Katia Rejón
La Jornada Maya

Mérida, Yucatán
Viernes 6 de marzo, 2020

La pesca tiene rostro de hombre y voz de mar. Esto es, por supuesto, porque la mayor producción pesquera en México viene del mar y es capturada por varones. Pero ellas también pescan, bucean, desescaman, empacan, distribuyen, acompañan, cocinan y venden mariscos. Aunque muchas veces no se nombren a sí mismas pescadoras, y la mayoría de las estadísticas o programas gubernamentales no las tomen en cuenta, lo son.

El Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) contabiliza la pesca como la captura de peces y otros organismos en agua salada, salobre o dulce. Es decir, los mariscos que se obtienen en ríos, lagos, lagunas, presas y esteros (aguas pantanosas) también tienen una aportación alimentaria y económica de gran valor para algunas comunidades.

La ciénaga de Chuburná Puerto, por ejemplo, con sus kilómetros de lodo y manglares, es un punto de captura de chivita de mar que sostiene a familias de la zona. Pescar en el mar y pescar en la ciénaga, dice don José Liborio Vela, es distinto porque aquí tienes que moverte dentro, con el pantano hasta las rodillas, sin ver lo que pisas.

“Pon tu pie sobre el mío con mucho cuidado. ¿Sientes eso? Se te clava y aquí te quedas”, dice Mayri Espadas antes de sacar una piedra puntiaguda de la ciénaga donde camina descalza para pescar chivitas. Para recoger 4 kilos de carne, los y las pescadoras de chivita tienen que caminar durante horas, muchas veces en la madrugada, pues estos caracoles con apenas una pequeña lengua carnosa salen al amanecer.

Mayri Espadas es la directora de la cooperativa pesquera [i]U-Meya Coolelo[/i] (Mujeres Trabajando), Pescadora Ejemplar 2019 a nivel estatal reconocida por la Secretaría de Pesca y Acuacultura Sustentable de Yucatán (Sepasy) y segundo lugar del Premio Nacional de Pesca y Acuacultura Sustentables 2019.

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Con el jamo de pesca en una mano, explica que las chivitas son caracoles cuya carne se vende entre 120 y 150 pesos el kilo. Cuando hay buen tiempo, alcanzan a llevarse hasta seis kilos en una jornada de aproximadamente cinco horas.

“Yo he observado en mi comunidad que hay muchas mujeres que trabajamos la chivita y se van tres o cuatro kilómetros y vienen con su carga en los hombros de 20 kilos caminando dentro del lodo. Por eso me puse a tocar puertas, para que nos dieran asistencia técnica, capacitación. Hay áreas que no conocíamos cuando comenzamos. Y si no conoces, te vas en ellos. Si no sabes nadar ahí estás como un gatito queriendo salir del agua”, cuenta.

[b]El mar lo hizo Dios para todos[/b]

De acuerdo con el Inegi, las personas dedicadas a la pesca y acuicultura en México son poco menos de 200 mil. De ellas, cerca de 92 por ciento son hombres y 8 por ciento mujeres (datos del 2008). Sin embargo, esta cifra no coincide con las de la Comisión Nacional de Pesca, la cual en un boletín indica que las mujeres en esta labor son más, cerca de 22 mil.

La organización civil Igualdad de Género en el Mar dice que hay cuatro limitantes principales que dificultan la participación de las mujeres en el sector pesquero: no se identifican a sí mismas como parte de la actividad sino como ayudantes del pescador; su participación es invisibilizada en las estadísticas de pesca y acuacultura; su contribución no es reconocida pues se considera una extensión del trabajo del hogar; no participa en la toma de decisiones.

En el 2003, las académicas Georgina Rosado Rosado, Hernando Ortega Arango y Celia Rosado publicaron el libro Amazonas, Mujeres Líderes de la Costa, sobre las mujeres de la ciénaga de Progreso, agentes importantes dentro del contexto político y cultural de la región a partir de la lucha por la ciénaga y el traspaso de la frontera de los espacios considerados “femeninos”.

En entrevista, Georgina Rosado comparte que esto inicia en la década de los setenta, con el debacle de la zona henequenera y el despido masivo de los obreros que obligó a los trabajadores a buscar otra actividad. Los programas compensatorios del Gobierno ofrecían como alternativa, la pesca.

