedan llevar combustibles, materias primas y demás elementos económicos desde la frontera norte hasta la punta sureste de México.

Además, el territorio nacional y su orografía convierten a México en un lugar ideal para el ferrocarril. México debería ser un país ferrocarrilero, en cambio somos absurdamente un país trailero. Es una pena ver que en México casi todo lo movemos sobre llantas en carreteras y autopistas, con enormes costos logísticos, ambientales y de riesgo humano. México necesita trenes. Eso es obvio.

El tren maya hace sentido como infraestructura básica que el país debe tener, así como una casa debe tener luz o agua, o una ciudad hospitales y drenaje. Un tren en el sureste es un pendiente histórico que cualquier estudiante de secundaria detectaría con sólo ver la red ferroviaria en un mapa nacional.

Ahora bien, el tren maya probablemente jamás será rentable. Deberán pasar décadas antes que el movimiento de carga, pasaje y combustible lo hagan sustentable operacionalmente, ya no digamos redituable como inversión. No hay manera de hacerlo, la densidad económica no da para eso. Estudios bien hechos al respecto harán visible lo obvio: será negocio construirlo para quienes inviertan en construirlo, pero sin subsidios e incentivos financieros permanentes, es casi imposible pensar que el tren operará en números negros. Será infraestructura pública básica y ya. Eso no está mal, pero hay que asumirlo y decirlo con realismo.

El tren maya abrirá también nuevas fronteras económicas y territoriales, algunas en zonas bienvenidas (como el tramo de la Riviera y Yucatán), otras de alto riesgo como las últimas regiones selváticas vírgenes de Chiapas y Campeche (Calakmul especialmente). El tren pasará por zonas de altísima biodiversidad y su simple paso abrirá espacios a población humana, a la instalación de comercios y al tráfico de todo lo imaginable.

Habrá que cuidar el tipo de vía que se le construye para evitar que el tren sea la primera lanza que abra de par en par el corazón de zonas vírgenes que son tesoro irreemplazable de éstas y futuras generaciones. La ciclovía, por ejemplo, puede ser buena idea en zonas turísticas ya impactadas, pero sería el principio de un ecocidio si cubre toda la ruta ferroviaria (imagínense a turistas acampando en zonas intactas de ecosistemas prístinos, incendios forestales en todos lados y negocios sin regulación floreciendo en reservas de la biosfera).

El tren es un proyecto público, que apuesta a desarrollar infraestructura básica (como se construyen escuelas, casetas de policía o se ponen postes de luz); será rentable sólo después de décadas (y la rentabilidad será social, tal vez nunca financiera), pero es una inversión necesaria; como necesario es ponerles techo a todos los cuartos de la casa, así quien duerma en ese cuarto no sea -todavía- el integrante más productivo de la familia.

Finalmente, es una decisión política el construirlo, como en su momento lo fueron también el construir las primeras vías férreas, edificar las primeras escuelas secundarias federales, construir Ciudad Universitaria, llenar de autopistas el país, construir presas hidroeléctricas o distritos de riego.

El tren no pasará -ni hoy ni nunca- las pruebas de rentabilidad de la lógica de presupuestación que señalen el Banco Mundial o el Fondo Monetario, pero construirlo hace sentido en gran parte de su trazo (no en todo). Habrá que subirse al tren para que se haga lo mejor que se pueda. Es un proyecto fluido, tomando forma apenas, por lo que ayudando a darle cauce se logra más que intentando contenerlo. Todos a bordo -como en todo proyecto tropical lleno de enjundia y energía de ganso incansable- ya iremos viendo. Aquí nos tocó vivir.

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