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Ulises Carrillo Cabrera
Foto: Reuters
La Jornada Maya

Lunes 25 de junio, 2018

[i]¿Por qué aprendemos a temer el terrorismo, no el sexismo, no la homofobia, no el racismo?[/i] Angela Davis

“Le pegaron en el apellido” así narran un balonazo que un jugador colombiano recibe en lo que el boxeo -con imposible elegancia- describiría como las zonas blandas. ¿De verdad? ¿En serio? En ese lejano país de nuestras crónicas, el apellido se lleva en la entrepierna; eso es lo que escuchan millones de niños, mujeres y hombres en horario familiar de domingo en las principales cadenas de televisión deportivas.

Después y antes sólo se pone peor. La clásica y morbosa toma en los partidos Suecia vs Alemania y en todos los partidos, para ser honestos, a las mujeres que el camarógrafo y el director de escena consideran guapas o atractivas, con ropa ajustada de preferencia o algún atributo cosificante obvio.

Tomas televisivas a mujeres “guapas” según el criterio de machos dignos de haber aprendido sobre estética anatómica en las revistas de Condorito y, luego, tomas de cámara a hombres haciendo el ridículo, con máscaras de luchadores, el disfraz más estrambótico, la celebración más estridente o la cara más fúnebre.

Sólo sigue empeorando. Una aficionada sueca llora y en Sky los cronistas se apuntan para consolarla, para ser voluntarios que la hagan “reír” con tintes claramente sexistas y sexualmente insinuantes. Uno se enfurece y le cambia a TDN para ahorrarse esa vulgaridad, una que en muchas naciones clasificaría como acoso y le costaría el trabajo a alguien.

Tres minutos en TDN y pasa exactamente lo mismo, las insinuaciones vulgares sobre otra rubia triste y el comentario patético -de nuevo cargado de insinuaciones sexuales subyacentes en tono y fraseo- de que “si la rubia necesita un hombro para llorar, aquí está el mío”. ¡Qué espanto!

Tomas y más tomas de la cámara buscando rubias y aficionadas que cumplan con la fantasía y estética del macho mexicano de “sabroso objeto”. Toda la familia y las familias viendo. Violencia sexual camuflada en la tele deportiva. De los anuncios ya ni hablemos, es cosa muy contada.

Luego se quejan que las mujeres no son tan aficionadas a ver al fútbol como lo son los hombres, quizá es porque ni siquiera le dan la oportunidad al deporte de brillar por sí mismo en la transmisión.

¿Qué mujer en su sano juicio puede ser aficionada a las transmisiones donde se le presenta como un mero objeto de atributos sexuales básicos y los cronistas como pseudo acosadores de lo más corriente? Con comentarios electrificantes en su obscenidad velada. Tan “corrientes que dan toques”, diría mi abuela.

El problema es que nadie se escandaliza, nadie corrige, nadie aconseja. Oigan señores comentaristas de partido, los están escuchando sus esposas, hijas, sobrinas, compañeras, compatriotas, ¿no les da un poquito de vergüenza hablar así en pleno 2018 después de ver los positivos cambios que -a ese respecto y por ese respeto- están ocurriendo como tsunami en todo el mundo? Un poco de auto dignidad, por favor.

Si van a convertir la transmisión de partidos en la cacería en gradas de la mujer que les parezca más atractiva según sus estándares, pues sean equitativos y pasen en pantalla también a los hombres guapos y atractivos que deben abundar en los estadios.

Si nos ponemos ya en plan de estereotipos: enfoquen al guapísimo sueco fuerte, varonil que seguro está en las gradas, para que él le robe el suspiro a su esposa o novia cuando lo compare con el panzón cheleando que está a su lado anclado ante la TV. No se ofendan, porque sólo estamos presentado la otra cara de la moneda. ¡Todos a recrearse animalmente la vista y que todo lo comenten sus narradores!

Por qué no enfocar a las parejas guapísimas que deben asistir al estadio, a los fornidos jóvenes que se quitan la playera con unos músculos pectorales y abdominales de antología, para que haya espectáculo pseudo sexual para hombres y mujeres y para cualquier otra respetable e igualitaria preferencia sexual. Todo en horario familiar.

Si convertimos a los partidos en los estadios mundialistas en modernos coliseos romanos de sangre, lucha, pan, bebida y sexo, seamos más equitativos: que haya para todos.

De TDN y de Sky, que son las que vi, me queda el sabor de comentaristas que -si le echan un poco más de leña al fuego- podrían llegar a ser acosadores con micrófono internacional y misóginos en potencia que bien podrían haber narrado en el mundo de los años 50: obsesionados con la rubia de ojos azules que creen encarna la verdadera y máxima belleza femenina.

Son de vergüenza, nos quejamos de nuestras porras y aficionados, pero qué quieren que hagan cuando han crecido con comentaristas que narran el partido con esos tintes sexualizadores que aparecen en escenas momentáneas desde las tribunas. Somos lo que aprendemos desde niños, acompañados de nuestros papás viendo el partido y seguro con nuestras madres, en su mayoría, con ganas de ver otras cosas.

Los reto, señores esposos, a sentarse a ver un partido en el que cada tres minutos o cada saque de manos, les pasen un espécimen masculino que haga volar la imaginación de sus esposas y que además lo comenten enfrente de sus hijos, quisiera saber después de esa elegante transmisión ¿cuántas ganas les darían de ver el siguiente partido?

Hasta aquí estas crónicas de trogloditas en este país tan lejano de la equidad sexual que parece fantasía, en la que el #metoo parece no haber llegado. Señores comentaristas, productores, gerentes, directores y dueños, un poquito de conciencia, un poquito de educación y sensibilidad.

Es una fiesta deportiva, la estamos viendo todos, en la mañana, en casa, cantando el himno nacional cuando corresponde, pensando en lo que nos une sublimemente como humanidad. Dejen de andar como depredadores voyeristas en las gradas, por favor TDN y Sky se pueden hacer mejor las cosas ¿es de verdad mucho pedir? Yo no creo.

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