“Como los hombres se iban a la pesca muchos meses y estaban ausentes, las que realmente toman el espacio, luchan por él y lo modifican, son las mujeres”, indica.

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Explica que en el caso de las mujeres de Progreso, la cuestión de género se mezclaba con la de clase. Las mujeres líderes mantenían una interlocución con el gobierno, no como individuas sino a través del colectivo, para negociar sus necesidades. Y a su vez, las autoridades se comunicaban con la líder y no con el líder de la comunidad.

Antes de ser cooperativa, [i]U-Meya Coolelo[/i] tenía un nombre diferente y era más bien un grupo de trabajo de 64 mujeres de Chuburná Puerto; Mayri las representaba. Un día, hace 20 años, en medio de la reunión las mujeres escucharon que había pleito en la comisaría. Los delegados de la Sagarpa y la Seduma discutían con los pescadores quienes iban a hablar sobre las vedas y otras formas de conservar y cuidar el medioambiente, la especie marina y la ciénaga.

“Ellos decían: ‘el mar lo hizo Dios para todos. Y el mar puede producir para todos y nunca se va a acabar’. Pero eso es mentira”, dice Mayri.

Las mujeres invitaron al los delegados a hablar con ellas y pedirles ayuda para constituir una cooperativa: “Les dije a las compañeras que necesitaba 15 valientes que pasen alante”. Y pasaron.

[b]Oscuridad en las políticas públicas[/b]

Las mujeres de San Felipe pescan a media noche. Lupe, del municipio costero, dice en entrevista que cuando está recio el viento, les amanece pescando. Hay varios grupos de mujeres en cooperativas pesqueras y otras “libres” que pescan con unos cucharones con red a las que les ponen unas lámparas.

Pescan mojarras, camarones y el maxquil que sirve a sus compañeros como carnada para pescar pulpo. Mujeres nocturnas del mar es una cooperativa que inició para convertir la pesca nocturna en un atractivo ecoturístico. Maribel Marrufo, presidente de la cooperativa, explica que cuando comenzó a escasear la carnada se les ocurrió hacer paseos con estudiantes y turistas.

“Les gusta que vamos en chalanita en la oscuridad, se ven el cielo, las estrellas, se ve el puerto de lejos. Cada persona va en un alijo con una pescadora. Hicimos 20 pruebas y ahora estamos logrando los permisos, matricular las lanchas. Todo requiere mucho dinero, estamos juntando las cosas”, explica.

La doctora Fátima Flores Palacios, del Cephcis-UNAM, comenta en entrevista que las mujeres de San Felipe se han destacado por un proceso de empoderamiento y son pioneras en el estado.

Flores realizó un documental sobre las mujeres pescadoras de Celestún con enfoque sicosocial y con perspectiva de género. En su equipo de trabajo abrió una línea de investigación sobre las políticas públicas, procesos de apoyo y decisión para las pescadoras.

Al preguntarle sobre cómo ve los apoyos hacia las mujeres del sector, contesta: “No las veo. Están invisibilizadas. Hace falta mucho trabajo para visibilizar el trabajo de los hombres pescadores, pues son sólo algunos quienes mantienen las posibilidades de la infraestructura y todavía más (visibilizar) el de las mujeres”.

La sede de [i]U-Meya Coolelo[/i] es la misma casa de Mayri. Tienen un cuartito donde está la estufa, la plancha y las cacerolas que les otorgaron hace un año pero que no han podido instalar porque no tienen dónde.

Hace años les dieron un empleo temporal de encierros rústicos para hacer viveros de chivita. Llevaron bitácoras de crecimiento de la especie y apoyaron a los biólogos para distribuirlos en la vía costera de la zona para repoblar los puertos vecinos.

“Nosotras, como mujeres, honestamente hemos luchado mucho sin recibir los apoyos que necesitamos. Apenas hace poco ganamos un pequeño recurso para hacer el envasado de la chivita en conserva, eso ha sido siempre el sueño de las socias. Tener un producto en conserva para presentar al público y a los superes. Queremos hacer algo que tenga que ver con esa especie y ayudar a otras madres solteras a tener un lugar de trabajo”, dice Mayri.

