Pasión, algarabía y lucha libre; así se vivió el domingo en el Poliforum Zamná

En las tribunas de la lucha libre, las pasiones se desbordan. Con la mano en alto; y la mirada puesta en el cuadrilátero, la afición se olvida de deudas, enfermedades y discusiones: hoy se lucha, se comen chicharrones; y -sobre todo- se grita. Desde las gradas de la arena, es fácil dejarse llevar por las emociones que conlleva este deporte.

Faltan 45 minutos para que comience el espectáculo y la gente pierde la paciencia a la entrada del Poliforum Zamná., ya que han pasado más de dos años sin que el redondel reciba visitante alguno. Hay algunos revendedores alrededor, la gente duda de la legitimidad de su trabajo, prefieren caminar y asegurar su entrada en la taquilla.

El vacío de los ojos de una máscara sobre un aparador advierte que hoy se lucha. Algunas personas compran esas caretas para sentirse parte del movimiento, luego las llevarán a sus hogares para colgarlas sobre sus espejos. Como los jerseys del futbol, las máscaras son la máxima representación de la lucha libre.

Una de las particularidades del espectáculo, comentan, es que la lucha libre “te involucra”. Es imposible ser indiferente ante lo que sucede en ese espacio que roba las miradas de la concurrencia; cada impacto suena de manera particular.  Cuando la batalla se da en el suelo, es necesario levantarse para apreciarla a cabalidad.

Luego suena la música y las figuras se apresuran por un estrecho pasillo. Salen, hacen lo suyo ante las cámaras de la televisora y después soplan contra viento. Escupen el agua que acaban de beber y, como en una especie de trance, saludan. Cuando Niño Hamburguesa hace acto de presencia, el Poliforum Zamná vibra de emoción.

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Han pasado 30 años desde la AAA se consolidó como la máxima autoridad de lucha en México. Lo festejaron en Mérida, con la lucha por el campeonato crucero. Laredo Kid, Willie Mack y Dragon Lee -entre otros gladiadores- fueron parte del festejo. Entre gritos y manos levantadas, los deportistas recibieron trato de superhéroes en la arena.

La afición de la lucha es muy variada. Hubo grupos de amigos que llevaban planeando la salida desde antes de que se cancelara por primera vez; una pareja que no decide si le pone Nutella o no a su marquesita; y una familia que llevó a unos niños que imitan a las figuras a bordo del cuadrilátero: “¡Suplex!, gritó uno de ellos luego de someter a su hermano con una llave. 

En las tribunas de la lucha libre se tejen historias mientras el réferi aporrea la mano con todas sus fuerzas sobre la madera del ring. Se cruzan miradas cómplices, hay confusión y decisiones mal tomadas algunas veces. Buscando el cielo, la gente se encuentra un cúmulo de luces que dejan más dudas que certezas sobre el cuadrilátero.

Estar en la arena se compara con pocas cosas. En la arena se grita y vive la lucha libre; los vecinos se vuelven amigos y hay una solidaridad implícita que se aúlla al unísono. En este deporte no caben los “¿a quién le vas?” o los favoritismos exacerbados. La gente está ávida de disfrutar de, por lo menos, dos de tres caídas.

Luego están las láminas de las sillas que se amoldan a los cráneos de los gladiadores. Llama la atención el sonido que hacen cuando los contrincantes las asientan violentamente sobre su humanidad. Desde la tribuna, la gente calcula e indaga. Detrás de la máscara, se pueden percibir los ojos encendidos de los gladiadores.

Fueron casi dos los años durante los cuales la afición yucateca fue privada de los espectáculos de lucha libre. Luego de esa larga espera, la campana de la arena Zamná volvió a sonar para beneplácito de los casi 2 mil espectadores que abarrotaron el recinto; y desde ahora hacen planes para el próximo encuentro, que esperan suceda pronto.

Edición: Laura Espejo