Lilia Balam
La Jornada Maya

Mérida, Yucatán
Viernes 19 de abril, 2019

Como cada viernes santo en las tierras yucatecas, el sol desapareció poco antes del mediodía y se dignó a salir hacia las 14 horas, justo cuando los feligreses comenzaban a arribar a la Catedral de San Ildefonso, localizada en el primer cuadro del Centro Histórico de Mérida, para participar en la Liturgia de la Pasión de Cristo, encabezada por el arzobispo Gustavo Rodríguez Vega.

A la par, un grupo de marchantes levantaban sus guaridas en el atrio de la iglesia y acomodaban en improvisadas mesas unas cuantas ramas de albahaca, ruda y romero, así como imágenes del amplio catálogo de santos católicos, que eran adquiridos por 10, 20 o 30 pesos por los fieles, que conforme se acercaban las 15 horas, se presentaban en grupos más numerosos.

“Las matas se las pasan a las figuras de los santos, porque creen que los bendice, pero es pura ignorancia, yo las compro porque pegan bien en el jardín”, susurró un treintañero a una joven curiosa ante la multitud que entraba armada con hierbas a ocupar uno de los asientos dispuestos en la catedral.

Unos cuantos se dirigían al lado izquierdo, donde había unos espacios reservados para personas con sordera. Un intérprete daba instrucciones con lengua de señas. Los demás se distribuían a lo largo y ancho del recinto. Los más impuntuales se tuvieron que conformar con aparragarse en los muros o sentarse sobre las criptas mientras escuchaban primero la Pasión de Cristo según San Juan y luego el mensaje de Rodríguez Vega.

Los hombres y mujeres que dicen la verdad “son los más dignos”, mientras que la mentira y la corrupción “muestran el lado oscuro” de la humanidad, recalcó el sacerdote antes de subrayar que en estos tiempos “la gente niega la verdad objetiva”, lo que” impera es el subjetivismo” y “por todos lados dicen: cada quien crea lo que quiera, cada quien decida qué cosa está bien, qué cosa está mal y dónde está la verdad”.

“Parece que todo el mundo es muy democrático, pero esto se convierte en una cena de negros porque caemos en un relativismo absoluto, sin reconocer que hay verdades, sobre todo una suma verdad, que es dios”, señaló.

Rodríguez Vega recordó un diálogo que sostuvieron Poncio Pilatos y Jesucristo, sobre la autoridad del primero, momento que el religioso aprovechó para insistir en que “toda autoridad viene de dios”, aunque la mayoría de los gobernantes digan que la suya “proviene del pueblo”.

“Los gobernantes creyentes deberían saber y creer que la autoridad viene de dios y entonces no solamente darán cuentas al pueblo de sus acciones de gobierno, le van a dar cuentas a dios. Hay que pedir por nuestros gobernantes. Y es para toda autoridad: como padre de familia, maestro, jefe, dueño de una empresa, y no se diga de sacerdotes y del obispo”, externó y agregó que dicha capacidad “no es para abusar, sino para servir a los demás”.

La celebración continuó: Rodríguez Vega anunció que para adorar a la cruz se haría una colecta, que sería enviada a Jerusalén para cuidar los lugares santos ubicados en Belén y Nazareth. Pasados unos minutos, el manto morado que cubría al enorme Cristo crucificado de la catedral cayó. Los feligreses guardaron silencio, se hincaron, se pusieron de pie, oraron y entre susurros rindieron honores a la Santa Cruz.

Tras la eucaristía, el arzobispo pidió silencio para organizar la procesión del Santo Entierro. Todas las almas dentro de la iglesia respetaron la orden: podían escucharse todos los movimientos del grupo que bajaba del altar cuatro figuras y las hacía desfilar por la nave central para finalmente sacarlas a la calle 60 del Centro meridano.

Entonces los cantos rodearon el primer cuadro de la capital yucateca. Perdona a tu pueblo, señor. Perdón e indulgencia. Perdón y clemencia. Rodríguez Vega y demás sacerdotes encabezaron el contingente, mientras les seguían los devotos murmurando, mostrando el luto, agitando las ramas de ruda y romero.

“¿Qué santos son esos que cargan?”, interrumpió una joven. “Una es la Virgen de Guadalupe… otro es diosito. Los otros, no sé”, contestó solícita una señora con un rosario en la mano. Pero eso no le importó a quienes cargaban las imágenes de la Virgen de los Dolores (o Dolorosa), de Santa María Magdalena y del apóstol San Juan detrás del sarcófago de Jesucristo.

La procesión concluyó pronto. Las imágenes regresaron a su lugar en la catedral y uno a uno los devotos pasaron a plantar un beso sobre otro en la figura de Jesucristo. A cuentagotas se retiraron, satisfechos por cumplir una vez más con el ritual.


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