A los pescadores varones de Chuburná Puerto, agrega, les han otorgado motores, lanchas, equipo de trabajo como GPS y chalecos salvavidas. Pero a ellas no, aunque necesitan alijos, motores para los lugares muy hondos que se dificulta con palancas y GPS o brújulas para cuando se integren muy dentro del manglar.

“En la veda del mero llegan apoyos para pescadores y es el tiempo en que tampoco nosotras podemos salir a la pesca; nos gustaría que se nos tome en cuenta”, agrega.

En el Festival de la Veda del Mero 2019 presentaron su producto de chivita al ajillo y chivita en escabeche. Ahora se encuentran haciendo un estudio para posteriormente hacer la prueba de anaquel y sacarlo al mercado, con un recurso que se les otorgó. Sin embargo, insiste en que no tienen un espacio para trabajar.

[b]De la pesca al hogar, los espacios que han ganado[/b]

Preparar chivita es un proceso tardado, tedioso que implica lavar, hervir y congelar. Además de salir por él y procesarlo, Mayri es la encargada de cuidar a su padre y a su hermana menor quien tiene discapacidad. Hace 17 años se separó de su marido. “Cuando me separé de él, con más ganas me dediqué a pescar”, dice riendo.

En Celestún, el estudio de la doctora Flores arrojó que existen diversos problemas sociales que se vinculan con la actividad pesquera de una u otra forma: la violencia intrafamiliar, el consumo de alcohol y droga, embarazo adolescente, deserción temprana, altos índices de suicidio y desesperanza y la subordinación en la que están las pescadoras en relación con los pescadores.

“A pesar de que hoy se hable de nuevas condiciones, siguen siendo responsables de la casa, las encargadas de la armonía del contexto familiar, cuidadoras con altos niveles de exigencia y sus recursos para subsistir son mínimos. No podemos dejar de lado el contexto social, siguen siendo subalternas del proceso de decisiones”, agrega.

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Como otras mujeres pescadoras, Martha García, de Ensenada, Baja California, comenzó en la pesca cuando se casó con un pescador que a su vez era de una familia de pescadores. Ahora forma parte de la Organización de Pescadores Rescatando la Ensenada en la zona de El Manglito, y vino a Mérida a principios de febrero para hablar de la organización y su experiencia en la pesca sustentable y organizaciones lideradas por mujeres.

“No acostumbrábamos decir que éramos pescadoras porque no buceábamos. Aprendí que hacer todo eso también nos hacía pescadoras. Nos dimos cuenta con las capacitaciones hace 10 años”, dice en entrevista.

No se involucraban en la toma de decisiones hasta que empezaron a resentir la economía en sus hogares. Exigieron su espacio en OPRE y se organizaron para la vigilancia terrestre pues había muchos enfrentamientos con los pescadores ilegales, comenzaron a trabajar con el ayuntamiento, embellecer el lugar y capacitarse.

“Al principio los compañeros nos decían que no tenía caso, que no había un trabajo para nosotras. Éramos 14 y sólo había lugar para siete. Entonces dijimos que para entrar todas, podíamos ganar la mitad que ellos. Ahora sí ganamos lo mismo pero nos costó muchísimo trabajo igualar el ingreso”, cuenta.

Les costó porque a sus esposos les preocupaba que las ofendieran y hubiera enfrentamientos. Y sí pasó: dice que se fueron adaptando a ese proceso con mucho coraje y a la defensiva. Cuando recién entraron les gritaban “Vayan a lavar los trastes” o “Tráeme a tu marido”.

“En talleres aprendimos poco a poco que la equidad no tiene que ver con enfrentamientos. Empezamos a platicar con compañeras, a primero tenernos confianza entre nosotras. Que si va una, vamos todas. Fue un proceso largo, después de eso fue fácil organizarnos. Cada espacio que tenemos lo tenemos porque lo hemos ganado”, afirma.

Al preguntarle qué consejo les daría a otras mujeres que están comenzando a organizarse en cooperativas o colectivas de pesca, dice: “Siento que como todas, yo también me he cansado de que no me escuchan, no me toman en cuenta. Que ellos siempre tienen un pero. Todo eso nos fortaleció y trabajamos el doble porque tenías que llegar a hacer la comida, lavar, atender a los chamacos”.

