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Fabrizio León Diez
La Jornada Maya

Lunes 24 de septiembre, 2018

Las noches fieras merecen toda la atención y deben ser tratadas con cuidado absoluto; como cuando se labora en una cocina, se observa en microscopio o se limpia una navaja.

La noche más fiera de todos los tiempos mexicanos ha sido la masacre de Tlatelolco en la Plaza de las Tres Culturas, el 2 de octubre de 1968, hecho del que se conmemoran sus primeros 50 años en una semana.

Hoy, como en aquellos días, también llueve y suenan las nubes, antes de caer la noche.

Un movimiento de mano, seguido de cierta mirada o seis palabras descalibradas, pueden ser el inicio de una noche fiera, por lo que es indispensable conocer las claves para decidir si uno quiere ser parte de esa noche o alejarse. Las noches normales no despiertan a la fiera que nos habita.

Drenando los archivos secretos que faltan por conocerse sobre el movimiento estudiantil de 1968, falta una pieza maestra que amarra la ruta de la verdad, revela la mentira de Estado y es la evidencia que comprueba cómo el gobierno armó un Pleito Ratero, como vulgarmente se conoce a la acción premeditada sin planeación para hacer justicia a un robusto ego que cree tener la razón, por lo que pisa fuerte y el arrepentimiento no alcanza.

Hay que encontrar la filmación completa de los 14 rollos de 400 pies cada uno, que dirigió el cineasta Servando González y entregó en los Estudios Churubusco, un día después de los trágicos hechos, a un hombre civil con estilo militar, quien le firmó un vale por recibido, lo cual comprobaría la emboscada en la que perdieron la vida decenas de estudiantes, niños, mujeres, soldados y viejos.

Si se encontrara esa película sin editar, trastocaría la conciencia y la cultura mexicana como lo han hecho otros testimonios de crueldad, obras del periodismo y arte en el mundo.

El documental fue planeado en forma profesional y para ello fue contratado un calificado equipo de cineastas dirigido por un director experimentado que tenía la confianza de uno de los autores intelectuales del asesinato: Luis Echeverría Álvarez, el secretario de Gobernación de aquellos tiempos y principal beneficiado político del resultado de la fiera noche de Tlatelolco.

Bien haría a la memoria de todos que el ex presidente diera el mapa para encontrar ese pergamino, antes de morir, o dejar testado a la nación aquellos rollos que lo han consumido en insomnios y delirios durante el transcurso de las horas que largamente pasan, luego de una noche fiera, desde hace 50 años.

Los únicos cuadros que se conocen de la filmación realizada por Servando González los consiguió el cineasta Carlos Mendoza, y están incluidos en el documental que dirigió: Tlatelolco, las claves de la masacre, la película más completa sobre el fatal día.

Pues bien, Tlatelolco, las claves de la masacre, será proyectado a las 18.10 horas desde las redes sociales de La Jornada Maya, luego del acto conmemorativo que realizaremos desde la ciudad de Mérida, Yucatán, donde nos enlazaremos con nuestros corresponsales en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco.

Les seguiré informando en las próximas entregas.

[b]La otra noche fiera[/b]

Las noches fieras nos cambian la vida y se vuelven mitos, piedras de toque en la historia. Alteran las vidas, denigran lo que se tiene que honrar y, en el caso de la emboscada en La Plaza de las Tres Culturas, transforman una mentira en demencia, trastocando el destino de un país, y su explicación busca significados que rayan en la locura.

Noches fieras (1970-2017) se llama la muestra colectiva a la que fuimos invitados junto con 56 fotógrafos más, con el eje de un imaginario que raya lo sensual y el gozo, con el marcador de la furia, el arrebato de los celos o la imprudencia que lleva al accidente.

Es una exposición de fotografías seleccionadas por el curador francés Alexis Fabry e inaugurada en el museo del Chopo.

Entre las paredes que sostienen los vintages de historias íntimas, retratos raros y sueños en plata sobre gelatina, la periodista Elena Poniatowska pasea del brazo de su hijo observando las imágenes que son parte de la colección de sus primos Leticia y Stanislas Poniatowski.

Ahí nos da cuenta de su memoria y del inicio su libro La Noche de Tlatelolco. Un destello de su mirada desprende una de las claves que llevaran a esa noche a la jaula donde las fieras se entienden.

“Yo tenía 34 años y me llamó por teléfono a las ocho de la noche María Alicia Martínez Medrano para decirme que tenía que ir a Tlatelolco porque habían matado a muchos, pero no podía ir porque acababa de nacer mi hijo Felipe y le daba pecho; así que hasta la mañana siguiente fui. El horror”.

Horas después en la cena de honor por la presentación del exquisito catálogo de Noches fieras, a la mitad del aquelarre y en la mesa donde ya se había derramado el vino rojo sobre el mantel, el actor Daniel Giménez Cacho nos daba detalles de su personaje en la nueva serie de televisión llamada Un extraño enemigo, dirigida por Gabriel Ripstein y que se estrena el 2 de octubre Amazon Prime Video.

En ella, Giménez Cacho caracteriza a otro de los autores intelectuales: Fernando Gutiérrez Barrios, el funcionario público más notable del sistema de seguridad del Estado mexicano y que hace 50 años fue una de las manos que operó para que el cuerpo del movimiento estudiantil de 1968 fuera cercenado en una emboscada que está señalada como una pieza digna para la sala de los miedos, en el museo de horror.

El parecido que logra Daniel a la compleja personalidad del mejor conocido como Don Fernando, es muy alto. El carácter que le imprime al estilo de tan temible caballero y jefe de la policía secreta es tan atractivo y truculento como cercano a los instantes que recordamos, quienes lo conocimos.

Por ejemplo. Una noche del año 1999 fui contratado por un agente secreto, que se volvió mi amigo, para realizarle un retrato a Gutiérrez Barrios. Lo necesitaban para ilustrar la solapa de un libro en el que contaba sus memorias. En esa sesión, el ex gobernador de Veracruz me contó como aprehendió a Fidel Castro y al Che Guevara, el por qué los dejó en libertad, dándole las facilidades para su embarcación a Cuba y hacer una revolución, con la condición de no “meterse nunca” con los movimientos armados en México. “Cumplieron….hasta ahora”, sentenció.

Las memorias no han sido publicadas y eso alteró las anécdotas que el actor narraba de la serie, cuyo trabajo para conseguir que las locaciones correspondieran a los sitios exactos donde sucedió la masacre en Tlatelolco.

Al mismo tiempo supimos de las entrañas que se han movido por esta producción de Televisa, la cual tiene como sino y contradicción que, teniendo todas las libertades y prebendas que el poder priísta les ha obsequiado desde hace 50 años, el productor cincuentón Bernardo Gómez prefirió la transmisión en televisión cerrada, apostando por la exclusividad del negocio que da el pago por evento, en lugar de hacer una aportación documental para esclarecer una mentira, de la que sus ancestros fueron cómplices. Ya habrá tiempo para juzgar el contenido.

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