Nikki Canto y su familia del Holiday Inn

Lo que más me gustaba era el patio y su inmenso laurel, señala la comensal
Foto: Juan Manuel Contreras

“Eder, Francisco, Luis, Carlos…”, a Nikki Canto no le cuesta trabajo recordar los nombres de los meseros de La Veranda, el restaurante del hotel Holiday Inn al que ha acudido de forma cuasi religiosa durante los últimos 30 años. La mujer habla de ellos como si de su familia se tratara; y eso es porque así los considera. En las buenas y en las malas.

Nicté Coral Canto Ureña, mejor conocida como Nikki Canto, es comensal del restaurante del Holiday Inn. Sus cuatro hijos han transitado por el vestíbulo de ese parador desde que requirieron un portabebés para su transporte. Fue el 14 de noviembre de 2020 cuando se comenzó a escribir un nuevo capítulo de su relación con este icónico hotel de Mérida.

La historia comenzó a escribirse desde mucho tiempo atrás y comenzó con su padre, don Jorge Canto y Canto, quien solía llevar a su familia al restaurante La Veranda. En aquel tiempo no era algo tan frecuente, pero en un principio fue él quien les presentó las delicias que sirven en las mesas de ese comedor.

“Los domingos siempre salíamos a comer; y acostumbrábamos elegir un lugar para desayunar o almorzar. Lo que más me gustaba (del hotel) era el patio y su inmenso laurel, que cubría casi la mitad, nos regalaba una sombra muy bonita”, recordó la mujer en uno de los salones de ese complejo turístico.

Pasaron los años y la asiduidad comenzó a crecer con el nacimiento de su primer hijo. Este hecho la volcó a buscar un lugar en donde pudiera pasar tiempo tranquilamente, quizá con música infantil; o shows. Es así como se reencontró con el Holiday Inn y su restaurante.

Acercaba el portabebés en la mesa y podía “hacerse tonta” un lapso de tres horas. ¿Los meseros? Lo mejor, asegura. Desde el hostess, hasta las personas de la barra; al 80 por ciento los conoció hace más de 30 años, de esto se enteró después del paso del tiempo. Para ella y su familia, el Holiday siempre ha sido su primera opción.

Una de las épocas más difíciles de su vida, recordó Nikki Canto, ocurrió cuando llegó el huracán Isidoro -en septiembre del 2002- y venció a su árbol; ese laurel tan anhelado los domingos. Para ella, sentencia, fue una cosa terrible perder la sombra de ese arbusto tan cotidiano en sus mañanas de reflexión.

“¿Ahora qué va a pasar?, ¿qué va a suceder con las mesas que antes estaban afuera? Mi preferida era la que se ubicaba debajo del árbol”, cuestionó con la resignación característica de quien perdió algo que amaba.

Fuera de eso, la señora Canto reitera la calidez con la que siempre fue recibida por Eder, Francisco, Luis, Carlos, por mencionar algunos. A todos ellos los considera no solo sus amigos, sino su familia. A Patricio, su primogénito, lo conocieron desde el portabebés; y aun cuando estudió fuera, los meseros estuvieron al pendiente de él. 

 

El color de los chilaquiles

Cuando el Holiday Inn reabrió sus puertas después de la pandemia, un bálsamo de paz cubrió la existencia de la señora Nicté. Amigos de todos los rincones del país -y del mundo- se han apersonado en la capital yucateca para visitarla y ella siempre les recibe con una invitación a probar las auténticas bolitas de queso de la cocina del hotel.

Hoy, la dieta vegana de la empresaria le impide disfrutar de su sabor, no obstante, acude dos veces a la semana a La Veranda, con diferentes grupos de allegados. “El domingo pasado hubo pleito porque no pudimos llegar”, lamentó.

“Nos gusta, sabemos lo que va a haber; y así ha sido los últimos 30 años. A lo mejor cambia el color de los chilaquiles, pero siempre dan otras opciones que no en otro lugar se pueden contemplar”.

 

Fatídico día

El Holiday cerró sus puertas en 2020 a la par que lo hizo la casa de cambio de la señora Nikki. Un fatídico día -por ahí de diciembre- salió a correr sobre la avenida Colón como acostumbra; y unos tablones delimitando el perímetro del parador obviaron la situación. El hotel contiguo continuaba funcionando.

“Haz de cuenta que me rompieron el corazón en un segundo”, compartió. A raíz de esto, hizo una publicación en su Facebook; y a sabiendas de su asiduidad y el impacto de su mensaje, personal del hotel se puso en contacto con ella, pues merecía una explicación.

La gravedad de la contingencia propició que se preocupe por los empleados de su restaurante favorito. Fue así como consiguió sus números telefónicos, “era lo mínimo que podía yo hacer”, comentó. Un año y ocho meses fueron un luto para Nicté Canto.

Se contactó con ellos para preguntarles como estaban. Les ofreció su apoyo en retribución al soporte emocional que representaron tras tanto tiempo: “Hoy puedo venir a contar mis penas, mis alegrías, tristezas, preocupaciones, la crisis de la pandemia. Son muchas cosas”, dice mientras trata de contener sus lágrimas.

 

A pedir de boca

A Nikki Canto, en el Holiday Inn la atienden como a una reina. Así es como describe el trato que recibe en el comedor de La Veranda, en donde se siente quería y distinguida. Al ingresar al salón de ladrillos rojos, todos la saludan con cariño y una sonrisa. 

Fue un 14 de noviembre cuando el Holiday Inn reabrió sus puertas; y mientras la señora Canto atendía asuntos en Monterrey, recibió una llamada inesperada.

“Me llamó Cinthia, la administradora y mi cómplice para conseguir los contactos de los trabajadores. ‘Nicté, te tengo una sorpresa’ y cuando me dijo que iban a abrir, ‘no me hagas esto le dije’”. Se encontraba lastimosamente lejos para saborear las mieles de un nuevo comienzo.

No tardó mucho en volver; y desde entonces ella y su familia han arrasado, ahora sí, con las icónicas bolitas de queso y los chilaquiles de la cocina del Holiday. “¿De cambio?”, se cuestiona, no ha habido nada, salvo los cubrebocas que guardan las sonrisas de los meseros, a las que estaba acostumbrada.

“Me siento retribuida con el valor de su amistad. Te puedo jurar que, si me muero mañana, ellos estarán en mi funeral. A los amigos así se les conoce”, sentenció un poco a las prisas para finalizar nuestra entrevista. Los chilaquiles sobre su mesa de siempre ya se enfrían.

 

Edición: Laura Espejo


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