Cuando no hay pesca, las mujeres entrevistadas venden por catálogo, administran negocios, cocinan para vender o encuentran trabajos extras. “No tengo hijos pequeños pero cuando tenía era muy difícil. A veces volvíamos a las cinco de la mañana, y teníamos que levantar a los niños, darles de comer, cocinar”, cuenta Maribel, pescadora de San Felipe.

Lupe, también de San Felipe, coincide: “No descansamos. Cuando estoy trabajando sólo duermo dos o tres horas. Hace seis años falleció mi esposo y me toca ir a trabajar. Mi hijo estudia la carrera y tengo que ver cómo ganar dinero para costearla. Nos acostumbramos a ese tipo de vida: Duermes, despiertas y vuelves a ir al mar”.

[b]El papel de las mujeres en la economía[/b]

En la pescadería La Tempestad, ubicada en el mercado de Lucas de Gálvez, Felipe de Jesús Loeza Aguirre explica que todos los días les llegan 60 kilos diarios desde Sisal, Telchac, Celestún, Dzilam, Chelem y otros puertos pesqueros de Yucatán. En la mayoría de las pescaderías venden camarón, chivitas, ostión, jaiba, pulpo, caracol y calamar.

“Hay unos personajes que se llaman pacotilleros, pero son de segunda mano porque una empresa manda un barco, exportan una parte y lo que sobran, lo traen hasta acá a través de los pacotilleros, puras sobras. Lo mejor de lo mejor se va a salir a la pesca; nos gustaría que se nos tome en cuenta”, agrega.

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Según el Servicio de Información Agroalimentaria y Pesquera, en el 2018 Yucatán tuvo una producción de 53 mil 428.38 toneladas, con un valor mayor a los 2 mil 400 millones de pesos.

En Celestún, explica la doctora Fátima Flores, hay una figura en el imaginario celestunense que se conoce como pachochera o pachocha. Cuando un barco o lancha llega a la orilla, los pescadores le hacen una donación como gesto simbólico y de suerte para su próxima salida. En los últimos años, comercializan esas donaciones.

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Los investigadores del Centro de Investigación y Estudios Avanzados (Cinvestav) del IPN, Unidad Mérida, Dalila Aldana Aranda, Martha Enríquez y Víctor Castillo, publicaron en este mismo rotativo el año pasado los resultados de una encuesta del trabajo “invisible” de las pescadoras en Yucatán.

Su información coincide con algunas entrevistas: su edad promedio es de 40 años; 55 por ciento de ellas están casadas o en unión libre; 43 por ciento son madres solteras y 80 por ciento tiene hijos. El salario promedio que perciben es de 2 mil 500 pesos a la semana.

[b]El paisaje costero: su área de trabajo[/b]

Además de su mascota Megan, Mayri se mete a la ciénaga con “los perritos”. Se trata de bidones de 20 litros que las socias cortaron a la mitad y le amarraron un cordón para arrastrar. Ahí meten botellas, bolsas y demás basura que encuentran en los manglares.

“Vamos limpiando nuestras áreas de trabajo porque es donde nos visitan los flamingos, los alcatraces, los pelícanos. Gracias a esas especies podemos vivir. Si no nos cuidamos ¿qué va a ser?”, dice.

Añade que cuando llegan programas de limpiezas de manglares a ellas no las invitan, aunque de por sí lo hacen sin recibir un sueldo y les gustaría que las tomaran en cuenta.

“El mar es otra cosa. La pesca es algo bonito, es algo noble. Disfrutas todos los momentos, las salida del sol, los flamingos, la inmensidad de la creación de Dios, el canto de las aves. Es algo que no tiene precio”, agrega.

Quienes pescan en el mar, no le tienen miedo. Lupe recuerda cuando iba con su marido a lanchear: “cuando enfocas, empiezas a ver la picuda, las redes se hacen como un círculo que brilla y ves todo el pescado bien bonito, me decía ¿cuándo que yo vuelva a ver eso?”.

El mar se conquista, dice la doctora Fátima Flores, para después recordar que la idea imperante es que las mujeres no son conquistadoras sino seductoras. “Esas ideas están ahí, y aunque los pescadores digan que están de acuerdo en que se integren, hay una resistencia a modificar estas pautas de comportamiento”, explica.

Sin embargo, ancla que muchas veces, aunque las mujeres verbalmente digan que el espacio es muy difícil de conquistar, siempre actúan.

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