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Hugo Martoccia
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Lunes 23 de julio, 2018

Los coletazos del 1 de julio aún resuenan en toda la política local. Los perdedores no terminan de acomodarse a la situación, que acaso nunca mensuraron correctamente. El gobierno estatal es uno de ellos. A pesar de los hechos, la inercia no ha cambiado, todo sigue tal cual estaba. Algunos ven en esa inercia un peligro; otros dicen que sólo hay que esperar que la marea baje y todo vuelva a ser como fue.

Han aparecido aquí y allá algunas tímidas autocríticas por lo sucedido. Pero es muy poco aún. Prevalece una suerte de esperanza: que todo lo que ha sucedido sea sólo el efecto AMLO, una suerte de realidad inasible o ajena, de la que nadie es culpable, que pasará y será historia, como un huracán.

Hay un dato interesante para todos los perdedores del 1 de julio, y es que esa esperanza quizá no sea del todo imposible. Morena en la entidad no es un partido político propiamente dicho. Es, hasta hoy, un aluvión de votos que no está contenido en ningún otro proyecto que no sea el de AMLO.

Mara Lezama, Laura Beristain, Marybel Villegas, Hernán Pastrana, Jesus Pool y Mildred Avila deberán hacer que esos votos se transformen en un proyecto estatal sólido. Y eso aún está por verse.

Un grupo amplio e influyente del gobierno cree que eso nunca sucederá. Al menos no como lo pintan en Morena, como el inicio de una nueva hegemonía estatal.

Quizá la más extendida de las versiones alrededor de Carlos Joaquín es que la mejor forma de contrarrestar a Morena es “seguir por el camino del cambio”, que ellos iniciaron hace dos años.

"Muchas de las cosas que López Obrador propone ahora, que tienen que ver con la austeridad, nosotros ya las hicimos", explica una voz con mucho peso en el gobierno. Eso es real. Pero el problema es que entre los errores propios y una realidad nacional histórica, ese relato se perdió.

¿Qué significa hoy el “cambio”?

[b]Necesidad de un relato[/b]

El periodista y escritor Jorge Fernández Díaz se refirió días atrás en una columna a la épica y el relato, dos necesidades de cualquier proyecto político. Hablaba, por supuesto, de relato entendido como esa estrategia política de comunicación que construye valores, objetivos e identidades para un proyecto político.

Ese relato requiere del antagonismo (con el pasado, por ejemplo) el liderazgo y la visión del líder político. Todo eso existió en el proyecto de Carlos Joaquín. Así ganó la elección y así arrancó la administración. Pero el tiempo ha desgastado ese relato.

Al gobierno también le falta el recurso de la épica. Fernández Díaz habla de la épica como la “crónica de la realidad pura pero narrada con emocionalidad, suspenso, persuasión realista y, en ocasiones, hasta con rasgos de epopeya”. Una tensión narrativa que sea capaz de “convocar una ilusión”.

En algún momento de ese escrito, el periodista advierte que esas cosas deben suceder o remediarse, en su caso, antes de que el propio gobierno “no pueda recordar con precisión para qué fue votado”.

Ese riesgo está hoy, por circunstancias externas y debilidades propias, muy cerca del gobierno.

[b]Las carencias[/b]

El temas es que el relato tienen que ir mucho más allá de lo que se difunde desde Comunicación Social. Allí se emite la información que explica cuáles son los trazos generales del “gobierno del cambio”. Y, de hecho, se realiza con continuidad y solvencia.

Pero el relato requiere también de actores que lo difundan. Y eso no sucede. ¿Quién es capaz, desde la administración, de marcar la agenda del día o la semana? Nadie. ¿Quién es la voz fuerte del gobierno, por donde pasan todos los temas? No lo hay.

De hecho, los principales actores del gobierno, las personas con mayor poder de decisión, las cabezas donde se urden los principales proyectos de la administración, son personas que prefieren estar lo más lejos posible de los reflectores.

Desde el PAN, el PRD, a veces desde el Congreso, salen en defensa de las ideas del gobierno. Ellos construyen o solventan el relato. Pero hay un problema extra: a veces el propio gobierno va y viene y se contradice sobre algunos temas.

El caso de la Ley de Movilidad y Uber es el mayor ejemplo. Los propios aliados del Gobierno nunca supieron exactamente cómo encajaba este tema en el “relato”. Nadie supo, nunca, de qué lado estaban realmente. Al final sucedió lo inevitable: todos quedaron un poco mal con todos.

[b]Los terceros creíbles[/b]

Días atrás, EN un análisis de coyuntura política, el periódico Infobae se refirió a la importancia que tienen, para sostener los relatos políticos de los gobiernos, los “terceros creíbles”.

Se trata de personas ajenas a los gobiernos, líderes de opinión que ayudan a sustentar en todo o en parte el relato.

Volvamos otra vez al tema Uber; nadie supo defender la postura del gobierno, porque no se convenció previamente a ningún líder de opinión de las bondades de esa postura. El resultado es el que se ve: todo son costos; casi no hay un beneficio evidente.

El gobierno utiliza a veces de “terceros creíbles” a algunos medios de comunicación. Pero claramente esa opción es muy deficiente. En Quintana Roo todos los medios de comunicación estamos bajo el escrutinio constante de un público que vio cómo el borgismo hizo de gran parte del periodismo un agente publicitario de ese gobierno indefendible.

No es fácil construir credibilidad con ese descrédito tan fresco y cercano en el tiempo.

[b]El futuro ya llegó[/b]

Esa es apenas una parte de la agenda que el gobierno de Carlos Joaquín debe debatir para intentar posicionarse nuevamente como el cambio viable en el estado. Morena, o, en realidad, Andrés Manuel López Obrador, le quiere arrebatar ese lugar que le había reservado la historia.

El presidente electo es, quizá, el político que mejor entiende cómo se construye y sustenta un relato político. Cumple con los requisitos básicos: una estética, una ética y una épica. Con ese entendimiento, los votos inimaginables que logró, y el poder que éstos le han delegado, se ha convertido en un problema para todos los gobernadores, y, más allá, para todo el sistema político mexicano.

La única formade que el neojoaquinismo le discuta ese espacio potencialmente hegemónico en Quintana Roo, será reconstruyendo el relato del cambio. Y nunca hay tanto tiempo para tomar las decisiones urgentes.

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