Juan Manuel Contreras
Foto tomada de la web
La Jornada Maya

Mérida, Yucatán
Jueves 8 de junio, 2017

Para Ángel Hernández, dramaturgo mexicano, tratar de establecer un vínculo directo con la realidad política y social del país, se ha convertido en una necesidad imperante. En un contexto marcado por la violencia, la creación de escenarios cimentados en la resistencia es la principal herramienta de su colectivo: [i]Asalto Teatro[/i], con la cual pretenden garantizar la supervivencia de las artes escénicas.

Oriundo de Tamaulipas; una de las zonas más afectadas por el crimen organizado, Ángel marca circunstancialmente todo lo que en algún momento para él, podía ser un proyecto comprensible y realizable.

En función de establecer plataformas de diálogo con esa realidad violenta mediante la recuperación de espacios considerados de alto riesgo, -en su mayoría destinados al abandono-, [i]Asalto Teatro[/i] los convierte en el escenario de una ambiciosa propuesta escénica.

En esta particularidad radica la importancia del trabajo de Asalto Teatro, que a través de un esquema puntual de estrategias, ha participado en la recuperación de espacios públicos y privados, a cargo de particulares o del mismo estado, impartiendo talleres, montando obras y propiciando la intervención de otros colectivos multidisciplinarios para su recuperación.

Para Hernández, el teatro es la posibilidad de reivindicar nuestros deseos a partir de una lógica común y la alternativa de mirarnos como los responsables de generar una propuesta discursiva que propicie en el mejor de los casos, una poética que permita negociar la realidad que se vive en distintos contextos, como la guerra y la desesperanza.

“Me parece que el teatro tiene una capacidad indiscutible de generar cambios específicos, es una herramienta de lucha, es un arma que tiene la capacidad tanto de confrontar como de generar alianzas”, precisó.

Teatro para el fin del mundo ha tratado de encontrar alternativas reales de ubicación dentro de los mapas incomprendidos al interior de la teatralidad mexicana, en donde es muy complicado saber qué es lo que sucede en escenarios tan contrastantes como lo pueden ser Tamaulipas y Yucatán.

El dramaturgo comenzó su viaje por las artes escénicas en las calles, tratando de entender que existía una posibilidad para continuar con sus proyectos, sin embargo eso no fue posible. “En 1996 en Tampico, se vivía una de las peores crisis culturales de la historia, la gente no entendía que el teatro también podía existir en la vía pública, no existía una escena teatral que identificara culturalmente a la sociedad tamaulipeca”, recuerda.

“Creo que eso abrió de manera favorable la alternativa de buscar otros espacios para reconocerlos y naturalizarlos como espacios posibles para la generación de estos proyectos escénicos: el abandono”.

A lo largo de 10 años, [i]Teatro para el Fin del Mundo[/i] ha tratado de encontrar un acercamiento a la comunidad a través de sitios que la gente no acostumbra visitar, casas abandonadas, comercios saqueados, hospitales descuidados, que conservan una memoria que claramente refleja que para algunas personas; es mejor olvidar.

Hay lugares que la gente piensa que es mejor tenerlos apartados de la conciencia colectiva, porque generan tristeza, nostalgia y sobre todo, una profunda injusticia. “Yo he trabajado todos estos años para regular las dimensiones de la injusticia, tratando de comprenderla desde diversos escenarios, los cuales no tienen un punto de partida como lo que el mundo pueda considerar injusto, sino como la persona, de manera particular concibe la injusticia”.

“Si no existe un cambio, al menos existirá la presencia digna del reclamo de justicia, eso es lo que ha marcado mi trayectoria”, afirmó.

El dramaturgo expresa su sorpresa al encontrar en Mérida una situación muy cercana a lo que sucede en el puerto de Tampico, pues hay una distancia geográfica que nos aleja, pero al mismo tiempo nos acerca.

“Esto llama la atención porque ambas conservan una herencia histórica incalculable, y se enfrentan a una maquinaria perversa, que es el turismo, y dentro de un escenario gentrificado comienzan a tratar de conservar su esencia original, que es la composición de estas arquitecturas abandonadas”.


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