Indigentes en el centro de Mérida, la otra cara del 'toque de queda'

Los sitios en donde la indigencia pernocta son bien conocidos por los meridanos
Foto: Juan Manuel Contreras

“Quédate en casa” se repite hasta la extenuación en prensa escrita, televisión y radio. Las calles vacías de una ciudad son evidencia irrefutable del impacto de estas tres palabras en la gente, aunque existe un sector poblacional que no puede cumplir con esta normativa sanitaria, personas que a falta de una vivienda -ya ni se diga digna- han echado raíces en la vía pública, donde habitan.

Juan Manuel Contreras

Indigentes, menesterosos, homeless y -lamentablemente- otros nombres un tanto más despectivos coronan su innegable existencia. Ellos posan sus esperanzas en la buena voluntad de quienes transitan durante el día por las arterias de la ciudad de Mérida y por las noches se arrinconan en algún recoveco del primer cuadro.

Las historias detrás de estos seres humanos son de lo más variadas y con aristas diversas que seguramente dependen de quienes las cuenten. Lo que es un hecho es que -por lo menos en la capital yucateca- son pocos los que comparten gustosos sus anécdotas sin que exista un estímulo de por medio. Es algo comprensible.

Juan Manuel Contreras

Los cuerpos de seguridad municipales tampoco se muestran muy complacidos cuando se le da importancia al tema. Basta con portar un chaleco de reportero para atraer las miradas de los oficiales, que al mismo tiempo alertan a sus colegas sobre la presencia de la prensa. Fiel a su costumbre, tampoco suelen brindar información sustancial.

De cualquier modo, los indigentes están ahí, en el centro que es su casa. Pasadas las 22:30 horas el corazón de Mérida se transforma en un escenario desértico, con sus edificios flanqueando calles que parecen sacadas de una novela distópica y sirenas amenazantes en el horizonte. El silencio es absoluto.

Los sitios en donde la indigencia pernocta son bien conocidos por los meridanos que antes de la pandemia solían caminar por esas calles a las mismas horas, cuando estaban vivas. Esquivarlos mientras se camina al paradero de autobús; ignorarlos cuando pedían una moneda; en general incomodarse ante su presencia, eran prácticas comunes en aquellos días.

Juan Manuel Contreras

Hoy, tras la hora de restricción de movilidad, los indigentes quedan desprovistos incluso de la indiferencia de los transeúntes. A ellos también se les redujo el horario laboral; y a falta de peatones se vuelcan a sus esquinas más temprano de lo acostumbrado.

Algunos encuentran refugio a las puertas del Lucas de Gálvez o el San Benito, dos colosos cuyas luces dan la impresión de ser benevolentes con quienes buscan en sus escaleras un sitio para reposar luego de una jornada de buscar comida y pedir dinero. Otros tantos se acomodan en calles aleatorias.

Llama la atención que en puntos como los bajos de la tienda departamental Del Sol y las faldas de la catedral -en donde habitualmente pernoctaban- la indigencia brille por su ausencia. La Plaza Grande que albergaba por lo menos a una decena de estas personas, ahora sólo luce la presencia de los policías.

Edición: Elsa Torres


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